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¿Quién quiere un BMW?

Hay que desestimular, con educación y con ejemplos de vida, las ambiciones de acumular.

Hace bastante tiempo, aún de estudiante, un conocido se reía de mí. Decía que no entendía por qué los 'nerdos' cuadriculados se quemaban las pestañas para conseguir un B. A., luego un M. Sc. y, finalmente, un Ph. D. si él, hacía tiempo y con menor esfuerzo, tenía un BMW. Mi respuesta fue: ¿Y quién diablos quiere un BMW?
Todavía pienso así. Han pasado años, he conocido miles de personas y ninguna de ellas quisiera ser la más rica del mundo. Tal vez mi grupo no es representativo, pero la aspiración de mis conocidos es la de tener satisfacciones en el trabajo y una vida con significado (por supuesto, una vez satisfechas sus necesidades y las de su familia).
He conocido empresarios millonarios, a los cuales un ingreso adicional los tiene sin cuidado, pero que siguen trabajando duramente por la satisfacción que les produce el éxito de una idea. Vivo en un mundo académico en el que (a pesar de que se quisiera ganar mejor) lo que realmente condiciona el trabajo es el deseo de obtener una respuesta a una pregunta compleja, de entender y ayudar a entender un problema abstruso, de tener buenos resultados en un experimento incierto.
Conozco músicos de orquesta que entran en éxtasis al menos una vez por semana en sus conciertos, maestros que se emocionan con la superación de un alumno, mecánicos a los que el ruido de un motor bien afinado les suena a melodía y jardineros que ven con deleite florecer sus plantas.
Digo esto porque cada vez más parece que los “macroeconomistas” y los ciudadanos del común vivimos en universos paralelos. Ellos, muy preocupados con las inmensas acumulaciones de capital; y, por otro lado, la gente, tratando de ser feliz. No tengo dudas sobre el peligro del crecimiento del poder político en manos de los grandes capitales: hay que evitarlo, y pareciera que la mejor vía es aplicando más y mejor democracia, más impuestos y redistribución a través de proyectos sociales.
Pero creo que al plantear los modelos económicos habría que invitar también a psicólogos y filósofos a opinar. Tal vez así se entendería mejor aquello que hace feliz a la gente. La preocupación debería centrarse en diseñar estrategias para mejorar las posibilidades de bienestar de los pobres, más que en teorizar sobre las acumulaciones, que son cada vez más virtuales, más abstractas, con movimientos de muchos ceros que se fusionan y se fragmentan en algún lugar del ciberespacio, que no tiene nacionalidad, que ni siquiera parece ser de este planeta.
Kahneman recibió el Nobel de Economía no a pesar de ser psicólogo, sino por serlo. Su escuela (y otras) ha mostrado cómo las decisiones de la gente no están regidas por una estricta lógica económica. A la gente del común le importa poco el coeficiente de Gini (que define la desigualdad en la distribución de la riqueza) si siente que donde vive puede realizarse y que hay un futuro grato para sus hijos. Esa gente no lee Forbes ni tienen interés en sus listados de magnates.
Seguro peco de gran ingenuo, pero la afirmación de que la actual concentración de dinero disminuye la movilidad social también me parece contraevidente. Hoy, las grandes riquezas están en manos de hijos de emigrantes como Carlos Slim, de jóvenes de origen humilde como Steve Jobs o Bill Gates, o de mafiosos sinvergüenzas como los rusos que se apropiaron del petróleo tras la caída del régimen soviético.
Creo, en resumen, que los modelos de desarrollo económico deberían centrarse en generar condiciones para que la gente exprese sus potencialidades. Hay que desestimular, con educación y con ejemplos de vida, las ambiciones de acumular. Esas ni siquiera son naturales a la especie humana, que se parece mucho más a la cigarra que a la hormiga.
@mwassermannl
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