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Ya son 20 años de la caída del cartel de Cali

El martes se cumplen dos décadas de la captura de Gilberto Rodríguez Orejuela.

EL TIEMPO
En la casona de tres niveles en el exclusivo sector de Santa Mónica Residencial, norte de Cali, y dentro de una falsa pared, permaneció Gilberto Rodríguez Orejuela los últimos minutos antes de ser capturado, hace 20 años. (Lea: Los secretos de la exmujer de Rodríguez Orejuela)
Eran las 3 de la tarde del 9 de junio de 1995. Desde la parte posterior de la edificación se divisaba buena parte de la ciudad, pero ni siquiera la estratégica ubicación, ni los informantes ni los escoltas fueron suficientes para advertir la súbita incursión del bloque de Búsqueda, que contó con el apoyo de varios helicópteros. Así, en ese operativo planeado y ejecutado al milímetro bajo absoluta reserva, cayó el entonces jefe del cartel de Cali, estructura que llegó a controlar el 80 por ciento del tráfico mundial de la cocaína.
El inmueble en el que Rodríguez Orejuela fue ubicado se convirtió a partir de ese instante en mito y foco de múltiples intereses: desde allegados que sacaron cuanto bien de valor hallaron hasta cazadores de caletas, que ladrillo a ladrillo fueron destruyéndolo todo.
Tras la caída del ‘Ajedrecista’, como era conocido el capo por su habilidad e inteligencia para ir siempre un paso adelante de sus rivales y de las autoridades, se dieron en los tres siguientes meses las caídas –por captura o entrega– de su hermano Miguel Rodríguez, Víctor Patiño Fómeque, ‘el Químico’; José Santacruz Londoño, ‘Chepe’; Henry Loayza Ceballos, ‘el Alacrán’; Phanor Arizabaleta Arzayuz, y Juan Carlos Ortiz Escobar, ‘Cuchilla’. Y un año después cayó Hélmer Herrera, ‘Pacho’.
A Cali no se le han borrado todas las cicatrices, pero la dirigencia actual ve con optimismo el futuro por una economía menos cruzada por el delito. No ha sido sencillo espantar el fantasma de la violencia que alcanzó tasas escalofriantes de más de 100 homicidios por cada 100.000 habitantes, en medio de la irrupción de bandas como el ‘clan Úsuga’ que llegaron a sacar a ‘los Rastrojos’ de la capital vallecaucana, Buenaventura y otras ciudades. El alcalde Rodrigo Guerrero sostiene que los peores momentos han pasado y que la tasa ha ido cayendo a 60 en los últimos años.
Un legado triste
Cali, como lo recuerdan expertos, vivió en la época del cartel tiempos de una bonanza económica artificial, con inversiones en la construcción, el comercio, los medios de comunicación y los equipos de fútbol. El Banco de los Trabajadores, la cadena Drogas La Rebaja, el Grupo Radial Colombiano (GRC) y el equipo América eran solo las inversiones más conocidas. (Lea: Terror del clan de Pacho Herrera vuelve 16 años después de su muerte)
En un libro, William Rodríguez, hijo del ‘Ajedrecista, sostiene que el poder del cartel era suficiente para comprar y controlar el aparato legislativo y el judicial. También, que tuvieron influencia en campañas presidenciales.
Del banco, Gilberto fue vendiendo sus acciones hasta que la entidad desapareció. También perdieron La Rebaja, en la que a través de 800 locales se llegaron a vender 1.000 millones de pesos diarios en todo el país. También salieron del GRC y el América quedó congelado con la Lista Clinton. Juan Miguel Rodríguez, otro de los descendientes, dejó al equipo sin vida económica ni jurídica.
En la avenida del Lago, una deteriorada mansión que ocupa casi dos manzanas es otro símbolo del fin de la opulencia –en la parte trasera hay ahora un laboratorio de la Sijín–. “Los Rodríguez y la cúpula del cartel de Cali fueron exitosos empresarios ilegales. Controlaron buena parte de la economía de la ciudad y crearon sus propios esquemas de seguridad, dirigidos en algunos casos por oficiales del Ejército o la Policía en retiro. También enlazaron a los taxistas que les servían de informantes”, dice Boris Salazar, economista catedrático de la Universidad del Valle.
Parte de ese cambio en el ritmo de vida lo explica el abogado y exfiscal Élmer Montaña: “Hubo un crecimiento artificioso de la economía: se disparó la construcción, el mercado inmobiliario, la compra y venta de artículos de lujo, el comercio de vehículos de alta gama, el mundo del entretenimiento, la rumba. Se llegó a pensar que esta era la ‘Miami’ suramericana”.
