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Polémica en Argentina por obra faraónica de los Kirchner

El Centro Cultural Kirchner, el más grande de América Latina, ha generado controversia por costos.

JOSÉ VALES
Como François Mitterrand, con la Cité de la Musique o el Arco de La Défense, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, tiene su obra faraónica. Un centro cultural, el más grande de su tipo en Latinoamérica, que llevará el apellido Kirchner. Un apellido que tanto en su versión masculina como femenina, la única cultura a la que adhirieron e impulsaron fue la del poder.
Cristina Kirchner no se parece a Mitterrand ni mucho menos, pero ya se dio el lujo de dejar la impronta de su paso por el poder en lo que alguna vez fue la sede de correos más linda de Sudamérica.
Es el mismo edificio donde el difunto magnate griego Aristóteles Onassis comenzó a amasar su fortuna como un mero telegrafista, a la postre el primer empleo que consiguió tras desembarcar en Buenos Aires como polizón.
Como si el edificio estuviera designado a albergar historias u homenajes a millonarios. Onassis comenzó la construcción de su fortuna allí. El apellido Kirchner, sin nada que envidiarle patrimonialmente al armador griego, termina en su interior.
La reciente inauguración del Centro Cultural Kirchner (CCK), que aún no está terminado, en lo que fue el Palacio de Correos y Telecomunicaciones, lleva, sin duda la marca K.
Un polémico inicio
Comenzó con un programa de actividades que no supera el mes de junio y el costo de la obra fue cuatro veces más lo presupuestado en su momento, cuando se anunció que allí, la vieja sede del correo central, se levantaría el Centro Cultural del Bicentenario.
Así, entre apuros y a las carreras para que el CCK estuviese listo el día de la fecha patria, el pasado 25 de mayo abrió sus puertas, para que ese último aniversario del desembarco en el poder de los Kirchner, se pudiese mostrar lo que, para algunos, será el monumento de su época.
Y es que desde el anuncio de la obra todo lleva la impronta de los Kirchner y la forma de manejar los presupuestos.
En el 2006, cuando arrancó, se había anunciado que demandaría 900 millones de pesos argentinos (96 millones de dólares), según el ministerio de Planificación Federal. Pero hasta aquí ya se han gastado 2.300 millones (241 millones de dólares), además de otros 1.500 millones (153 millones de dólares) más de partidas adicionales.
“Es posible que sea esto a lo que se refiere el ministro de Economía cuando habla que en Argentina hay inversión productiva”, bromea crítica la diputada y candidata a la presidencia, Margarita Stolbizer.
Lo que no se ha contabilizado aún son los gastos que demandará el edificio para equiparlo, principalmente la sala de conciertos construida en forma de ballena y que el equipo de arquitectos a cargo, denominó La Ballena Azul.
El edificio, patrimonio histórico de la ciudad, comenzó a construirse en 1889 pero fue inaugurado en 1928 bajo la atenta dirección del arquitecto francés Norbert Maillard. De estilo academicista francés, albergó al correo central y el centro de distribución de correspondencia, allí donde hoy se levanta la sala de conciertos.
Durante décadas fue el orgullo de una ciudad que nunca pudo soportar sus problemas de personalidad. Siempre se sintió más europea que suramericana. Problemas que vuelve a poner de manifiesto con este faraónico proyecto, que alberga distintos y dudosos estilos en cada uno de sus pisos, en sintonía con la estética de la que goza hoy el Palacio de Gobierno, a pocos metros de allí, que en las noches luce una iluminación más digna de un cabaret que de la sede del poder político.
“Con este centro se democratiza la cultura y se abre un espacio semejante a L’Auditori, de Barcelona; el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, de Madrid; el Tate Modern de Londres; y el Centro Nacional de Arte y Cultura Georges Pompidou, de París”, explicó el arquitecto Claudio Ferrari, uno de los responsables de la obra.
Aunque ni el Gobierno Nacional ni el de Buenos Aires saben bien qué hacer con otra joya arquitectónica y cultural de la ciudad, el Teatro Colón.
“En lo que no se repara, es que la cultura popular argentina tiende a barrabravizarse cada vez más, lo vemos en cada acto de la Presidenta, en la televisión y hasta en el teatro y, a esta altura de los acontecimientos, en Argentina hay suficientes estadios de fútbol y, encima, vacíos por la violencia”, opina el sociólogo Esteban Gallego.
EL CCK cuenta con una muestra permanente de Néstor Kirchner y más de 40 salas de exposiciones. EFE
Para la ministra de Cultura, Teresa Parodi, este centro “es una ventana al mundo y una inversión a favor de la cultura”, que desató la polémica no solo por el gasto sino por el culto a la personalidad que la administración Kirchner vuelve a hacer gala.
