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La cúspide del vino italiano / Hablemos de vinos

Vinos que son ricos en aromas y en sabores, pero, sobre todo, marcados por una fiera estructura.

PATRICIO TAPIA
No sé si alguna vez lo he escrito en esta columna, pero en el mundo del vino hay tres cepas con las que yo al menos no concebiría la idea de vino como lo conocemos. La primera de ellas, la más obvia, es el pinot noir, específicamente el que se produce en la Borgoña. La segunda es algo más extravagante: baga, sobre las costas calcáreas del norte de Lisboa. Y la tercera, cómo no, el nebbiolo del Piamonte italiano.
Esta última representa la cúspide del vino italiano, o al menos eso es lo que creo. Vinos que, tal como los anteriores, son ricos en aromas y en sabores, pero, sobre todo, están marcados por una fiera estructura, que se planta en la boca rasguñándola, pidiendo comida con urgencia. Vinos para comer con ellos, edificios toscos a veces que no muestran mucho más que un esqueleto firme, como si estuviera hecho de acero.
Sobre las colinas del Piamonte, y específicamente en las zonas de Barolo y Barbaresco, el nebbiolo brilla. Y no solo por sus cualidades intrínsecas, sino también por su versatilidad o, mejor, por la forma en la que interpreta las distintas características de su origen: colinas, suelos de calizas o de arenas o de piedras, exposiciones al sol de la tarde, alturas del viñedo.
La forma tradicional de mostrar esas características ha sido la mezcla de lugares. El gran Bartolo Mascarello, por ejemplo, no cree (o no creía, se murió hace ya varios años) en los vinos de viñedos específicos, sino más bien en la combinación de distintos orígenes dentro de una misma apelación. Además, claro, odiaba las barricas nuevas, sobre todo las americanas. “No barriques, no Berlusconi” es una de sus frases más célebres, impresa en algunos de sus vinos. Las etiquetas que él llamaba “polémicas”. Un hombre controversial, uno de los más recalcitrantes tradicionalistas del Barolo.
En el otro extremo, productores como Altare, Gaja, Sandrone, Voerzio se han ido contagiando de las nuevas técnicas y usos de la enología. Los “modernistas” fueron los que llegaron con la idea del single vineyard como una forma de caracterizar la versatilidad del nebbiolo, de dejarla en evidencia de una forma más clara. Y a eso, por cierto, agregaron buenas dosis de barricas nuevas para darle un toque más dulce, para calmar los ímpetus salvajes de la cepa, para tratar de domarla.
Mi corazón, claro, está con Mascarello, con Rinaldi, con Cappellano, con Conterno, grandes tradicionalistas que hacen vinos tremendos, catedrales que te ponen la piel de gallina cuando te paras a sus pies y ves hacia arriba, tratando de comprender cómo es que sus cúpulas intentaron rascar el cielo. Barolo, Barbaresco. La cúspide de los vinos italianos. Tienen que probarlos, aunque sea una vez en la vida.
PATRICIO TAPIA
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