Lo que más le impresionó en su primer día de clases en la universidad fue, de lejos, los centenares de escalones que se encontró de frente para llegar al aula. Era una enorme trepada que nunca se imaginó ni había visto en su natal Cúcuta.
Para Abdías Josué, lo más parecido a esa montaña llena de concreto, ladrillos y enormes zonas verdes, con modernas edificaciones en el campo universitario, encajada en el centro histórico de Bogotá, eran las áridas lomas atiborradas de casuchas con tejas de aluminio y ranchos de madera, que recordaban su difícil infancia, en la que creció en barrios de invasión de la periferia de la capital nortesantandereana.
Pero el 13 de enero de 2015 comenzó para el becado un nuevo reto, un obstáculo más por superar, como los muchos que ha sorteado con éxito en su corta vida. Ver esas empinadas escalinatas le confirmaba la idea que para coronar la cima hay que esforzarse al máximo, tal como lo hizo en su primaria y bachillerato, etapas escolares en las que nadie le quitó el primer lugar del curso y del colegio.
“De ahí nadie lo sacaba, siempre fue el mejor”, recordó en medio de la conversación y con voz entrecortada Tania, la sufrida mamá, cómplice de quien hoy es uno de los estudiantes ‘pilos’ que se ganó una beca del gobierno y quien, tras librar un complicado inicio de asignaturas, se prepara para abordar el segundo semestre de medicina en la Universidad de los Andes, una de las mejores del país y la séptima de Latinoamérica.
Ese día, apenas comenzando la mañana, con el intenso frío sabanero, pero lleno de una cálida ansiedad, el hijo del chatarrero subió peldaño por peldaño hasta que llegó al salón de clases. Ahí, en ese instante, emprendió la trepada a la nueva colina que tiene por coronar. En la cumbre, después de seis años de estudios, lo espera el cartón de médico, pero él va por más, sueña con ser cardiólogo pediatra.
No creía en las becas
¿Pero cómo explicar que el tercero de los cinco hijos de la familia Ovallos Saavedra, el último de los varones, logró ingresar a uno de los centros educativos más prestigiosos?
“Yo no creía en las becas. Mi aspiración hasta ese momento era poder estudiar una técnica en el Sena, quizá ser asistente de enfermero, o aprender algo de electrónica, como me decía mi papá. Pero una amiga del curso, Aylin, me insistió y casi me obligó a inscribirme. Luego, con la sicóloga del colegio realizamos el trámite en la página web del Ministerio de Educación.
Mi carta de presentación ante la Universidad era el puntaje de 384 en el Icfes, y vean, después de esa idea loca ya voy por acá, apenas comenzando, pero ya encaminado, en una carrera que por semestre se debe pagar algo así como 18 millones de pesos. Ser ‘pilo’ paga”, recalca uno de los mejores bachilleres que ha tenido el colegio público Santos Apóstoles, incrustado en el barrio Chapinero, en la comuna Juan Atalaya, al noroccidente de Cúcuta, donde terminó el bachillerato el año pasado.
Pero la llegada a Bogotá de ‘Chué’, como en ocasiones le dicen cariñosamente en la casa, no fue fácil. En sus primeros días sufrió de la escasez de plata y del cariño familiar. El día anterior, algo trasnochado y cansado por el largo viaje por carretera, se bajó del bus de Copetran con apenas 30 mil pesos en el bolsillo. Sabía que la experiencia no iba a ser fácil, tal como lo fue su niñez, en la que aguantó física hambre.
“A veces me iba para colegio sin desayunar o almorzar. Eso no me importaba, incluso me iba caminando. Así llegaba. Y siempre ponía atención a los profesores; tal vez ese ha sido el secreto de ser buen alumno. Claro que también estudiaba mucho, era mi entretención. Jugaba al fútbol y tuve pocos amigos”, confiesa el joven que el jueves pasado, 18 de junio, llegó a su mayoría de edad.
Don Alfonso, su orgulloso padre, no pierde la oportunidad para sacar pecho. Hoy, a sus 45 años, 30 de ellos trabajando, casi de sol a sol, se siente agotado y enfermo, pero ilusionado al ver que uno de sus retoños haya tenido la oportunidad de ir a la universidad.
