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Perspectivas de paz y realidad de los déficits

Para este nuevo capítulo de esperanza, cabe extremar el celo y las precauciones.

Dos frentes sustantivos, el del orden público y el del orden económico, parecen haber sido ejes principales de la atención o preocupación de Colombia en el último tiempo. El primero, por cuenta del acuerdo preliminar con las Farc en la mesa de negociaciones de La Habana, sobre circunstancias y términos que servirán de base al Presidente de la República para decidir la prolongación o la finalización de los diálogos con esa agrupación subversiva.
El segundo, por los ecos del problema explosivo de Grecia en la Unión Europea y los signos de desaceleración de la economía de China, que tanto ha llegado a significar en el panorama mundial, sin contar por lo pronto los síntomas de variada interpretación en el ámbito nacional.
Por las perspectivas cercanas de paz, una ola de optimismo ha recorrido ciertamente al país y tenido eco muy favorable en otras naciones e instituciones. El uno y el otro con la condición explícita, ello sí, de que esta vez los hechos abonen promesas y palabras. La experiencia de repetidos incumplimientos explica la fuerte e instintiva desconfianza.
Más de una vez, los compromisos verbales han sido violados ladina o escandalosamente, mimetizándose en acciones del narcotráfico o en diversas formas de terrorismo, contra la infraestructura vial, energética o de servicios públicos. Tal desmedida tolerancia en el afán de preservar a toda costa las vías del entendimiento explica la reacción de la opinión pública. Hace rato se le agotó la paciencia para aceptar a regañadientes cualquier modalidad de reincidencia que pudiera allanar el camino a crímenes de lesa humanidad.
Para este nuevo capítulo de esperanza, cabe extremar el celo y las precauciones con el objeto de que no corra la triste suerte de los anteriores. Notificados quedan todos los estamentos sobre los riesgos mortales de dejarse seducir por los diversos disfraces del terrorismo o del narcotráfico. Al desencadenamiento de horrendos crímenes conducen.
Ni que estuviéramos en el pellejo de Grecia, habríamos prestado tanta atención a los pasos previos de la respuesta de la Comunidad Europea y del Fondo Monetario Internacional a su azarosa encrucijada. Con franca simpatía por su suerte se pronunció la plana mayor de los economistas de Europa y Estados Unidos, al igual que los gobernantes de Francia e Italia. Por consenso se acabó aplicándole muy severo tratamiento. Es de desear que, en la práctica, sea mitigado y no se la precipite a la expulsión de la Comunidad Europea. Ahora bien, la desaceleración de la economía de China no da trazas, hoy por hoy, de tener inmediata repercusión en Colombia.
El golpazo nos cayó por cuenta del desplome de los precios de los hidrocarburos y todavía no lo hemos asimilado. Se ha tendido a confiar en la posibilidad de que lo contrarresten los mecanismos de la tasa fluctuante de cambio y, en lo fiscal, el ajuste también presuntamente indoloro de los niveles presupuestarios.
Sin embargo, en la medida en que los déficits horadan las balanzas comercial y cambiaria, incluida la cuenta corriente, no es viable fruncirse de hombros. Tampoco, pensar que automáticamente se va a restablecer el equilibrio, de la mano de la ya obsoleta “regla fiscal”, con teóricamente insensibles ajustes en los gastos públicos. Lo cierto es que la bonanza se esfumó y que el país se halla abocado a enfrentar sus consecuencias, con los ojos bien abiertos.
La devaluación en marcha también debe tener graduación y límites. No todo se va a poder jugar, a ciegas, a las fuerzas del mercado. ¿Empezó ya a apretar el acrecido desequilibrio en la cuenta corriente? Bueno sería comprobarlo por eventuales necesidades a la vuelta de la esquina.
Abdón Espinosa Valderrama
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