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Los olvidados

Los buenos escritores desaparecen porque la gente pierde el interés en ellos.

Óscar Collazos
En una época, cumpliendo uno de esos raros rituales de la justicia poética, algunos buenos escritores, que se morían tan discretamente como habían vivido, eran sacados del olvido y rescatados para la incierta posteridad con todas sus galas. La muerte les traía su cuarto de hora póstumo.
Hoy sucede todo lo contrario. Cuando se han agotado las notas necrológicas de los periódicos, los testimonios de admiración de los amigos y el exhibicionismo de los críticos, aquellos que fueron realmente buenos e imprescindibles, que fueron leídos y admirados por sus contemporáneos, en algunas semanas empiezan a vivir una segunda muerte.
¿Qué ha pasado con la obra de Álvaro a Mutis? Quiero decir: ¿qué ha pasado con sus lectores si solo hace 10 años era uno de los escritores más leídos en Colombia? Y cito a Mutis porque, como poeta y narrador, no solo recibió los mayores premios de la lengua española. Su gloria de escritor fue correspondida por la gloria mediática y la traducción de sus libros a numerosos idiomas.
Se podría pensar en un círculo vicioso: los buenos escritores desa-parecen porque la gente pierde el interés en ellos y no se vuelven a publicar por eso mismo, porque la gente no los pide ni vuelve a leer. Se podría decir que las obras literarias interesan cada vez a menos personas y que un país no le debe gratitud a quien las escribió y fue siempre asociado en sus momentos de esplendor con el país donde nació.
Si es así, al cabo de unos pocos años no habrá más tradición, ni escritores del inmediato pasado que la sustenten, ni memoria de una de las más altas formas de la creatividad humana. Estaremos atiborrados de novedades y entretenimientos pasajeros, pero huérfanos de la tradición donde nos reconocemos como sociedad.
¿Por qué no mantener extendido el hilo de una tradición y cuidar a aquellos escritores que le han dado brillo en cada época? ¿Por qué no mantenerlos vivos? Uno pensaría, haciendo matemáticas fáciles, que bastaría contar la cantidad de programas de literatura de las universidades colombianas, el número de estudiantes y docentes que hay en ellas para imaginarse la construcción de esa memoria.
Pero no es así. El estudio de autores y obras literarias que se sigue en las universidades influye poco o nada en el mercado editorial y en los gustos de la gente, ese precario número de personas que leen libros de creación y no simples baratijas.
Hace unos meses, proponía en este mismo espacio la posibilidad de que la universidad pública –la Universidad Nacional– asumiera el reto de reconstruir la tradición perdida en el mercado y sus industrias con un fondo editorial. Los modelos existen, ambiciosos y modestos: el Fondo de Cultura Económica, de México, y Monte Ávila, de Venezuela. Pero, en ambos casos, hubo una voluntad política de sus respectivos gobiernos. Grande y duradera, en el caso de México.
En estos días, estuve curioseando en varias librerías. Busqué libros de excelentes y hasta hace poco afamados novelistas colombianos: R. H. Moreno Durán, Germán Espinosa, Marvel Moreno, Héctor Rojas Herazo, Manuel Mejía Vallejo, Pedro Gómez Valderrama. Por supuesto, no estaban expuestos en las mesas de novedades.
Me acompañaba un amigo extranjero, profesor de literatura, que quería comprar y leer escritores distintos a García Márquez. Tuvieron que buscar sus libros en las cumbres borrascosas de las estanterías, a donde van a parar antes de salir de las librerías. Encontraron unos pocos títulos, pero ninguno estaba en un lugar visible. La invisibilidad, me dije, es otra manera de morirse. 
Óscar Collazos
Óscar Collazos
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