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Redes sociales

La verdad es que no he cerrado mis redes sociales porque son más adictivas que el bazuco.

Quiero cerrar Twitter y Facebook, pero no puedo. Me he dicho mentiras como que las noticias que allí ‘postean’ sirven para mantenerse informado, o que sin redes sociales no tendría forma de compartir mis artículos, el número de lectores bajaría y terminarían despidiéndome, porque en los medios de hoy no solo miden a los periodistas por el contenido, sino por su alcance.
La verdad es que no he cerrado mis redes sociales porque son más adictivas que el bazuco. Clausurados los noticieros que solo difunden miseria, he optado por pegarme a internet. Lo malo es que se volvió una ‘olla’ donde la gente va a descargar su mala energía. Cuando le hablo de Twitter a mi psicóloga, queda perdida. Una vez quise explicarle la dinámica del retuit, de los trending topics, del matoneo a quien la embarra, y lo único que supo decirme fue que cuál era el punto de exponerse al odio de los desconocidos.
Y sí, internet es una incubadora de odio donde le caen con toda al que se equivoca. En redes sociales, los imprudentes, los torpes, los de malas, los que tomaron una mala decisión reciben tratamiento de delincuentes.
Nombre al que quiera: Nicolás Gaviria, Melissa Bermúdez; quien caiga en un error no solo queda expuesto, sino que exigen su cabeza. A Juan Sebastián Toro, corredor de motos que le disparó a un perro, lo presionaron tanto que se quedó sin patrocinadores. Yo he cometido imprudencias en redes sociales y no solo me lo han hecho saber, sino que les han exigido a mis empleadores que me despidan. Juzgan a los demás desde sus propias fallas, como si estuvieran tan dolidos por algo diferente al asunto en cuestión que solo encontraran paz viendo al tonto del momento en la ruina, muerto de hambre, sufriendo más que ellos.
Y no solo es un ambiente violento, también es bobo. Hemos vuelto tendencia en redes a Petro por usar ‘eres’ y ‘usted’ en la misma frase, a Falcao por cortarse el pelo y a un vestido por no saber de qué color es. Luego la bobada incluye fotos de las mascotas, ecografías de los hijos, selfis de las vacaciones, retratos del almuerzo e imágenes del atardecer con todos los filtros de Instagram, porque si un hecho no se registra en internet, es que no ocurrió.
Yo entro a mis redes sociales y todo es descorazonador porque me encuentro con el mundo entero concentrado en una pantalla: el maltrato animal, las mujeres quemadas con ácido, la guerra en Oriente Próximo, el hambre en el África, los atentados de la guerrilla, las declaraciones del papa Francisco, las peleas entre Uribe y Santos, la gente con cáncer, las noticias con titulares engañosos. Y los memes, sobre todo los memes, que simbolizan la derrota de la civilización occidental. Todo está ahí y es demasiado, pero, aun así, no puedo zafarme. Yo he hecho mi aporte para que las redes sociales se conviertan en la ‘olla’ de bazuqueros que es hoy. Veo un partido de fútbol y lo tuiteo en tiempo real, me burlo del reinado de Cartagena, comento los Grammy, los Óscar, Miss Universo, un reality, lo que sea que estén pasando por televisión. Me odio, cual drogadicto, pero no hay nada que pueda hacer al respecto. Al revés, cada día me hundo más.
Lleva algo de razón Umberto Eco cuando dice que las redes sociales le han dado licencia para hablar a una legión de idiotas. Porque, encima, no corresponde a la realidad de la vida. La gente que domina el mundo no tiene cuenta en Twitter. Y si la tiene, contrató a otro para que se la maneje.
Irse de Twitter y Facebook es la valentía de nuestros días. Yo sigo porque aún no reúno fuerzas, pero ahí voy. Las veces que me he alejado, he descubierto que los días son más bonitos, el aire es más ligero, el sol brilla más, y que la vida es muy corta como para botarla enfrente de una pantalla, peleando con gente que no daría la vida por uno.
Adolfo Zableh Durán
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