Son dos fenómenos que se tocan. El de las redes sociales, que permiten en segundos compartir con millones un hecho relevante, y el del aumento del hurto a personas en Bogotá. Las cifras de la misma Administración muestran que este pasó de 218 casos por cada 100.000 habitantes en el 2009 a 356 en el 2014.
Como lo reseñó el pasado martes este diario, cada vez son más comunes los videos de ciudadanos que arremeten violentamente contra una persona aprehendida por ellos y a quien acusan de cometer un robo. Las agresiones suelen prolongarse hasta que hace presencia la autoridad para proteger a esta persona del linchamiento en curso. La víctima tiene pleno derecho a capturar al agresor, pero hasta ahí. Debe esperar a que la Policía lo entregue a la autoridad competente y, por supuesto, proceder a entablar la respectiva denuncia.
Ante todo, hay que ser muy claros en que nada justifica, y bajo ninguna óptica es aceptable, que particulares intenten hacer justicia por mano propia. Dicho remedio es mucho, pero mucho peor que la enfermedad, y Colombia bien sabe de eso, de lo que a la postre ocurre cuando una sociedad tolera en mayor o menor medida a quienes así obran.
El deseo de venganza ante el delincuente debe contenerse. Justamente si el avance de la civilización humana ha sido posible es porque la razón ha logrado aplacar dichos impulsos, que, a corto plazo, pueden satisfacer un deseo, pero que a largo plazo simplemente garantizan la inviabilidad de una comunidad.
Ahora bien, tal consideración no impide una mirada analítica al problema, en busca de sus causas y, sobre todo, de cómo ponerle freno. Y aquí surge inmediatamente, entre lo que estaría motivando semejantes reacciones, la sensación creciente de inoperancia de la justicia y la constatación frecuente de muchas personas de que, cuando opera, no es lo suficientemente severa. El mismo general Rodolfo Palomino aseguró que solo el 17 por ciento de las personas capturadas este año en Bogotá por sus hombres hoy están tras las rejas.
Así las cosas, además de un necesario llamado a los bogotanos para que desistan de esta conducta, que raya con el salvajismo, hay que pedirles a las autoridades que tomen nota de todo el panorama y reaccionen. Ello exige que el Distrito y la Policía trabajen de manera mucho más coordinada, como tanto se ha insistido desde estos renglones.
Actuar para que, por ejemplo, las cámaras de alta definición que se están instalando en calles y estaciones de TransMilenio cuenten lo antes posible con su centro de monitoreo, y también para lograr que los legisladores les den a los jueces más herramientas.
En este sentido, está claro que el populismo penal no tiene por qué ser la única salida. Una buena imagen de la justicia no está necesariamente atada a que esta profiera largas condenas. Depende de que el afectado sienta que quien atentó contra él y sus bienes recibió castigo proporcional a la gravedad del hecho delictivo.
Aquí el abanico de opciones es amplio. Desde la reparación hasta el trabajo comunitario, pasando por multas severas o restricciones de movilidad; todas, por supuesto, con énfasis en la rehabilitación para que, una vez cumpla su deuda con la sociedad, el delincuente no vuelva por los mismos fueros.
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