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Editorial: La hoja de ruta

El Plan de Desarrollo de Santos es un ejercicio que apunta a construir un país más equitativo.

EDITORIAL
No son muchos los países en el mundo que tienen el equivalente de lo que en Colombia se conoce como el Plan Nacional de Desarrollo. Tal como lo manda la Constitución, este no es otro que el compendio de políticas y acciones que plantea cada administración al comenzar el periodo de gobierno, y que viene acompañado de su correspondiente programa indicativo de inversiones.
Aunque para más de uno es un anacronismo, son pocos quienes discuten que el ejercicio es muy útil en una nación en la cual lo urgente no deja espacio para lo importante. Puesto de otra manera, la labor de hacer diagnósticos, identificar prioridades y respaldarlas con una partida concreta se convierte así en la hoja de ruta de la acción gubernamental en cada cuatrienio.
También es importante el proceso de elaboración, en el que participan varias instancias. No solo las normas establecen procesos de consulta con ciertas comunidades y espacios de discusión formales, sino que cada vez cala más la voluntad de abrir el compás y escuchar las aspiraciones departamentales para que el resultado no sea un texto escrito en una oficina en la capital, sino que tenga una necesaria legitimidad geográfica.
Por tal razón, es imposible pasar por alto lo hecho, de manera profesional y juiciosa, en esta oportunidad por Planeación Nacional. El documento y el proyecto de ley que lo acompaña fueron radicados el viernes en el Capitolio. Con el nombre de ‘Todos por un nuevo país’, el plan interpreta el marco conceptual fijado por Juan Manuel Santos, al igual que determina la senda de su segundo mandato.
Ahora empieza el examen de la propuesta en el Congreso, que tiene unos tres meses para tramitar la iniciativa. Quienes examinen las primeras páginas encontrarán que el marco conceptual descansa en tres pilares: paz, equidad y educación, señalados en el discurso de posesión presidencial.
Para volver realidad esa visión, el Ejecutivo habla de una inversión global de 703 billones de pesos y cinco estrategias transversales: seguridad y justicia; infraestructura y competitividad; movilidad social; transformación del campo; y buen gobierno, a la que se le agrega la de crecimiento verde, que es descrita como envolvente. Algunas son conocidas, mientras que otras denotan un giro, como la preocupación por la sostenibilidad.
En muchas cosas, las fórmulas enunciadas se parecen a las de otras ocasiones. El motivo es que hay esfuerzos que nunca terminan, y de lo que se trata es de poner ladrillos adicionales sobre lo que se ha construido antes o de reforzar cimientos débiles. Un caso típico es el de la jornada única escolar y otro es el del énfasis en mejorar la conectividad a través de la infraestructura.
Pero antes de entrar a hablar de metas, vale la pena destacar lo más novedoso del ejercicio. Este consiste en reconocer que hay tres Colombias, que coexisten dentro de un mismo territorio: una moderna y globalizada; otra que ha conseguido progresar, pero que necesita acompañamiento, pues es vulnerable; y una tercera, atrasada, que observa a la distancia cómo se aumentan las brechas con las otras dos.
Muchas de esas disparidades se expresan en el ámbito regional. Los indicadores relacionados con la calidad de vida que se observan en el centro del país son muy distintos de los de la Costa Pacífica. Los retos para un poblador de los Llanos Orientales no son los mismos para quien habita en la zona cafetera.
Frente a realidades diferentes, las recetas no pueden ser las mismas. Cada área tiene ventajas comparativas y cuellos de botella. Para identificarlas fue clave el haber escuchado a gobernadores, alcaldes y representantes de la sociedad civil, cuyas opiniones fueron incorporadas.
No hay duda de que aquí surge una gran oportunidad de conseguir un desarrollo más armónico, en beneficio de millones de compatriotas hoy relegados a su suerte. De especial importancia es la adopción de indicadores para medir los avances y hacer la debida rendición de cuentas.
Los deseos de cumplir con una serie de metas concretas pasaron por el cedazo de la disponibilidad de recursos. En lo que resultó un ejercicio doloroso, los técnicos de Planeación tuvieron que ajustar los cálculos iniciales a un escenario de mayor estrechez, ante la descolgada en los precios del petróleo, que tanto aportan a las cuentas públicas. El recorte de 26 billones de pesos en las inversiones estatales hizo que más de un propósito se viera restringido, pero es mejor eso que comprometerse con lo irrealizable.
No obstante, si se hace lo que se dice, la economía colombiana seguiría por una senda de crecimiento aceptable, al tiempo que las mejoras en los indicadores sociales se consolidarían. Ello implica que el Plan de Desarrollo no puede convertirse en letra muerta, por lo cual se requiere que los congresistas lo estudien, lo debatan y lo cuestionen. Ese sería un buen comienzo, si de construir un nuevo país se trata.
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