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La tiranía de la conectividad

¿Cuánto tiempo cree que puede sobrevivir sin 'conectarse' a un aparato electrónico? ¿Días? ¿Horas?

LUXEMBURGO. ¿Cuánto tiempo cree que puede sobrevivir sin ‘conectarse’ a un aparato electrónico? ¿Días? ¿Horas? ¿Minutos?
Hoy, al llegar a una clase de ejercicios, nos informaron que el profe estaba de vacaciones y que quien venía a reemplazarlo iba a llegar tarde. Ocasión perfecta para conocer a las otras mujeres que veo cada semana, pero con quienes no hay tiempo de conversar en clase. Lo que ocurrió, sin embargo, es que cada una sacó su teléfono y entró en ‘conexión’.
Vivimos en tiempos de la tiranía de la conectividad.
Es como si todos fuéramos médicos de turno, o agentes secretos, o presidentes de una nación en peligro, o generales en guerra, y probablemente esos personajes no necesitan revisar compulsivamente el teléfono dondequiera que estén, como tantas personas “comunes y corrientes” hacen para asegurarse de que no se están perdiendo de algo. Y no se trata solo de revisar la cuenta de e-mail en Gmail, también hay que revisar la de Hotmail y muchas veces otros portales y redes sociales. Además, hay que revisar los trinos recibidos y a cuántos les ha gustado el trino enviado. Y marcar ‘me gusta’ en las fotos que otros han subido al Facebook, y hacer comentarios tan cortos y superficiales como sea posible.
Mantenerse a flote en la oleada de conectividad se ha convertido en una actividad de tiempo completo. Al vivir bajo esa tiranía, la gente desarrolla sus propios modales y maneras. ¿Cuánto tiempo hay que esperar antes de responder un mensaje, o de hacer un comentario en Facebook, o de subir la selfi más reciente, o de informar sobre el video que se acaba de ver, o de manifestar preferencia por zapatos azules, o de lo que acaba de comer en un restaurante, con la foto correspondiente, lo cual, desde luego, es información que requiere ser trinada de inmediato?
Son preguntas retóricas porque, sin notarlo, con la tiranía de la conectividad hemos caído en la adicción de la inmediatez. En la jerarquía de comunicación de hoy, actividades más ‘personales’, como una llamada telefónica o una conversación cara a cara, están en los últimos puestos; cartas o tarjetas escritas a mano, en la casilla del fondo. Cliquear ‘me gusta’ o escribir un comentario en Facebook es instantáneo.
Esa capacidad de inmediatez se ha convertido en la nueva ‘intimidad’. Las mujeres de mi clase no tienen interés en conversar porque necesitan cada minuto para mantener contacto inmediato con gente que no está frente a ellas. Nuestras relaciones no se miden por conversaciones personales, sino por número de clics, ‘me gusta’, vistas, trinos y retrinos.
Y si nuestra comunicación está cómodamente contenida en teléfonos inteligentes, el resto de necesidades lo están cada vez más también. The Washington Post dice: “Ahora hay un Uber para todo”, en referencia a que con un clic en una de las muchas aplicaciones ofrecidas en los teléfonos móviles se puede obtener prácticamente de inmediato desde un cocinero que venga a preparar la cena, alguien que haga sus compras, que le estacione el auto, que haga la limpieza, que le organice el clóset o le ponga orden a su garaje, hasta alguien que le haga la maleta en su puerta en menos de 10 minutos cuando va a viajar.
Cuantas más redes sociales, plataformas de mensajes y aplicaciones de servicios acogemos, más se dispersan y hacen difusas nuestras habilidades de comunicación, o son simplemente apariencias, ilusiones, disimulos, superficialidad.
Probablemente sea imposible evitar la dispersión de nuestra atención en línea, hasta el punto del sinsentido, pero vale la pena intentarlo. Hay padres de familia valientes que imponen restricciones a los hijos sobre el tiempo que pueden estar ‘conectados’. Mi más reciente récord de ‘desconexión’ es un día y medio. ¿Y el suyo?
Cecilia Rodríguez
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