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Presidente, fije el plazo que anunció

Hay que ponerle plazos a este proceso en Cuba. Y si las Farc quieren la paz, deben probarlo.

Juan Lozano
Fue el mismísimo Juan Manuel Santos quien dijo desde la Casa de Nariño el pasado 17 de abril, después de la salvaje masacre perpetrada por las Farc en Buenos Aires, en el Cauca, que a este proceso de paz había que ponerle plazo. Él se lo anunció al país y luego cambió de opinión, o se le olvidó, o simplemente su agobiante agenda internacional no le permitió disponer del tiempo necesario para que concordaran sus palabras con sus acciones.
Pues, henos aquí en medio de este siniestro despliegue de capacidad terrorista de las Farc, mientras Santos mantiene la mesa de diálogo sin plazo ni condición, tras una semana nefasta que dejó al coronel Ruiz y al patrullero Marmolejo rematados con tiros de gracia, en Nariño; a Tumaco, Buenaventura, Caquetá y Ocaña, sin luz; a Algeciras, sin agua, y miles de galones de crudo derramados en el Putumayo, entre muchas otras infamias recientes.
Desafiando los efectos implacables del jet lag, esa cruel mezcla de modorra, pereza y desubique que producen los cambios de horario asociados con frecuentes viajes interoceánicos, el señor Presidente se ha dignado mandarnos desde la bella Italia unos mensajes fervorosos, exultantes, como si el espíritu retórico del ministro Pinzón lo hubiese poseído en las gradas del Coliseo romano... pero carentes por completo de contenido real y de propósitos de acción.
Y no es que desconozca el esfuerzo enorme que debió representar grabar estos videos, entre aeropuerto y aeropuerto, un brindis tras otro; nobles, condes, princesas, Evo, en fin. Es más, reconozco que durante sus viajes el señor Presidente despliega una simpatía desbordante, unos inusitados entusiasmos y una actividad febril que parece poco frecuente cuando se trata de Ginebra (Valle), Madrid (Cundinamarca), Florencia y Milán (Caquetá) y la entrañable Ciudad Roma (en Bogotá).
Lo que me inquieta hondamente de los euromensajes es que más allá de la teatral apuesta “del último centavo de mi capital político”, perfecta para lograr titulares pero hueca a la hora de generar resultados, es que no parece tener ningún empeño de introducir los necesarios ajustes a los diálogos de paz. (A propósito, recomiendo leer la columna dominical de Rafael Nieto en El Colombiano sobre las sorprendentes reuniones que monta la Casa de Nariño entre generales activos y el equipo negociador).
Está en mora el presidente Santos de fijar, desde Bogotá y no desde Roma, las condiciones y plazo para el avance de la mesa. Por el bien de su país, no puede hacer carrera la idea de que, mientras no maten a ningún colombiano importante, las Farc pueden seguir reclutando menores y cometer cualquier delito, cualquier masacre, cualquier hecho atroz, sin que se produzca ningún efecto.
Mientras sigan creyendo que negociar en medio del conflicto implica tolerar nuevas infracciones contra el Derecho Internacional Humanitario y nuevos crímenes de lesa humanidad; mientras sientan que si se rompe el proceso pierde más Santos que las Farc; mientras crean que el Presidente no es capaz de tomar acciones de fondo; mientras sigan acostumbrados a las inofensivas amenazas del blablablá de Mindefensa, el proceso de paz no podrá avanzar.
Había dicho Juan Manuel Santos: “Señores de las Farc, escuchen el clamor nacional, no se hagan los sordos ante los colombianos que les estamos gritando: ‘llegó la hora de acabar la guerra’. Hay que ponerle plazos a este proceso, y si quieren la paz, tienen que demostrarlo con hechos, no con palabras”.
Hoy somos nosotros, usando sus propias palabras, quienes decimos a Juan Manuel Santos: señor Presidente, escuche el clamor nacional, no se haga el sordo ante los colombianos que le estamos gritando: llegó la hora de acabar la guerra. Hay que ponerle plazos a este proceso, y si quiere la paz con las Farc, tiene que lograr que lo demuestren con hechos, no con palabras.
Juan Lozano
Juan Lozano
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