Esas grandes gestas, leyendas y páginas doradas que llenaron titulares, y maravillaron a millones alrededor del mundo, esos conjuntos plagados de artistas exquisitos, que a través de una pelota pintaban obras de arte asombrosas que llenaban la retina y desataban la euforia de la multitud, hasta el más insensible de los mortales, se levantaba de su silla admirado por ese equipo que a lo largo de la historia del fútbol ha provocado momentos de entusiasmo, de emoción profunda, porque sí, Brasil generaba eso, emoción profunda, su juego era bello, era arte hecho fútbol.
De ese Brasil todopoderoso, mandamás, del ‘jogo bonito’, la ‘folha seca’, las gambetas, el regate, el toque preciso, no queda sino el recuerdo. Hoy en día, es un equipo vulgar con jugadores toscos, pataduras, sin una pizca de ese talento y esa magia que siempre caracterizó al jugador brasilero, es un equipo más, uno del montón. Uno en el que su estrella, Neymar, que por momentos muestra algo de ese brasileño de antaño, no sería sino un suplente en cualquier selección brasilera del 2006 hacia atrás.
Brasil ha dejado de ser una potencia futbolística. Es triste presenciar la caída de un grande, del más grande, el equipo que le mostró al mundo la belleza dentro de un campo de juego. Verlo hoy es doloroso para todos los que amamos este deporte y que disfrutamos del fútbol bien jugado, que añoramos la técnica exquisita de Zico, Sócrates y compañía, la potencia y el poder goleador de Ronaldo, la gambeta corta y endiablada de Romario, la picardía de Bebeto, la enjundia de Dunga, la pegada de Roberto Carlos, la sutileza y genialidad de Ronaldinho en fin… me faltarían líneas para describirlos a todos, empezando por el rey Pelé, pero los nombro a ellos porque fue a los que tuve la fortuna de ver.
Aquellos días en los que Brasil se paseaba por las canchas con su magia y equipos repletos de estrellas rutilantes que enamoraban a propios y extraños y sumaban una y otra vez copas a sus vitrinas, han quedado atrás, son cosas del pasado, que hay que buscar en los archivos. Dura realidad, pero es la realidad.
CARLOS ALBERTO FORERO
Para EL TIEMPO
Columnista invitado