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El golfista Jesús Amaya llegó a su estrella 100

De cargar bultos y palos a jugar con los mejores del mundo. Perfil.

JOSÉ ORLANDO ASCENCIO
El abrazo de su hija menor, Sofía, fue el mejor premio que recibió Jesús Amaya el domingo pasado, en el hoyo 18 del Carmel Club, donde concretó su victoria número 100 como golfista. Pero para llegar a ese momento de alegría, Estrellita tuvo que escapar de la muerte, trabajar en lo que saliera y darle vueltas al país, para luego conocer el mundo gracias a un deporte al que llegó casi por accidente.
El apodo de Estrellita aparece en sus primeros días como cadi en su club de toda la vida, La Florida, porque vivió mucho tiempo en el barrio La Estrella, en el suroriente de Bogotá. Pero su lugar de origen está 736 kilómetros al norte: Apartadó (Antioquia), donde nació el 25 de agosto de 1969, y de donde tuvo que huir, con su mamá y sus hermanos, para evitar la muerte.
“Mi papá, que era chofer de flota, era muy malo. Un día, mi abuela materna se enfermó y mi mamá tuvo que irse tres días a Bogotá. Él dio la orden de no dejarnos salir de la casa. Nos amarraron a las patas de la cama con alambre dulce”, recuerda Amaya. “Cuando mi mamá volvió, el ayudante del bus nos dijo que, el fin de semana, mi papá nos iba a llevar a un paseo a Necoclí, y que allá nos iba a botar al mar”, agrega.
Así era Estrellita en sus primeros años como profesional. Otro peinado, pero la misma consistencia para jugar. (Archivo particular)
La madre de Jesús se llevó a los niños para evitar la muerte, pero el bus en el que se escaparon, en el que Jesús y sus hermanos iban escondidos en el maletero para que no los encontraran, cayó a un abismo. Hubo 12 muertos, pero ninguno de los miembros de la familia Amaya Contreras sufrió un rasguño. A los 5 años, Jesús sabía que tenía estrella...
El golf no estaba aún en los planes. Primero, duraron dos días para llegar a Bogotá, y luego se fueron a vivir en una vereda de Dolores (Tolima). El trabajo en el campo lo aburrió: solo hacían mercado una vez al mes y el viaje duraba 11 horas. Jesús terminó convenciendo a su familia de mudarse a Bogotá, a donde llegaron con el poco dinero que recibieron por vender ese lote.
Ya en las lomas de Ciudad Bolívar, donde invadieron otro lote para construir su primera casa, los Amaya trabajaron en lo que saliera. Jesús fue ayudante de construcción y luego, cotero en Corabastos. De lo que se caía de los camiones, escogía las frutas y las verduras que no estuvieran dañadas, las empacaba en bolsas y las vendía en La Estrella. Y al día siguiente, con ese dinero, compraban carne o leche.
Un primo de Jesús, que trabajaba en una peluquería, le dijo que allá iba el presidente de un club, que si querían ir a trabajar allá. El club era La Florida, la cuna del golf popular en Colombia. Y en ese campo, Amaya se convirtió en cadi.
Primeros golpes
Los primeros días fueron complicados. El viaje desde La Estrella, en el suroriente, hasta La Florida, en el noroccidente, era eterno. Y pasaron días enteros sin que saliera de la fila de espera, porque el trabajo de cadi se asignaba en orden de llegada. “Un día llegué al club a las 2:30 a. m. y no trabajé: ya había 14 cadis en la fila”, dice. Pero Jesús vio que allá había opciones, y decidió no volver a su casa.
Con palos hechizos y las bolas que lograba rescatar, Amaya empezó a aprender cómo era estar del otro lado. Y no lo hizo mal. De cadi pasó a ser aspirante a profesional. Y así logró su primera victoria, en la escuela clasificatoria. “Ese torneo se jugó en El Rancho y en el Country Club. Estaba programado jugar 54 hoyos en El Rancho. Había un tope, seis golpes. Los que lograban ese objetivo les daban el carné de aspirante. Jugué por la mañana: hice 71 golpes, pero dijeron que yo había hecho trampa. Ni sabían dónde quedaba La Florida. Por la tarde, otros 18 hoyos. Pusieron seis marcadores por toda la cancha para vigilarnos. ¡Hice 65!”, recuerda.
Como estaban pasando muchos jugadores, se decidió que al día siguiente el torneo se trasladaba al Country Club, al mismo campo Fundadores donde se juega el Colombia Championship, del web.com Tour. “Era la primera vez que entraba allá. No conocía el campo. La verdad, jugué bien. Hice 5 más, pero hice tres ‘tripoteadas’ ese día. Gané el Nacional por 14 golpes de diferencia”, afirma.
Para asegurar su cupo como profesional, Estrellita debía terminar entre los 15 primeros en tres torneos: “Jugaba, pero no lo lograba. Me retiré un tiempo: pensé que el golf no era para mí. Quedaba un último torneo, el Abierto del Campestre de Ibagué. Eso fue en 1991”. Allá fue su despegue.
