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Cuidar a nuestros policías

Destruir instituciones a la ligera es siempre mucho más fácil que preservar y mejorar las existentes

No ha sido una buena semana para la Policía Nacional. A pesar de una cadena de espectaculares victorias contra el crimen organizado, entre ellas la captura de uno de los más peligrosos mafiosos, ‘Marquitos’, otros graves hechos han deteriorado la confianza del público en la integridad y la eficacia de esta fuerza esencial para la convivencia y la tranquilidad ciudadanas.
La revelación de que un alto oficial, el coronel Néstor Maestre, quien por años figuró como uno de los ‘duros’ en la lucha contra el narcotráfico, estaba al servicio de los peores delincuentes cayó como un baldado de agua fría. Y no precisamente en el mejor momento, dado que las encuestas indican que la seguridad ciudadana –responsabilidad central de la Policía– se ha vuelto el primer asunto de preocupación entre los colombianos, incluso, por encima del desempleo.
Esa combinación de serios hechos de corrupción y una percepción de ineficacia es una mezcla explosiva, que puede llevar al público a exigir decisiones y actuaciones apresuradas. Ojo con eso. Como en todo aquello que tiene que ver con el orden público, es indispensable –siempre– manejar una gran prudencia y serenidad.
Hay que contemplar y sopesar varios factores. No se puede desestimar el impacto que tuvo el intento del uribismo de polarizar y politizar a la Policía Nacional durante las últimas elecciones. Eso creó, por primera vez en cincuenta años, una fuerza policial afectada por divisiones que no eran de naturaleza profesional o el resultado de la natural emulación que surge en un cuerpo caracterizado por una saludable meritocracia. Con bandos no se derrota a las bandas. A pesar del inmenso esfuerzo del general Palomino para cerrar dichas heridas, todavía hay rescoldos de esa aciaga campaña, que es bueno reconocer para enfrentar eficazmente la situación.
En cuanto a la corrupción, la gente no sabe que, efectivamente, más del ochenta por ciento de los casos que se conocen, incluyendo el del coronel Maestre, han sido descubiertos e investigados por la propia Policía Nacional, que cuenta con sistemas de inspección y vigilancia administrativas bastante eficaces. Sin duda, falta mucho más. En particular, es indispensable hacer más eficiente el trámite de las denuncias ciudadanas, que hoy están desalentadas por falta de un procedimiento ágil que proteja a aquellos valientes que dan el paso para denunciar hechos de corrupción, de ineficacia o de abuso.
Aunque parezca un contrasentido, la exacerbada sensibilidad de los colombianos con la seguridad ciudadana es una buena noticia. Los logros en la lucha contra el crimen organizado nos han abierto, a todos, la posibilidad de enfocarnos en otras modalidades de criminalidad –más asociadas a la modernidad urbana–, que sin duda son muy graves, pero que tienen unas dimensiones y unas connotaciones diferentes.
La voz del pueblo es la voz de Dios. Ya se viene dando un giro significativo en la dirección correcta. De hecho, las cifras demuestran que tenemos los niveles de criminalidad y de homicidios más bajos registrados en Colombia en décadas. A la Policía Nacional se le debe mucho en esa campaña victoriosa.
Es claro que el país percibe que se ha hecho mucho y que falta mucho por hacer. Pero hay que ser justos. Además del compromiso policial, se requiere el de la opinión pública, el de las autoridades judiciales y el de los legisladores. Pero no nos podemos equivocar. Destruir instituciones a la ligera es siempre mucho más fácil que preservar y mejorar las existentes.
Díctum. Hay que leer a Diana Calderón en El País de Madrid. Nos duele Venezuela.
Gabriel Silva Luján
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