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Estragos y demoliciones / Séptimo arte

Violette creció confundida por sus deseos bisexuales y su matrimonio atropellado.

Una de las buenas noticias que nos depara este fin de año a los cinéfilos es el estreno de Violette (2013), del director francés Martin Provost, que hace seis años nos presentó a Séraphine (2008), un afortunado retrato biográfico de la pintora Séraphine de Senlis, una mujer que encontró en el arte la redención.
Con esta nueva película Provost nos propone algo similar: acercarnos a la vida de la escritora Violette Leduc, una de las voces más valientes, atrevidas y sinceras de la literatura francesa de la segunda mitad del siglo XX. “Soy un desierto que monologa”, afirma ella y, con esas palabras, alcanzamos a percibir su soledad y su necesidad de afecto.
Arrastrando el lastre de su condición de hija bastarda, rechazada por su padre y aceptada a regañadientes y con frialdad por su madre, Violette creció confundida por sus deseos bisexuales, su matrimonio atropellado y un aborto que le hizo sangrar sobre todo el alma. Segura de que todos la rechazaban y la alejaban por su aspecto físico, Violette Leduc debió conformarse con migajas de cariño que le permitieron sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial traficando en el mercado negro.
Violette se hace escritora por necesidad, para poder desahogarse de tanto dolor y tanta miseria que había en su vida. Su exorcismo literario no conocía límites morales: se entregó sin restricciones a unas palabras autobiográficas que para ella eran como un grito en medio de la noche más oscura. Una vida llena de estragos y demoliciones que de repente encuentra sentido en las letras y en el apoyo de otra mujer con inquietudes similares, Simone de Beauvoir, que se va a convertir en mentora, musa y objeto de su deseo.
Provost nos relata la vida de Violette a través de capítulos como si se tratase de un libro, y cada uno de ellos se centra en un personaje o una situación que marcó el rumbo de la autora. La película es visualmente muy bella, llena de exquisitos detalles formales que no pasarán inadvertidos al espectador sensible. Sin embargo, más allá de esa belleza, lo que queda al ver Violette es la constatación de las posibilidades humanas frente a la adversidad. “Ninguna herida es un destino”, expresa el neuropsiquiatra francés Boris Cyrulnik en uno de sus textos. La existencia y la obra de Violette Leduc dan testimonio de la afirmación.
JUAN CARLOS GONZÁLEZ A.
Para EL TIEMPO
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