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El cartel de los falsos testigos: viaje a las entrañas del demonio

Actualmente hay más de tres mil procesos por falsos testimonios. Crónica de Juan Gossaín.

JUAN GOSSAÍN
“El que no quiere ser vencido por la verdad será vencido por la mentira". (San Agustín)
Este es el capítulo que le faltó a Borges en su Historia universal de la infamia. Me resisto a creer que semejante monstruosidad esté ocurriendo aquí, aquí mismo, en Colombia, y en nuestras propias barbas. No puede ser posible. Adónde iremos a parar.
En este país nuestro, donde la corrupción se volvió pan de cada día, donde asesinan a los niños en grupo y donde ya no queda escándalo que asombre a la gente, hay un caso que los supera a todos en maldad y en vergüenza. Me refiero al cartel de los falsos testigos judiciales. (Además: Fiscalía imputará cargos a 20 del cartel de falsos testigos)
La idea perversa de mentir en un testimonio es tan vieja como la humanidad. Recuerde usted cómo fue que Caín tuvo el descaro de negar lo que había hecho. Los diez mandamientos del cristianismo lo dicen claramente: “No levantarás falso testimonio ni mentirás”. Está advertido en el hermoso Libro de los Proverbios: “La boca de los impíos se burlará del juicio y se llenará de iniquidad”.
En tiempos modernos la cosa se fue agravando. Baste con recordar lo que le pasó al capitán Dreyfus en Francia. Pero a nadie –ni siquiera a Herodes o a Hitler– se le ocurrió la aberración que está sucediendo en Colombia: crear una industria completa, que tiene hasta teléfonos propios, dedicada a preparar mentiras judiciales con el único fin de vendérselas al mejor postor. O al mejor impostor, para ser exactos. Ya tienen hasta tarifas; la más barata es para conseguir un traslado de cárcel. Solo falta que pongan un aviso en las páginas amarillas.
El infierno en un libro
Me gasté más de un año buscándoles respuestas a tantas inquietudes: de dónde proviene este horror, cómo nació, qué beneficios buscan sus autores. Hasta que un día me mandaron de Bogotá la mejor investigación sobre esta atrocidad, un libro titulado 'El falso testimonio'. Su autor es Gustavo Moreno, un abogado que apenas tiene 33 años, experto en derecho probatorio y penal.
La obra no contiene opiniones personales ni especulaciones filosóficas, sino un registro de hechos concretos de la vida real. Parece una notaría de papel. Es una gran crónica del infierno, una investigación minuciosa avalada por Colciencias. Es periodismo puro. Tanto así que Moreno fue asesorado por el profesor Luis Ernesto Chiesa, director del Departamento de Derecho Penal de la Universidad de Búfalo, en Estados Unidos.
Lo cierto es que toda esta tragedia, concebida como plan, comenzó hace diez años, cuando se inició la desmovilización de los grupos conocidos como paramilitares, y simultáneamente apareció el nuevo sistema acusatorio, que ofrece considerables rebajas de penas y beneficios carcelarios a quienes delaten a otros.
El grupo de la Fiscalía
Entonces los sindicados comenzaron a mentir, a cambio de ser postulados para la nueva Ley de Justicia y Paz, cuya pena máxima es de ocho años, aunque se hayan cometido homicidios. Antes era de veinticinco o treinta años. Negaban hechos verdaderos o inventaban falsedades para lograr condenas que no pasaran de ocho años. Mientras más mentían, más beneficios les daban.
Fue así como empezaron a autoinculparse de delitos que no habían cometido a cambio de cuantiosas sumas de dinero. Se desató entonces una auténtica feria de acusaciones, de manera que antiguos casos aislados, como aquellos testimonios mentirosos contra Jubiz Hazbún o contra el almirante Arango Bacci, se volvieron pan de cada día.  (Lea también: Jubiz Hazbún, el químico preso injustamente por crimen de Galán)
A Alberto Jubiz Hasbún, antes de existir el sistema acusatorio, el DAS lo mostró como asesino de Luis Carlos Galán. Era inocente. Foto: Archivo particular.
El asunto creció tanto que, hace poco más de dos años, y tras verse obligado a presentarle disculpas públicas al diputado Sigifredo López, el Fiscal General tuvo que crear un Grupo de Tareas Especiales de Falsos Testigos, integrado por once fiscales con un equipo de apoyo técnico y logístico.
El problema es que ya el Grupo no da abasto porque acumulan tanto trabajo que en algunos casos se han visto obligados a aplazar hasta cuatro veces las acusaciones judiciales contra falsos testigos. Es la triste historia de la justicia que se maniata a sí misma mientras los delincuentes siguen felices haciendo sus diabluras.
Testigos profesionales
La situación es tan grave que en este momento hay más de tres mil procesos por falsos testimonios. Y la avalancha no se detiene. El propio director del cuerpo de investigaciones de la Fiscalía, Julián Quintana, tuvo que convocar una rueda de prensa, el pasado 27 de enero, para anunciar que se están presentando veinte nuevas imputaciones contra los testigos embusteros.
El señor Quintana dijo: “Son desmovilizados de las autodefensas que han incurrido en falso testimonio y fraude procesal. Hemos detectado su intención de afectar a personajes de la vida pública”. Parece que por fin se dieron cuenta.
