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La dinastía López y su huella imborrable en la música

Esta familia será homenajeada en el Festival de la Leyenda Vallenata, que empieza esta semana.

Cuando Gabriel García Márquez fue por primera vez a La Paz, Cesar, en 1952, invitado por el escritor y médico del pueblo, Manuel Zapata Olivella, y por el compositor Rafael Escalona, pidió que le presentaran al mejor acordeonero de la zona. Y lo llevaron a la casa de Pablo Rafael López. (Lea también: 10 planes para gozarse el festival vallenato)
El lugar estaba de luto y en toque de queda. Ni el acordeonero quería tocar. Pero cuando lo convencieron, su música atrajo como un imán al resto del pueblo, que llegó con sus músicos, cantantes, verseadores y parranderos. Así terminó el toque de queda.
Y es que Pablo Rafael, casado con Agustina Gutiérrez, prima del padre de Alfredo Gutiérrez, alternaba su trabajo en la finca con la ejecución musical que convirtió su casa en una de las más visitadas del pueblo. Había aprendido a tocar viendo a su padre y no era el único de su familia con talento musical, pues dos de los López, su hermano Juan y su primo Dagoberto, habían sido reclutados dos años antes por Zapata Olivella para hacer una gira, ahora legendaria, que le mostrara al país la belleza de las músicas tradicionales del Valle de Upar.
Pablo Rafael López, padre de Pablo, Miguel, Elberto el 'Debe' y Alfonso. Foto: Archivo particular.
Fue una gira muy osada, que llevó a los primos López al Teatro Colón de Bogotá, lo que escandalizó a la gente, porque la música de acordeón estaba mal vista y aquel era un recinto destinado a lo clásico.
Y mientras ellos hacían leyenda, en la casa de La Paz, los hijos mayores de Pablo Rafael –Pablo Agustín (1935) y Miguel (1938)– daban muestras de que le darían continuidad a esta historia. “Mi papá dejaba el acordeón en un baúl. Y Pablo y yo, después del desayuno, nos subíamos y nos poníamos a tocar: él tocaba acordeón y yo, la caja. Después se invirtieron los papeles”, recuerda Miguel López, uno de los integrantes de esta dinastía, que será homenajeada en el Festival de la Leyenda Vallenata, que comienza mañana.
Pablo descubrió que el acordeón no era lo suyo. “A la cuarta pieza me hastiaba”, dice. Así que su hermano menor le hizo el cambio.
Que Miguel sería acordeonero se supo desde que tenía 7 años. En cambio, el talento de Pablo permaneció oculto más tiempo. Salió a la luz cuando ya se había mudado a Bogotá (1956) para terminar el bachillerato en el Colegio del Rosario.
Había una pequeña colonia de Valledupar en Bogotá. Entre ellos estaba Hernando Molina, amigo de familias de la alta sociedad bogotana, y quien se propuso contagiarles su amor por la música de su tierra. Los invitaba a su ciudad y les organizaba parrandas en las que tocaba la caja.
Y un día se aparecieron en el colegio de Pablo y pidieron permiso para llevárselo. “Lo traeremos el domingo tempranito”, prometieron. Iba a gozar de la fiesta, pero Molina se “traguió” y no pudo tocar más –dice Pablo– y cuando ya pensaban que la parranda moría, alguien recordó que él se defendía en la caja. No solo rescató la fiesta, sino que se convirtió en el cajero más célebre del folclor.
Así comenzó un camino musical que pasó por Los Gaiteros de San Jacinto (aparece con ellos en la cinta mexicana Llamas contra el viento, 1955), y fundó, con otros músicos, un conjunto que se armaba para grabaciones, en las que cantaba Pedro García y Esthercita Forero hacía coros. Grababan cumbias y pocos vallenatos.
“Es que en Bogotá solo se oía bambuco y algo llanero –recuerda–. La música de acordeón no pegaba, así que metíamos instrumentos de viento”.
Con su conjunto, Los Universitarios, buscaban grabaciones y espacios en radio. Llegaron a acompañar a Everth Castro, el humorista, en sus shows. Y consiguieron trabajo en Radio Santa Fe, en donde interpretaron de todo, entre 1962 y 1966.
Pablo grabó las versiones 'La pollera colorá' y '039', grabadas por la mexicana Linda Vera, hecho que cobró importancia en 1968, cuando lo invitaron a competir en las Olimpiadas Deportivas y Culturales de México. Allá llegó con Alejo Durán. “Le dije: ‘Olvídese de esos paseos suyos, hay que tocar estas dos, que suenan aquí’ ”. Y ganaron la medalla de oro. Vencieron en la final a unos alemanes que no salían de su asombro al ver el uso que le daban al acordeón en Colombia.
Alejo Durán abraza al cajero Pablo y a Miguel López. Foto: Archivo particular.
Al volver, Pablo estaba decidido a fundar un conjunto de acordeón, caja y guacharaca, cuya discografía hiciera contraste con la música corralera que se grababa. Y tocó puertas en las disqueras. Le decían: “Es que solo te conocemos a ti. No sabemos quiénes son Miguel López, Jorge Oñate, ni Poncho Zuleta”.
Emparentado por parte de madre con los Zuleta, Pablo sabía del gran talento de Poncho Zuleta en la guacharaca. Y ¿cómo no llamar a su hermano Miguel, que, durante esos años en La Paz, había tomado el lugar de su padre como acordeonero para desafiar?
