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El espejo

Laura Juliana, de 25 años, experimentó con su otro yo en este cuento que nos envió desde Bogotá.

Hace poco adquirí un departamento en una zona vieja de la ciudad, que empezaba a quedar deshabitada. Cierta ocasión, en que al regresar entrada la noche, me recibió una calle mal iluminada rodeada de volutas de niebla, sentí que me seguían. No pude librarme de la impresión, incluso dentro del edificio, y contribuyó poco, que el gato estuviera inquieto y se mostrara ansioso a mi alrededor. Encendí todas las luces, y me asomé por una ventana.
Fuera estaba tan obscuro que la luz de la habitación, proyectaba un recuadro amarillo sobre la nada, como si flotara en una burbuja de alquitrán.
Luego de ponerme el pijama, me dirigí al baño y el gato brincó fuera de la cesta de ropa, sobresaltándome. Me cepillé los dientes con los nervios de punta, y apagando todas las luces, me metí a la cama.
Debía ser de madrugada, cuando una brisa gélida me levantó de golpe. Me pregunté vagamente por qué me había acostado sobre la cama tendida cuando un resplandor en el pasillo me llamó la atención. Me levanté tiritando pero empecé a temblar por una razón muy distinta. La puerta principal estaba abierta.
Iba a encender la luz cuando escuché un grito seguido de un golpe. El baño se iluminó brevemente mientras el gato erizado siseaba en la entrada, de pronto se calmó y empezó a maullar. Al asomarme fui presa de la curiosidad, el reflejo del espejo, mostraba mi piso con todas las luces encendidas, a pesar de que en efecto, yo no había encendido ninguna. Era como avistar una realidad distinta. Me pasé la mano por el cuello empapado, tratando de aliviar una molestia fugaz al tiempo que mi otro yo se asomaba al espejo para cepillarse los dientes.
Acto seguido alguien por detrás estrelló la cabeza del “reflejo” contra el cristal. El gato brincó fuera de la cesta de ropa siseando y una sensación de dejavú se apoderó de mí. Tuve que observar horrorizada, como trasteaban con ese cuerpo desmadejado, arrastrándolo por el suelo hasta la bañera. La hoja de un cuchillo se deslizó veloz por el cuello de mi yo inconsciente.
Chillando golpeé la pared y todo se quedó en silencio.
Por primera vez me fijé, en que el espejo de este lado también estaba roto y había salpicaduras oscuras en el lavabo. Retrocedí temblando y resbalé cayendo en un pequeño charco.
El gato lamía el piso allí donde el goteo continuo de un líquido oscuro, bajaba por un brazo de color blanco azulado, sobresaliendo de la bañera. Escuché sonidos apagados e indistintos, me incorporé asomándome a través de la extraña ventana y el gato del otro lado saltó al lavabo maullando. Puso dos patas sobre el cristal roto, en el sitio exacto, donde yo apoyaba una mano ensangrentada.
LAURA JULIANA ÁLVAREZ MANTILLA
Bogotá
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