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Desde el huevo

Colombia es un buen y macabro ejemplo de esta terrible enfermedad: el 'adanismo'.

Alguna vez hablé aquí del ‘adanismo’: ese concepto sociológico y político, casi zoológico, que ocurre cuando a alguien le da por sentirse, como Adán, el primer hombre de la creación. Entonces decide empezarlo todo de nuevo otra vez, desde el puro principio. Aboliendo con soberbia y torpeza el pasado, como si el pasado fuera un lastre y un obstáculo; renunciando a la experiencia acumulada que es lo más valioso que tiene la especie humana y quizás lo único que la redime un poco de su condición errática y brutal.
El adanismo, como todos los lectores lo sabrán muy bien y con horror, florece en cualquier trigal. En el amor, por ejemplo, cuando uno se vuelve a enamorar y además siente que es la primera vez que lo hace y cree que nadie más se enamoró en la vida, ni siquiera Adán; pero al perro sí lo capan dos veces. Y también ocurre en el trabajo, cuando llega alguien nuevo y se da cuenta de las fallas del mundo al que ha llegado y cree que nadie más se ha dado cuenta nunca de ellas y que a nadie más se le ha ocurrido nunca ninguna solución para remediarlas.
Pronto vendrá la rutina a enseñarle a este impetuoso Adán laboral que si las cosas son como son es por algo, y que allí todo el mundo conoce desde hace mucho esos viejos problemas que solo él creía haber visto, problemas que si no se han solucionado de un golpe es también porque así no se pueden solucionar y porque siempre hay unas estructuras que hacen que todo en la vida, todo, sea de prueba y error, de tiempo y de experiencia. De lentos procesos que van engendrando una continuidad y una inercia y unas soluciones y unas respuestas a los problemas naturales de todo sistema. Así es la vida.
Solo hay que rogarle a Dios, eso sí, que este mesiánico Adán del trabajo no sea un jefe ni llegue a mandar ni a dirigir, porque entonces será la perdición. Prepárense todos durante meses, incluso durante años, a la tortura de estar en manos de una nueva fuerza de la naturaleza que creerá tener bajo la manga todas las respuestas y todas las soluciones a todos los problemas existentes, que además surgieron allí, obvio, por la incompetencia indudable de quienes estaban antes y porque nadie nunca había tenido ideas novedosas y geniales. Jamás.
Pero donde el adanismo es peste y es maldición –y es la norma, y es un mérito y un requisito y una obsesión– es en el servicio público. En el gobierno. Nada nos salva allí de estos súbitos inventores del fuego que llegan a imponer de repente su visión de las cosas, convencidos por principio de que todo lo que había antes estaba todo mal y hay que transformarlo ‘a fondo’. Ah, esas expresiones genéticas y rotundas les fascinan: de raíz, a largo plazo, ahora sí, cambios estructurales, grandes transformaciones...
Colombia es un buen y macabro ejemplo de esta terrible enfermedad. Un país en el que “la reforma del estado” se volvió desde hace décadas, por no decir que desde hace siglos, la única política de estado que hay, y en el que cada nuevo presidente o cada nuevo alcalde o cada nuevo ministro o cada nuevo director (de lo que sea) llega al poder con la idea funesta de que ‘hacer algo’ es cambiar lo que había, todo, e inventarse por supuesto algo nuevo que sí funcione, cómo no. Lo cual sería maravilloso si: número 1, funcionara; y número 2, durara.
Pero ni lo uno ni lo otro, porque entonces nuestra historia es ese círculo voraz en el que todo vuelve a comenzar desde el comienzo cada vez, y cuando algo está comenzando por fin apenas si puede hacerlo, porque un nuevo comienzo –cómo no: una nueva ‘política de estado’– ya viene detrás, y otro detrás, y otro detrás, y otro detrás... Así sin parar.
Querido lector: para volver a empezar esta columna, mejor vuelva al final.
Juan Esteban Constaín
catuloelperro@hotmail.com
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