En esos años, Miguel López había empezado a animar parrandas. Primero, con su primo Dagoberto como cantante, pero cuando a este lo trasladaron por trabajo, buscó a alguien más. Y le recomendaron a un adolescente llamado Jorge Oñate. Cuando Pablo los mandó llamar, juntos fueron a las audiciones.
Y los firmó la CBS (ahora Sony) después de una extensa audición de un día entero. Dice Miguel López que se tardaron solo un día en grabar el LP completo. Fue el primero de una discografía de nueve álbumes de Los Hermanos López, con Jorge Oñate en la voz, que tuvo su época dorada entre 1969 y 1975. En esos años, ganaron Congos de Oro y ablandaron la resistencia que había hacia esta música en las disqueras.
Miguel López, aunque delicado de salud, todavía toca el acordeón. Foto: Archivo particular.
La familia seguía dando acordeoneros. Los hermanos menores de Pablo y Miguel, Alfonso y Elberto el ‘Debe’ López, ya estaban tocando. El ‘Debe’ fue integrándose al grupo como asistente y a veces suplente de Pablo en la caja.
Y llegaron los reinados. El Festival de la Leyenda Vallenata se hizo por primera vez en 1967 y en 1972 Miguel fue el primer concursante que llevó cantante aparte (los acordeoneros solían cantar en la competencia): Oñate. Pablo, en la caja, dejó su huella: “Lo más bonito fue la puya –cuenta Diva López, una de las hermanas–. Cuando Pablo hizo el solo de caja, se fajó en eso. De pronto entra Migue y todo el conjunto. Esa gente se paró a decir que ellos ganaban”.
Y fue tal la alegría en La Paz que la Alcaldía del municipio organizó un paseo de celebración. Las mujeres de la familia dicen que si antes llegaban a casa acordeoneros de todas partes preguntando por Miguel, con la excusa de visitarlo para después desafiarlo a ver quién tocaba más, con el reinado, ese efecto se multiplicó. A don Pablo Rafael le tocó poner cerca porque no cabía la gente.
Y ya iba creciendo la siguiente generación: el hijo mayor de Miguel, Álvaro (1958), ya soñaba con ser rey vallenato (y fue rey aficionado en el 76 y el 78). Lo mismo pasaba con su primo Navín, hijo de Dagoberto, que se coronó rey infantil en 1977.
El conjunto de Los Hermanos López se disolvió en 1974, con el retiro de Jorge Oñate. Miguel armó conjunto aparte con Freddy Peralta. Poncho el guacharaquero sacó a relucir su voz y armó grupo con su hermano Emilianito Zuleta. Pablo tomó camino hacia el conjunto de su primo Alfredo Gutiérrez y el ‘Debe’ López decidió probar como acordeonero con la voz de un cantante nuevo: Diomedes Díaz. Juntos grabaron el álbum Tres canciones.
“Cinco grupos musicales se desprendieron de Los Hermanos López”, resalta Álvaro, rey vallenato 1992, el último acordeonero que grabó con Diomedes Díaz.
Tal como pasó con su padre, Álvaro López aprendió a tocar a escondidas, sobre todo de su madre, que era severa en los castigos si lo pescaba con el acordeón.
“Recuerdo cuando mi papá se iba a Bogotá a grabar –dice Álvaro–. O cuando iba a las parrandas y mi mamá me mandaba a buscarlo a donde fuera. Yo tenía 12 o 13 años, me tocaba sentármele al ladito hasta que terminara. Me dormía en los asientos detrás de él acompañándolo, para llevarlo al final a la casa”.
En el 80, el turno de ser rey vallenato fue para su tío el ‘Debe’. Cuenta Pablo, con un dejo de nostalgia, que su padre se emocionó tanto que quizás eso le generó el ataque al corazón que acabó con su vida días después de celebrar el reinado.
El siguiente rey vallenato de la familia fue Alvarito (1992), veinte años después que su padre. Y también fue pareja musical de Jorge Oñate entre 1986 y 1997 y después acompañó a Rafael Santos Díaz, hijo de Diomedes, en su debut musical. Finalmente, fue el acordeonero del ‘Cacique de la Junta’ en sus tres últimos discos, incluido Listo pa’ la foto, que ganó el Grammy Latino en el 2010.
Álvaro López, rey vallenato 1992, y su padre, Miguel, el quinto en obtener la corona, en 1972. Foto: Archivo particular.
Entre tanto, su tío Pablo era el terror de los aspirantes a ser rey vallenato. Había acompañado en la competencia a su primo Alfredo Gutiérrez (1974) en el primero de sus tres reinados y ganó en el primer Rey de Reyes, cuando tocó con Colacho Mendoza. Fue cuando Consuelo Araújo Noguera se le acercó y le quitó la caja de las manos: “Compadre, hasta aquí fue usted en la competencia”.
Navín es el rey más reciente de esta dinastía de acordeoneros. Obtuvo el mismo título en el 2002.
Ahora que el Festival Vallenato le hace homenaje a su familia, Álvaro se dio a la tarea de grabar un disco con las clásicas canciones del conjunto de su padre en el que se integraran las diferentes generaciones de la dinastía, incluidos su hermano Román y su hijo Álvaro Miguel.
“Con este homenaje, he descubierto que la gente sí nos quiere –concluye–. No tenemos plata, pero sí un corazón humilde y fuerza para seguir engrandeciendo el folclor”.
LILIANA MARTÍNEZ POLO
Cultura y Entretenimiento
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