Corrupción
Una lista de al menos 200 policías ‘comprados’ por el narcotráfico es otra muestra del poder corruptor, que alcanzó la justicia, la política y el sector empresarial. La fortuna del cartel llegó a superar los 2.000 millones de dólares, aunque después les fueron incautadas 230 empresas y un número similar de propiedades.
Pero esa economía artificial tarde o temprano terminaría colapsando. Desde discotecas y restaurantes hasta grandes empresas se fueron a pique y empezaron a abundar las casas y apartamentos abandonados por los subalternos de los capos.
Además, Salazar explica que en ese entonces quedó a la deriva un gran número de personas armadas, entrenadas y sin patrón que, en algunos casos, se pusieron al servicio del cartel del norte del Valle y en otros empezaron a sembrar el terror para ejercer dominio. “Ese fue el tiempo de los mayores índices de violencia en la ciudad”, dice el economista y añade que ese fue el inicio de las cruentas disputas por las caletas y los bienes de sus anteriores jefes.
En 1994 y 1995, las cifras históricas de homicidios fueron de 2.239 y 2.064, respectivamente. Estadísticas similares solo me volvieron a ver –aunque con una población mayor– en el 2003 (2.110 casos) y el 2004 (2.161).
Ajuste de la economía
Alberto Ramos Garbiras, profesor de Ciencias Políticas, expone que tras el desplome de esa bonanza, fruto de la ilegalidad y el crimen, se produjo un ajuste en la economía, especialmente en bienes raíces. Por su parte, Gabriel Velasco, director de la Andi en el Valle, señala que años después el empresariado de la región “ha superado todos estos problemas, ha innovado, construido economía, y ahora se ve un sector industrial diverso y en crecimiento”. Y añade que van 14 meses de una buena producción industrial por encima del promedio nacional. “En los últimos cuatro años han llegado 40 compañías al Valle y en la Cámara de Comercio los registros siguen creciendo”, sostiene Velasco.
Sin embargo, aunque por primera vez en 20 años hay una sensible reducción en los índices de homicidios en Cali y el Valle, lo que sí se sufre aún es la atomización del narcotráfico. Aparecieron minicarteles en el norte del Valle, la Costa Atlántica, Antioquia y otras regiones del país, así como nuevas rutas para el tráfico de droga. Se disparó el consumo en las distintas ciudades y nacieron las guerras por el control de las ‘ollas’.
“La violencia continúa, se transforma. De esos pequeños carteles procedentes de otras regiones del país, ahora hay una distribución urbana de los espacios de mercado y muchos otros entraron al negocio. Las pandillas están involucradas ahora en la distribución de los estupefacientes y las extorsiones”, concluye Ramos Garbiras.
Caletas, mujeres bellas y opulencia
En la época del máximo poderío del cartel de Cali, los cumpleaños de los hijos de los capos se celebraban en un piso entero de un reconocido hotel de Cali, con la presentación de famosos baladistas y grupos de salsa. Por supuesto, las mujeres bellas eran parte central de las fiestas en las que predominaban los excesos. De hecho, se sabe que en años posteriores, tras las capturas de los capos, las cárceles de Villahermosa y Palmira, donde permanecían detenidos, se convertían en auténticas pasarelas, durante las semanas siguientes a los reinados de belleza.
Las caletas también eran un símbolo oculto de la opulencia. Tras la caída de Pablo Escobar aumentó la construcción de los escondites de dinero, pues los Rodríguez sabían que la mira de las autoridades se centraba ahora en ellos.
Esos tiempos coinciden con la muerte o desaparición de no pocos trabajadores y maestros de construcción, y se deduce que los capos no podían dejar vivos a aquellos que pudieran llegar a delatarlos. (Lea: 'Gaviria sabía de narcocasetes': Pastrana)
Otros recuerdan que la vía Panorama, paralela a la Cordillera Occidental en el Valle, era cerrada en las noches para convertirla en una improvisada pista de avionetas que trasladaban jefes del cartel, cocaína, armas y dinero.
Igualmente, los taxistas eran una especie de ojo vigilante contra los enemigos del cartel de Medellín: desde el aeropuerto, hoteles y otros puntos, informaban la presencia de personajes sospechosos, Aquel que era descubierto aparecía luego descuartizado.
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