Los falsos testigos se venden hasta por un plato de lentejas. Dicen que vieron sin haber visto, que estuvieron ahí sin haber estado o que se los contó Fulano, es un muerto que no puede desmentirlos. Algunos episodios serían cómicos si no fueran trágicos. En una cárcel de Bogotá un detenido le ofreció dinero a un criminal para que prestara testimonio a su favor.
–¿Lo quiere con llorada o sin llorada? –le preguntó el otro.
En casi todos los países de América Latina un testigo dispone de seis meses para que cuente todo lo que sabe y pueda obtener rebajas. En Colombia es ilimitado. Hay testigos profesionales que llevan nueve años contando cosas y nunca terminan. Y la justicia los sigue oyendo. Hay un hombre al que la Corte Suprema condenó en el 2006, pero, desde entonces, y hasta hoy, ha sido testigo en cuatro procesos diferentes, aunque ya le demostraron que mintió en los tres primeros.
Las víctimas
En el juicio a la senadora Nancy Patricia Gutiérrez, que estuvo en la cárcel tanto tiempo, se descubrió que su principal acusador era un testigo profesional: había aparecido ya en quince procesos distintos. Ni siquiera era un paramilitar, sino un lavador de dinero condenado a 20 años de prisión. (Lea también: Procuraduría pidió absolver a la exsenadora Nancy Patricia Gutiérrez)
La excongresista Nancy Patricia Gutiérrez logró demostrar en julio pasado que las versiones en su contra no tenían fundamento. Archivo Particular.
Había rendido tantos testimonios que, a punta de rebajas, se ganó la salida en libertad con el argumento de que la cárcel no lo dejaba dormir. Luego se descubrió que había mentido. La detenida tuvo que ser absuelta. Fue exactamente lo mismo que ocurrió con otro congresista, el senador Luis Fernando Velasco.
La Corte Suprema ordenó que detuvieran al exgobernador de Antioquia Luis Alfredo Ramos por el testimonio de un hombre que tiene 12 alias diferentes, y que fue prófugo de la justicia. Ya la Fiscalía estableció que ha mentido varias veces. Lo van a procesar. Fue condenado por estafar a varias personas.
Los grandes jefes de la política colombiana, que suelen ser rudimentarios e impulsivos, utilizan ejemplos como los anteriores para hacer campaña contra sus adversarios. No comprenden que el cartel de testigos no actúa por motivos políticos, sino por obtener beneficios. Repasen los nombres que acabo de darles: Gutiérrez y Velasco son gobiernistas, pero Ramos es uribista. La infamia no distingue entre ellos.
¿La culpa es de la justicia?
–Si el falso testigo se vuelve profesional –me dice el abogado Gustavo Moreno– es porque recibe grandes beneficios. Ese es el asunto de fondo.
Para empezar, Moreno cree que hay que darle más importancia al Grupo de Tareas de la Fiscalía, “porque están trabajando con las uñas y sus dientes son de leche. Hay que darles facultades y poderes verdaderos”.
¿Quién incita y manipula a los falsos testigos? Un paramilitar llamado ‘Néver’ sindicó a la senadora Piedad Zuccardi. Fue detenida. Después ‘Néver’ dijo que dos investigadoras de la Fiscalía le habían ofrecido prebendas para que mintiera, pero, como no le cumplieron, resolvió revelar toda la historia, que corre publicada en el portal de internet La otra orilla. Ramos y Zuccardi siguen presos. Yo no sé si son culpables o inocentes. Me limito a contar los hechos con exactitud.
“Un sistema corrupto”
Lo cierto es que hoy siguen apareciendo en varios procesos algunos testigos que han mentido en juicios anteriores. Hasta el punto de que pasaron de testimoniar en asuntos políticos a hacerlo en delitos comunes, como el caso Colmenares, y, luego, hasta en los carruseles que se roban el dinero de las obras públicas.
El profesor Chiesa me dice que, a su juicio, “la culpa de los falsos testimonios no es de la rebaja de penas ni de la colaboración con la justicia. Es producto de un sistema de justicia criminal generalmente defectuoso y en ocasiones corrupto. En un sistema corrupto, habrá más testimonios falsos que en otro sistema que, como el de Estados Unidos, funciona bien”.
A su turno, Moreno concluye que “el verdadero desafío consiste en descubrir quién los usa y los pone en los procesos, quién los instruye en la mentira, quién les fabrica la farsa, quién es ese jefe que los organiza”.
Epílogo
Si esa es la justicia con políticos y gentes de poder, me imagino cómo será con los ciudadanos anónimos. En medio de semejante horror, va a llegar el día en que los colombianos nos quedaremos sin saber quién es el honrado y quién el bandido.
¿Qué fue lo que se corrompió aquí, la política o la justicia? ¿O ambas cosas?
De qué te asombras, si en el mercado popular de San Victorino, en pleno centro de Bogotá, venden por cinco mil pesos un disco compacto que instruye al delincuente sobre cómo engañar al juez cuando lo llame a declarar.
Mientras voy terminando de escribir estos apuntes hay un par de preguntas que me zumban en la oreja y no me dejan tranquilo. ¿Cuántos colombianos inocentes están en la cárcel por culpa de los falsos testimonios? ¿Y cuántos culpables andan sueltos por la misma razón? Ya no se sabe cuál de las dos cosas es peor. Dios nos coja confesados.
JUAN GOSSAÍN
Especial para EL TIEMPO
JUAN GOSSAÍN
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