En Argentina existe una ley que solo permite bautizar obras, calles y edificios con el nombre de un expresidente, después de 10 años de fallecido.
Pero las leyes y su cumplimento no son el fuerte de la presidenta ni de los gobernadores que a todo lo bautizan Néstor Kirchner.
Caso omiso a las críticas Al inaugurarlo aún sin estar terminado, en plena campaña electoral, dejó esta perlita:
“Parece que a algunos les molesta que lleve el nombre del expresidente. Si tanto les molesta, ¿por qué no hacen uno mejor y le ponen el nombre que quieran?”.
Pero ni el Centro Cultural, que ya exhibe una muestra permanente sobre Néstor Kirchner (con una foto de Néstor a los cuatro años en el correo de su natal Río Gallegos) y un salón que se llamará Eva Perón, hasta el más mínimo debate sobre los problemas del país, parece llevado a la discusión de niños, en un juego, como parece plantearlo la presidenta cuando recibe críticas.
Pero en ningún, momento se escucharon de su boca o de las de sus ministros, respuestas acabadas sobre qué destino fehaciente iba a tener ese nuevo espacio cultural que lleva el nombre del patriarca de la familia del poder.
“Nadie puede estar en contra de la construcción de un nuevo espacio cultural. Lo que molesta es la forma en que se impone un culto a la personalidad y, principalmente, ver lo que se dijo que se iba a gastar y lo que se lleva gastado, más todo lo que falta por gastar. Entonces arribamos a la conclusión de que lo único transparente en ese edificio es la cúpula”, agrega Gallego, en virtud de que es de vidrio.
Viejo problema
El Gobierno decidió el cierre del edificio como correo en el 2003, luego de que el Grupo Macri, a cargo de Franco Macri (padre de Mauricio Macri, actual jefe de gobierno porteño y candidato a la Presidencia), abandonó la concesión del correo tras dejarlo en la quiebra.
Tal vez por eso, el postulante a la Presidencia por la oposición no aceptó la invitación de participar de la inauguración, aunque a la postre le devolvió el favor a la Presidenta que se negó a ir a la reapertura del Teatro Colón, el 24 de mayo del 2010.
Entre cuestionamientos y falta de transparencia, dos cosas con las que los Kirchner debieron convivir durante los 12 años en el poder, los dueños del diseño vislumbran el edificio como un espacio “en donde haya gente circulando permanentemente como cuando era el edificio principal de correos”, agrega Ferrari.
“En toda la intervención del edificio lo que se hizo fue restaurar las áreas que tenían protección total por Ley; se dejó el mobiliario y la boiserie de lo que fue el sector de despacho de cartas y se construyó lo nuevo donde había protección restringida”, explica Ferrari, para quien esta obra revalorizará ese sector de la ciudad en un edificio que “tendrá mucha gente, mucha vida todo el día”.
Por lo pronto, solo se inauguró la sala de teatro y las exposiciones permanentes. Como la de Néstor Kirchner o las otras seis salas donde se despliega la instalación de la francesa Sophie Calle, denominada Cuídese mucho.
“Es factible que no vaya a haber otra obra que represente tanto y tan bien lo que fueron los años del kirchnerismo como ésta. Una fachada excesivamente bonita que viene de muy atrás en el tiempo, y un interior que busca resignificarlo todo, pero tan solo es un cascarón vacío”, explica el analista Julián Hermida.
Ir a despachar una carta o un telegrama era una verdadera fiesta para los amantes de la arquitectura, según recuerdan los de más edad y los más memoriosos. Ya no hay despacho postal pero podrán revivir cómo era aquella época ya que, las pinturas de Amadeo Dell ‘Acqua, originales junto a los añejos mostradores de madera que los arquitectos llamaron ‘el área señorial’ del Palacio, están en exposición.
Aun cuando el Gobierno no adquirió las obras de arte que conformarán la muestra permanente.
La perla del proyecto no es otra que La Ballena Azul, con capacidad para 1.950 espectadores, que viene a competir con la sala de la Usina de Arte, en La Boca, que salvo la presentación del maestro Zubin Metha, en 2013, no se llenó jamás.
Pero había que dejar una marca de estos tiempos como lo hizo Mitterrand que dejó el del suyo con la Pirámide de vidrio del Louvre. Todo, unos meses antes de la despedida del poder.
Ahora nada más falta que el edificio sea iluminado como el Palacio de Gobierno, que como confesaron funcionarios consultados, el estilo de las luces, obedece al gusto y recomendación directa de “la señora presidenta”, una devota perfecta –más que del buen gusto– de la única cultura posible según su manera de mirar el mundo. La cultura del poder.
JOSÉ VALES
Para EL TIEMPO
JOSÉ VALES
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