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Editorial: Un año decisivo

Editorial
En un país con una agenda informativa tan nutrida como variada y vibrante, es muy común que al hacer la pausa habitual de cada diciembre para revisar lo sucedido en los últimos doce meses aparezca la tentación de calificar el año como histórico. La pertinencia del impulso solo la puede confirmar o descartar la perspectiva que luego da la distancia temporal.
Pero siempre hay excepciones, acontecimientos cuya relevancia histórica está fuera de discusión. Este es el caso de los avances logrados en los diálogos con las Farc, que incluyen el acuerdo en el tercer punto de la agenda, sobre drogas ilícitas, así como gestos de esta organización que marcan una ruptura respecto a posturas a las que se había aferrado en el pasado.
Lo ocurrido en La Habana es, sin duda, el gran suceso del año que hoy termina. La razón estriba, como se ha dicho, en que nunca antes se había llegado tan lejos en un asunto que, aunque a veces por las estadísticas parezca no ser trascendental, en la medida en que cada vez son menos los colombianos afectados por el conflicto o que mueren a causa de este, está claro que a él están atados un puñado de cuestiones sin resolver, que son nada menos el lastre que le impide al país desarrollar plenamente su inmenso potencial.
Además de silenciar los fusiles, la firma de un acuerdo permitirá que el Estado se ponga al día en la deuda social que tiene con millones de colombianos. Fue esta la promesa que permitió la reelección de Juan Manuel Santos, en una contienda que será recordada por la encendida confrontación entre dos visiones sobre cómo llegar al mismo punto: la anhelada paz.
Ahora bien, hay que decir que el optimismo que viene de Cuba contrasta con el pesimismo que brota tras constatar la situación en otros campos. Aquí hay que referirse al cuadro crítico que hoy presenta la justicia. Los continuos escándalos de algunos de sus más altos dignatarios, así como los paros injustificados, han disparado su desprestigio. El más reciente cese de actividades completa más de 70 días para desgracia de miles de ciudadanos, que hoy viven su propio calvario a causa de quienes solo buscan acumular inmerecidos privilegios. Este descrédito, bueno es advertirlo, se extiende a otra rama del poder público, la Legislativa, y este año alcanzó instituciones que, como la Policía, solían gozar de altos niveles de favorabilidad. Es una tendencia que no puede ignorarse, como en su momento lo hicieron países que hoy viven instantes difíciles.
Y si el desprestigio de parte importante de las instituciones fue un hecho del 2014, no se quedan atrás las lamentables consecuencias de su ausencia en lugares como los departamentos del Chocó y La Guajira y municipios como Tumaco y Buenaventura, donde sus habitantes vivieron en carne propia el asedio de grupos armados deseosos de llenar los espacios que deja el Estado. Tal objetivo supone sangrientas disputas, que siembran el terror entre la población civil. Los relatos sobre lo que sucedía en las casas de pique de Buenaventura sacudieron al país y fueron un macabro recordatorio de los horrores que pueden ocurrir cuando, entre otras razones, la institucionalidad le da la espalda por décadas a una región.
Varios de los males que acechan a estos puntos de la geografía tienen que ver también con el medioambiente, en particular en La Guajira. En este departamento, así como en el Casanare, se vivieron este año adelantos, en forma de sequías prolongadas, de las condiciones adversas que por el cambio climático tendremos que afrontar.
Otro frente que en este año emitió señales de alarma fue el de la educación. Primero fueron los malos resultados de nuestros estudiantes en las pruebas Pisa, y luego, el escándalo por malos manejos en la Universidad San Martín, que descubrió la llaga de la falta de regulación de estas entidades de educación superior, al tiempo que dejó en evidencia que para miles de jóvenes no hay otra opción en este nivel.
El asunto es de sumo cuidado, pues es poderoso factor de exclusión. La ley aprobada hace pocos días que le da más herramientas al Ejecutivo para supervisar a las llamadas ‘universidades de garaje’ debe ser el primer paso de un esfuerzo que exige perseverancia e ideas audaces, como la de entregar diez mil becas a los mejores bachilleres del país.
Esta loable iniciativa invita al optimismo, tanto como las cifras de la economía, objeto de este espacio ayer. O las también positivas de empleo, que revelan una sostenida reducción de la pobreza, y las que muestran que la inflación está controlada. Otra buena noticia fue el arranque, ahora sí, de la locomotora de la infraestructura.
Y si los diálogos de paz sembraron semillas de esperanza, hay un campo en el que hubo cosecha o, mejor, bonanza de logros. El 2014 fue, sin que quepa la menor duda, el gran año del deporte colombiano. La clasificación de la Selección, liderada por James Rodríguez, a cuartos de final de la Copa Mundo de Brasil fue un hecho memorable, que erizó la piel y el alma. De tal sensación ya habíamos tenido un grato abrebocas, cuando, a comienzos de junio, los ciclistas Nairo Quintana y Rigoberto Urán dominaron sin atenuantes el Giro de Italia, donde ocuparon los dos primeros escalones del podio. Ambos son hoy estrellas de talla mundial, como también lo es Catherine Ibargüen, campeona del salto triple en la exigente Liga de Diamante.
Pero más importante que sus trofeos y medallas es el que estos jóvenes les hayan dado un nuevo y necesario vigor a los lazos que nos unen como miembros de esta nación. Han dejado ver un conjunto de rasgos positivos que tenemos en común, más allá de nuestra diversidad, fundamentales para emprender proyectos colectivos en otros campos, comenzando por la construcción de la paz.
Este diario les desea a los colombianos un feliz y próspero año.
Editorial
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