“Mire, se ha sufrido mucho, y todavía falta. Levantar a la familia a punta de la chatarra es muy difícil. Nunca me imaginé que ‘Abdiítas’ pudiera dar ese paso. Pero todo se ha ido dando. Salió del colegio y el gobierno aprobó las becas, y luego obtuvo el cupo. Si hubiera salido un año antes, pues ni siquiera estaríamos hablando del cuento. Hay que decirlo, se lo debemos al gobierno del presidente Santos, a la ministra Gina y a Dios, que encausó todo”, explicó el laborioso chatarrero que en muchas ocasiones, tras agotadoras caminatas recogiendo y vendiendo el aluminio y el hierro, “no se gana en la jornada ni para el arrocito”, como él mismo dice.
De pocas palabras
Tímido por naturaleza, de pocas palabras, con gafas que le dan un toque de ‘come libros’ y una menos que incipiente barba en la cual se le alcanzan a contar los pelos que sobresalen en su quijada, Abdías cuenta que en su aventura en la universidad lo más difícil fue la clase de matemáticas. En cambio, se movió a su antojo en asignaturas como español y filosofía y no tuvo reparos ni quejas sobre posibles desprecios o matoneo en la U.
“Sabía que no iba a ser tan difícil, pero tampoco regalado. Me gustaron mucho las charlas que hicimos en filosofía. Debatimos sobre cómo se trata la muerte en Occidente y el derecho a morir con dignidad. Hablo poco, lo necesario, y tengo contadas amistades, conformo un grupo de trabajo en clase”, advirtió el becado, que tras pasar ‘las duras y las maduras’ a su llegada a la capital del país, luego de vivir en una casa hotel y después en un habitación en El Codito, ahora, gracias a la ayuda de pastores de una iglesia, está acomodado en un sencillo cuarto, en el segundo piso de una casa del barrio Orquídeas, en Suba.
Su mamá recuerda que esos primeros días de ausencia de su hijo fueron terribles, de mucho llanto, pero sabía que también todo estaba escrito, como en la Biblia. De ahí, el nombre de sus tres hijos menores: Abdías Josué, Génesis y Keren.
“Tanto Abdías como Josué son nombres de profetas, de líderes. Por eso veo en mi hijo, que de los varones es el más apegado a mí, a un ser limpio, trasparente, capaz de tener dominio en su palabra y en su sabiduría. Abrirá el camino a los demás. Está marcado por el destino”, contó Tania, entre lágrimas, y recordó que la única vez que tuvo un llamado de atención en el colegio por Abdías fue para decirle que su hijo casi no hablaba, pues era demasiado callado, silencioso.
En esos primeros días de adaptación en la capital, Tania, nacida hace 42 años en Aguachica (Cesar), llegó al punto de contarle a su hijo por el celular la receta para preparar unos fríjoles.
“Fue difícil; no sabía cuántos frijolitos iba a preparar, que tamaño era la olla pitadora. Pero le di los ingredientes y el condimento para que le quedaran buenos, como yo los preparo, y creo que le quedaron sabrosos porque después me dijo que se los había comido todos (risas)”, destacó la mujer que desde hace tres años dejó de acompañar a su esposo en el recorrido diario de la recolección de chatarra por padecer de un par de hernias que la obligaron a parar en esa dura actividad. Hoy, cuando puede y la llaman, trabaja en casas de familia o se levanta algún dinero haciendo muñecas de trapo, que vende o rifa.
![]() Abdías se ganó la beca para estudiar en los Andes. Efraín Patiño |
Seis años con los mismos zapatos
‘Chué’ nunca pidió nada ni fue exigente en un hogar en el que las necesidades eran pan de cada día. Incluso su mamá llegó a pedir limosna. “No me avergüenza confesarlo porque una madre no puede ver a sus hijos con hambre”.
Un reflejo de las vicisitudes es que el hoy ilusionado estudiante universitario, cuyo promedio en su primer semestre está cerca del 3.5 sobre 5, hizo todo el bachillerato con un par de zapatos.
