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'La gran prueba de la unidad europea es Ucrania, no Grecia'

Yulia Timoshenko, ex primera ministra de Ucrania, dice que es hora de actuar.

YULIA TIMOSHENKO
El nuevo cese del fuego para Ucrania se firmó en Minsk casi un año después de que tropas rusas, enmascaradas y sin insignias militares, invadieron Crimea. Entre tanto, miles de ucranianos han sido muertos y centenares de miles más han quedado convertidos en refugiados en su propio país.
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, decidido a restablecer por la fuerza la esfera de influencia de la que disfrutó el imperio ruso o soviético, ha destrozado las normas que garantizaron la paz en Europa –y en gran parte del mundo– para tres generaciones. (Lea también: Rusia cercena a Ucrania en medio de una tregua de papel)
Mientras Rusia intentaba subordinar a Ucrania, yo estaba en la cárcel y abrigaba pocas esperanzas de recuperar la libertad. El régimen del expresidente Víctor Yanukóvich bailaba al son del Kremlin y mi encierro se acabó solo gracias a la valentía de los millones de ucranianos que pidieron su destitución. Sin embargo, la libertad me ha dejado un regusto amargo, porque mi encarcelamiento concluyó justo cuando comenzó la guerra contra mi país. (Lea: 'La gran prueba de la unidad europea es Ucrania, no Grecia')
Ahora, tras un año de salvajismo, sabotajes y mendacidad que no se habían visto en semejante grado desde el dominio nazi, los dirigentes de Francia, Alemania, Rusia y Ucrania han acordado una hoja de ruta hacia la paz para nuestro país. Debo abrigar la esperanza (contra toda esperanza) de que el acuerdo logrado en Minsk dé resultado, a diferencia del anterior, firmado allí en septiembre. La población de Donbas, bombardeada y asediada por tropas rusas y sus cómplices locales, merece regresar a la normalidad.
Igualmente importante es que nuestros prisioneros de guerra y rehenes merecen volver a sus familias. Una primera prueba del compromiso del Kremlin con el acuerdo de Minsk ha de ser la liberación de Nadiya Savchenko, la primera mujer piloto de combate de Ucrania. Ella ha hecho una huelga de hambre en Rusia durante más de dos meses para protestar por la ilegalidad de su encarcelación.
Naturalmente, espero que el acuerdo aporte por fin la paz a Ucrania, pero ese resultado es improbable, en vista de que carece de mecanismos para la imposición de su cumplimiento, como la automática expulsión de Rusia del sistema de transferencia financiera Swift en caso de que incumpla algún aspecto del trato. Limitarse a confiar en la “buena voluntad” del Kremlin sería temerario.
Ucrania y sus socios deben formular una estrategia y un plan de acción claros, para el caso de que el último acuerdo de Minsk fracase. En ellos debe figurar una disposición de ayuda defensiva letal para las fuerzas ucranianas; al fin y al cabo, la fuerza disuade y la debilidad provoca.
En un sentido más amplio, Ucrania merece, pese a la tan cargada atmósfera de nuestro país, una hoja de ruta clara para salir de su actual ‘zona gris’ en materia de seguridad y hacia un futuro euroatlántico. Ya hemos pagado un precio alto por nuestras ambiciones europeas; no se nos debería denegar la entrada ahora.
Además, si los socios de Ucrania hablan en serio sobre el respeto del Estado de derecho, se deben presentar cargos contra los dirigentes del Kremlin ante el Tribunal Penal Internacional de La Haya, por los numerosos crímenes de guerra y contra la humanidad que sus fuerzas han cometido en Ucrania. Desde su invasión de Crimea, Rusia ha violado continua y gravemente la Carta de las Naciones Unidas y numerosos tratados humanitarios.
En Ucrania hemos aprendido mucho sobre nosotros mismos (y sobre Rusia y Europa) en este año de salvajismo. Hemos encontrado en el sufrimiento una inquebrantable unidad nacional, además de una nueva determinación para emprender una reforma completa de la economía, el gobierno y la sociedad, porque nuestra independencia –y no solo nuestro futuro europeo– depende de ello. Si no hacemos la reforma, seremos esclavizados.
Pero el terremoto que Rusia desencadenó en Ucrania ha expuesto también líneas de falla en Europa. Putin encontró en Ucrania el instrumento perfecto con el que confundir y dividir a Occidente. Y su credo político es sencillo: podrá dominar lo que pueda dividir.
De hecho, en Ucrania hemos visto, incrédulos, la dificultad de Europa para afrontar un acto de agresión tan claro. Sin el derribo del vuelo 17 de Malaysia Airlines sobre el territorio controlado por los rebeldes (acto que mató a las 298 personas a bordo), parece dudoso que EE. UU. y la Unión Europea hubieran acordado el programa de sanciones económicas a Rusia.
La primera línea de falla que Rusia ha expuesto la encontramos entre los países del exbloque soviético en Europa. Algunos, como Polonia y los Estados bálticos, han denunciado coherentemente las acciones de Rusia y han pedido una reacción firme, pero, en otras partes de esa región, los dirigentes se apresuraron a disculpar la invasión de Rusia y su anexión de Crimea o a sostener que Rusia es, sencillamente, demasiado poderosa para enfrentarse a ella. Al parecer, la contemporización impera en países que deberían ser más sensatos.
Y después ha habido la creación de algo parecido a una quinta columna política en Europa. Los partidos euroescépticos, tanto de derecha como de izquierda, presentan el nacionalismo autoritario de Putin como modelo para el tipo de régimen no liberal que desearían establecer, en caso de que se disolviera la UE.
En realidad, el Kremlin financia a muchos de esos partidos. En cierta ocasión, Lenin dijo que los capitalistas venderían las cuerdas con que serían ahorcados. Actualmente, los gobiernos europeos parecen dispuestos a permitir a Putin que compre los votos con los que destruirá a la UE.
Además, hay otros que apoyan al Kremlin, incluidos los dirigentes empresariales que quieren volver a una situación de normalidad con Rusia y los apologistas académicos de la Unión Soviética que, 25 años después de su desplome, ven una posibilidad de vindicarla, y, como las encuestas revelan que una minoría importante de europeos está aceptando la retórica de Putin, su estrategia de dividir a la UE y a la Otán parece abrirse paso.
Hablemos claro. Lo que ocurre en Ucrania –y no el punto muerto financiero de Grecia– será la prueba definitiva de si perdurará la unidad europea y transatlántica. Las líneas de falla que se extienden desde Ucrania están socavando los valores fundamentales que han sustentado la paz y la prosperidad de Europa en la posguerra. Si no se defienden esos valores en Ucrania, se desbaratarán más allá de nuestras fronteras. Un Occidente dividido en esta crisis no se sostendrá. Es hora de actuar.
YULIA TIMOSHENKO
Ex primera ministra de Ucrania
Kiev.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
© Project Syndicate, 2015.
YULIA TIMOSHENKO
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