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Editorial: Las platas del chikunguña

Arreglar fallas en saneamiento básico le ahorrarían al sistema y a las familias cientos de millones.

EDITORIAL
Trescientos mil millones de pesos (0,04 del PIB) le cuesta al país la epidemia de chikunguña cada año. Dinero que, además de adelgazar las famélicas finanzas de la salud, se completa con recursos familiares y con las pérdidas que deja la baja productividad de los afectados.
Este importante cálculo, el primero que se hace en América Latina, es producto del análisis serio del Observatorio Nacional de Salud (ONS), que proyectó los potenciales costos de un mal que, en la práctica, está presente en la mitad del territorio nacional.
Por supuesto que más allá de las cifras –que muchos ya han salido a cuestionar– el mensaje que envía el estudio es la dimensión del impacto económico que tiene una enfermedad, en este caso colectiva, y que trasciende el ámbito de la salud para instalarse en los espacios laborales, domésticos y sociales.
Eso, que los teóricos llaman determinantes de la salud, queda en evidencia con lo expuesto por el ONS y exige una mirada profunda. Eliminación de criaderos de larvas, disponibilidad de acueductos para evitar riesgos por almacenamientos de agua para consumo, características del material de las viviendas, acceso a toldillos, fumigantes y anjeos son apenas unos de ellos y que requieren intervención si se quiere bajar costos por la enfermedad.
El problema es que en estas tareas se raja la mayoría de gobernadores y alcaldes encargados de cumplirlas. Basta ver los pobres resultados en saneamiento básico, en casi la totalidad de los municipios afectados, para intuir que la incapacidad para actuar sobre aspectos más complejos, como abastecer de agua potable o de vivienda digna a la población, es total.
Y como reaccionar con críticas y no proponer es una cualidad de muchos gobernantes, regionales y locales, los 129.000 millones que el chikunguña le sonsaca al Sistema de Salud y los 168.000 millones que la epidemia les arranca a las familias les parecen exagerados, pero se olvidan de que las cantidades serían menos si ellos se preocuparan por aplicar con rigor las elementales medidas de prevención. De paso, evitarían que la gente perdiera miles de años de vida saludable, que no se recuperan jamás y que no tienen precio.
editorial@eltiempo.com
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