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Las cosas de Perogrullo

La lucha para consolidar una verdadera paz social pasa inevitablemente por las aulas escolares.

La semana pasada participé en una reunión convocada por el Ministerio de Educación para discutir una de las propuestas para incidir en la calidad de la educación básica. Se trata de aprovechar la información generada por las pruebas Saber, que se realizan en diversos grados, para construir un índice de calidad que considere diversos factores.
El Ministerio hará llegar a los colegios un informe en el cual se podrá ver un puntaje que combina el resultado de las pruebas de lenguaje y matemáticas, el ambiente escolar, la tasa de promoción y la comparación de cada institución con los promedios de la misma entidad territorial y del país. Esto da respuesta a una inquietud generalizada, que ve con mucha reserva el desempeño académico como el único criterio de calidad.
Una de las virtudes de la iniciativa es que les da un valor individual a los diversos niveles educativos: básica primaria, básica secundaria y media. Esto permitirá a los rectores, maestros y familias conocer con mayor detalle cuál es la situación de los colegios y buscar estrategias apropiadas de trabajo pedagógico para cada etapa del desarrollo. A partir de esta información será posible establecer metas de progreso, consistentes en reducir rápidamente el número de estudiantes que se encuentran en los niveles más bajos, procurando que se vayan desplazando hacia niveles superiores.
Otra característica del índice es que tiene mayor importancia el progreso de cada colegio con respecto a sí mismo que su lugar en un ranking, al estilo de los que algunas publicaciones hacen con los resultados de Saber 11. En otras palabras, será mejor un colegio que logre rápidas transformaciones, pasando de resultados bajos a unos significativamente superiores, que aquellos que simplemente muestren un puntaje alto, que eventualmente tiene más que ver con el origen sociocultural de los estudiantes que con el esfuerzo colectivo de la institución.
El 25 de marzo se realizará en todos los colegios del país una actividad especial que permitirá crear un ambiente de reflexión y movilización de las comunidades educativas en torno a la propuesta. Ese día, denominado el día E (por Excelencia), se dedicará a la explicación del mecanismo y la forma como puede usarse el índice para asegurar la mejor educación posible para los niños.
Una de las premisas más importantes de esta propuesta consiste en hacer evidente aquello que siendo obvio pareciera no tenerse en cuenta: se trata de que los niños aprendan y no de que los maestros enseñen. Suena a perogrullada, pero por desgracia es lo que suele ocurrir. La evidencia está a la mano: cada día miles de maestros enseñan sin parar en todos los rincones del país, pero las pruebas muestran que los estudiantes no aprenden. Eso es como si un ejército comprara miles de fusiles cuyo único problema es que no funcionan.
El país viene haciendo grandes inversiones en educación y siempre habrá que hacer otras nuevas, pero es indispensable garantizar, tanto como sea posible, que el dinero se use en aquello que muestre resultados verificables. No es suficiente conseguir grandes presupuestos para asegurar que habrá progresos efectivos en la calidad.
El derecho a la educación no se agota con la disponibilidad de un pupitre en el cual sentarse por diez, doce o catorce años. Ese derecho solo se hace efectivo si garantiza a los jóvenes ciudadanos la oportunidad de desarrollar sus potencialidades individuales y su posibilidad de acceder a todos los bienes materiales e intelectuales que se reservan a quienes logran completar los niveles superiores de la educación.
La lucha contra la pobreza, la inequidad y la segregación social, condiciones para consolidar una verdadera paz social, pasa inevitablemente por las aulas escolares. Ese, y no otro, es el principal compromiso político de quienes hemos optado por la profesión de maestros.
Francisco Cajiao
fcajiao11@gmail.com
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