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Escándalo y confusión

'Conservadores los hay de todas las salsas o pelajes, de izquierdas y de derechas, beatos y ateos.'

En nuestra confusión planetaria actual, solo se escandalizan por lo que ven o lo que oyen los conservadores. Claro que conservadores los hay de todas las salsas o pelajes, de izquierdas y de derechas, beatos y ateos, belicosos y pacifistas… Unos se escandalizan ante el sufrimiento de los inocentes y otros ante la falta de castigo de los culpables.
Hasta hay conservadores del mero sentido común, que se estremecen con los disparates y las inconsecuencias que oímos diariamente por parte de unos y de otros.
Un reciente escándalo mediático ha sido el causado por los estilistas italianos Domenico Dolce y Stephano Gabanna que, frente a las adopciones por parejas del mismo sexo, han defendido el derecho de los niños a tener padre y madre y el modelo de familia tradicional. Lo cual ha despertado la indignación de Elton John, Madonna, Jorge Javier Vázquez y otros pensadores contemporáneos, así como los vítores de la prensa de derechas y de representantes del clero.
Dejemos de lado la invocación poco afortunada a la familia “tradicional”. Las tradiciones familiares no solo son distintas en los diversos países y culturas, sino que dentro de cada modelo han variado sustancialmente a lo largo de las últimas décadas, por no remontarnos más atrás.
En un país como España, por ejemplo, que sin duda conserva aún vivas tradiciones familiares muy arraigadas, los modelos de convivencia doméstica han variado sustancialmente desde mi infancia por influjo de la incorporación de la mujer al mundo laboral, el tipo de vivienda urbana, la frecuencia de la separación legal de parejas, la aceptación de formas de sexualidad ayer prohibidas, etc.
La única tradición que no varía es la de querer tener una familia, por mucho que cambien las pautas por las que se rigen los diversos modelos. Pero en lo que tienen razón los dos estilistas italianos es en poner el énfasis en los hijos que han de crecer en cualquiera de esas familias.
Porque los adultos pueden acomodarse a la forma de convivencia que mejor les parezca o más adecuada sea a sus circunstancias laborales o eróticas, pero los niños tienen en cambio sus propias exigencias y no están en condición de exigirlas por sí mismos.
Y aquí hay que hacer una distinción fundamental. Una cosa es criar niños adoptados, que han perdido a sus padres biológicos o no pueden ser mantenidos por ellos, y otra encargar a una probeta o un vientre de alquiler la procreación de un infante que venga a satisfacer las ansias de paternidad de quien no puede verlas cumplidas sin tal prótesis.
En cuanto al primer caso, cualquier persona con afán de dar cariño y los debidos requisitos intelectuales y éticos (ni que decir tiene, casi da vergüenza mencionarlo, que sus preferencias sexuales nada tienen que ver con su idoneidad moral) es adecuada para adoptar menores y en algunos casos será meritorio que lo haga. Pero se trata de cuidar, criar y educar, no procrear.
En el segundo caso, poco hay que objetar si se trata de una pareja heterosexual con problemas de fertilidad y que necesitan ayuda científica para reproducirse. Pero en cambio no creo que nadie tenga derecho ético –aunque sea legal en algunos países– a “tramitar” un recién nacido que carecerá desde la cuna de padre o madre.
Nadie debe arrogarse la facultad de programar huérfanos. Los seres humanos somos fruto del mestizaje de los sexos y de un apasionamiento entre géneros distintos, pero que nadie tiene derecho a obviar por procedimientos industriales. Esa filiación de padre y madre es la raíz de lo humano, convertida por nuestra imaginación simbólica en origen de la aventura que cada cual protagoniza sobre la Tierra.
Como bien ha dicho Stephano Gabanna, no se puede tener todo y hay formas de vivir la sexualidad que, aunque irreprochables éticamente, excluyen procrear hijos.
En cambio no impiden cuidar huérfanos ajenos, tratando de procurarles todo el afecto y el conocimiento que les sea posible. Sin duda hoy existen ya más formas de familia de las que la tradición ortodoxa conoce: pero ninguna debe privar a nadie deliberadamente de tener padre y madre, aunque luego la biografía dicte caminos muy distintos de relación con ellos.
FERNANDO SAVATER
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