“Yo estaba trabajando en una embotelladora de gaseosas en Girardot. Un amigo me convenció de ir a jugar el torneo. Un señor de allá me prestó los palos y los zapatos de golf, no tenía nada. Las bolas las conseguí recorriendo el campo, buscando por los roughs”, cuenta. “Jugar ese torneo me costaba unos 60.000 pesos. Trabajé el sábado y el domingo y con eso reuní 30.000. A otro señor le pedí que me prestara el putt, ¡y lo empeñé! Me fui a jugar con 50.000 y tuve que pagar el hotel por adelantado: cinco días, 12.000 pesos. ¿Qué iba a hacer para conseguir plata?”, agrega.
En el Pro-Am, los compañeros que le asignaron se molestaron mucho por tener que jugar al lado de un muchachito que no sabía nada. Pero ese muchachito, pese a medir apenas 1,62 metros y pesar solo 55 kilos, tenía una pegada impresionante. Y los convenció, a tal punto que, después de hacer 69 golpes, lo invitaron a almorzar. Y mientras estaban en eso, se hizo la premiación: “Cuando escuché ‘ganador, Jesús Amaya’, pensé que era otra persona. ¡Tuve que ir a preguntar si era yo! Me dieron 100.000 pesos. ¡Imagínese, se salvó el torneo!”. Y lo mejor, se lo ganó, por dos golpes de ventaja sobre dos de las figuras de la época, Juan Pinzón e Iván Renjifo. Con la plata que se ganó, hizo un mercado y volvió a buscar a su familia.
Amaya siempre tuvo esa actitud arriesgada para jugar. Y todo, porque en La Florida se apostaba mucho dinero. “Aprendí a confiar en mi juego, porque no tenía plata, pero igual apostaba”, dice. Y la aplicó, incluso, en su primera gira internacional: “Eso fue en el año 2000. Fui a Venezuela, Perú, Argentina, Brasil y de nuevo Argentina. Me fui a esos seis torneos con solo 500 dólares y los pasajes fiados. En el primer torneo, en Venezuela, no me fue bien. Quedé de 48. Me gané 100 dólares, pero gasté 400. Llegué a Perú con solo 200: allá quedé de quinto, gané 4.800. Eso cambió mi vida: de tener 200 a 5.000 dólares; ¡me sentí millonario!”.
Pero lo mejor vino en esa misma gira. “Me gané el Abierto del Litoral, en Argentina. Nadie me conocía allá. Luego gané el Abierto de Brasil e hice ‘top 10’ en el Abierto de Argentina. Eso fue la locura. Ni mis compañeros que tenían más experiencia, como Ángel Romero o Gustavo Mendoza, lo podían creer. Me gané como 60.000 dólares, eso fue la locura”, recuerda. Con ese dinero le construyó a su mamá “una casa decente”. Aún la tiene.
Fue segundo en la Orden al Mérito del Tour de las Américas, en 2002. Ganó siete torneos en ese circuito y se impuso tres veces en el Abierto de Colombia. “Un torneo lo gana cualquiera, pero el abierto de un país no es para cualquiera”, afirma. Y jugó cinco veces la Copa Mundo de golf, donde llegó a conocer al número uno del mundo en ese momento, Tiger Woods.
“Ese mundial fue en Malasia, fuimos con Gustavo Mendoza. Cuando llegamos a Kuala Lumpur, no nos dejaron entrar. Nos hablaban, literalmente, en chino. Como después de cuatro horas llegaron unos chilenos. Nos explicaron que nos faltaba una vacuna. Nadie acá en Colombia nos dijo nada.... Estuvimos en cuarentena hasta que gente del PGA llegó por nosotros”, recuerda.
Otro día se perdieron y, buscando dónde desayunar, se metieron a un salón. “Yo no veía ningún profesional. Había una fila para servir comida y nos metimos. Resultó ser un matrimonio malayo. Los únicos distintos éramos nosotros”, cuenta. “Al otro día ya jugamos la ronda de práctica, pero llovió y nos recogieron a todos y nos llevaron a un camerino. Y ahí estaba Tiger, sentado en el tapete, hablando con el cadi. Mendoza, que si yo soy tímido él me gana, no sabía cómo pedirle la foto. Yo le quité la cámara y apunta de señas me hice entender. Y ahí está la foto...”.
Jesús Amaya, con Tiger Woods, en Malasia, en el 2000. (Archivo particular)
Amaya no olvida sus orígenes. Por eso sigue representando, a los 45 años, al club La Florida. Y sigue siendo cadi: en el Karibana Championship, del web.com Tour, en Cartagena, que empieza el jueves, le va a cargar los palos a Ricardo Celia, uno de los jugadores de esta nueva generación a la que él llama la de ‘los Galácticos’. Ya había hecho lo mismo en el torneo del Country con Édgar Gómez, y en un US Amateur con Sebastián Pinzón.
Llevaba casi un año esperando su triunfo número 100. El 99 fue en el Abierto del Campestre de Cali, en marzo del año pasado. “Muchos me preguntaban que cuándo iba a volver a ganar. Yo les decía ‘Tranquilos. El golf es como las mujeres: no es cuando uno quiere, es cuando ellas quieran’. Y así salió”, dice.
Ahora, quiere seguir compitiendo y buscar cupo en el Champions Tour, el circuito para mayores de 50 años. Y, por qué no, buscar cupo en los torneos del web.com Tour. “Quién quita que a la próxima sea uno de ‘los Galácticos’ el que me lleve la maleta”, y ríe...
JOSÉ ORLANDO ASCENCIO
Subeditor de Deportes
JOSÉ ORLANDO ASCENCIO
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