“Me los regalaron los pastores de la iglesia a la que acudo, la Cuadrangular. Abdías cursaba quinto de primaria. Era un calzado fino, pero la talla era 40 y mi hijo apenas llegaba a 35. Entonces, lo que hice fue meterle papel periódico en la punta para cubrir el espacio que quedaba entre sus dedos y la punta del zapato. Caramba, le metí tanto papel que luego le quedaban apretados. Y así, con ese par, año tras año, terminó el bachillerato”, reveló su mamá.
Y con esos mismos, remendados y pegados con ‘gotas mágicas’, eso sí bien lustrados, se graduó, agregó don Alfonso. “Me dio mucha tristeza no poderle comprar unos zapatos y la pinta del grado al hijo, me dolió, así como tampoco pude tener un detalle con mi esposa y mi mamá el ‘Día de la Madre’. Eso pega y aporrea el alma”.
Desplazados de la violencia
Como si fuera poco, el hogar de los Ovallos Saavedra ha sufrido doble desplazamiento por la violencia. En el 2001 tuvieron que salir de Puente Sogamoso, una población entre Barrancabermeja y Puerto Wilches (Santander), y llegar a Cúcuta, supuestamente porque el jefe del hogar era simpatizante de la guerrilla. Don Alfonso está vivo de milagro, le llegaron a poner un revólver en la cabeza, después de golpearlo y torturarlo.
Al año siguiente, su nombre apareció en una lista que tenían sentenciados los paramilitares que mandaban en la comuna Juan Atalaya y la pareja, con sus hijos Jéfferson, Johnny, Abdías y Génesis (no había nacido la menor, Keren) escapó hacia Barranquilla.
“Fue otra época bien complicada. Yo trabajaba en lo que saliera, fui ayudante de construcción, hice de todo. Comíamos pescuezos y patas de pollo con arroz, eso era todo. Ya hemos pasado por los dolorosos, pronto vendrán los gozosos y gloriosos”, contó jocosamente el padre de familia mirando a su mujer, pareja a la que hace un año el gobierno, a través del Ministerio de Vivienda, les otorgó el apartamento donde contaron su historia, en la Ciudadela Los Estoraques, que fue edificada para los desplazados. Es una vivienda entregada en obra gris y de la cual no deben pagar sino los servicios públicos.
Pero mientras solventan la falta de dinero, a Abdías Josué ya lo arropa algo de dicha. Las ayudas del gobierno, además de la beca, se reflejan en la consignación de cuatro salarios mínimos por semestre, que invierte en el pago de la habitación, la alimentación, el transporte y demás gastos diarios.
Además, la Universidad le otorgó un subsidio de alimentación y le facilita las fotocopias que requiera, unas tutorías, lo mismo que un dinero extra para transporte. También recibió un portátil de alta gama por parte del Representante a la Cámara Alejandro Carlos Chacón, quien se ha convertido en su generoso padrino.
Un descanso y de nuevo a clases
Por estos días de descanso en la frontera, el espigado joven aprovecha para dormir más de la cuenta y ver televisión, en especial series, comedias y dibujos animados, ya que en Bogotá no le queda tiempo, y ha regresado a las aulas del colegio, donde lo aprecian y lo tienen de ejemplo para el estudiantado.
También disfruta de un delicioso arroz de pajarito, que le prepara su madre, su comida preferida, un plato parecido al arroz con pollo, pero a cambio de la carne, se le agregan trozos de plátano maduro.
Para el segundo semestre, que se iniciará a finales de julio, deberá regresar a Bogotá con un estetoscopio y tensiómetro en la mano, instrumentos básicos de un galeno, además tendrá que comprar algunos libros de consulta y eso ya lo tiene inquieto.
Espera seguir demostrando en la U. que tiene todo el talento y las ganas para seguir adelante pues sueña con poder ayudar y sanar a los niños. También quiere echar una mano a sus ‘viejos’ y ofrecerles una vida más cómoda. Su mamá dice que todo está escrito y el silencioso Abdías Josué tiene palabra de médico y profeta.
JAVIER ARANA
Redactor ELTIEMPO.COM
En Twitter: @arana_javier