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Comercio criminal de madera acaba con selvas del Chocó y Amazonia

El director de la organización Traffic para Suramérica, Bernardo Ortiz von Halle, lanzó la alerta.

Bernardo Ortiz von Halle habla sin tapujos para condenar el tráfico ilegal de especies silvestres, ese comercio indebido que las saca de la selva para luego venderlas en las ciudades o llevarlas a otros continentes y que consolida, a la vista de todos, uno de los negocios ilegales más lucrativos del mundo.
Este colombiano dirige para Suramérica el accionar de la fundación Traffic, que se ha transformado en la más importante del mundo para denunciar y tratar de buscar soluciones a este crimen.
Por eso, él fue uno de los invitados especiales del Primer Simposio Internacional sobre Prevención y Control del Tráfico Ilegal de la Vida Silvestre, que organizó esta semana el Ministerio de Ambiente y la Policía Nacional.
“En nuestro continente nos ha faltado crear una especie carismática, como el rinoceronte o el oso panda. Por eso, nuestros problemas de tráfico de vida silvestre no son visibles en el mundo”, manifiesta el experto, que trabajó hasta los últimos días del desaparecido Inderena, instituto que se transformó luego en lo que es hoy el Ministerio de Ambiente.
“Pocos reconocen el delito y pocos lo controlan. Hay muchas plantas y animales debilitados por el frecuente tráfico. Se acaba con una especie y siguen con otra y así se va arrasando con nuestros recursos”, denuncia, aunque también pone el dedo en otras llagas, que dan lugar a otro de los problemas ambientales más graves de nuestro tiempo.
¿Hoy tiene más peso el tráfico ilegal de especies de flora que aquel que se concentra en ejemplares de fauna?
Sí. Por ejemplo el comercio ilegal de cedros. Este tiene un cartel. Esa sí es una mafia fuerte, porque la venta de esta especie deja mucho dinero. Además, porque permite llevar cantidades de madera, durante mucho tiempo, sin que se tenga la eventualidad de que se pierda o se dañe. Pasa lo contrario con los animales, que, de cada diez que se trafican, solo uno sobrevive. Ese tráfico de madera se está usando para lavar dinero y muchas veces se utiliza para comerciar u ocultar cantidades indeterminadas de narcóticos.
¿Cuáles serían los sitios más afectados por esa tala, que lleva al comercio ilegal de madera fina?
El Chocó y la Amazonia.
El Ministerio de Ambiente, el Banco Mundial y los gremios que integran el Pacto por la Madera explican que casi el 42 por ciento de la madera de especies silvestres que llega a las ciudades es ilegal. ¿Está de acuerdo con esa cifra?
No creo. Pienso que de la madera que vemos en las ciudades, como cedros y otras especies muy valiosas que arriban desde las selvas, el 100 por ciento es ilegal, porque llega con papeles alterados. Solo hago una pregunta:¿quién controla la cantidad de madera que llega, por ejemplo, a Puerto Asís (Putumayo)? Nadie.
Según lo que ha analizado, ¿hay una mafia real del tráfico ilegal de especies, por decir algo, existe un ‘Pablo Escobar’ de este delito?
Depende del recurso. Por ejemplo, para el comercio ilegal de ranas existe un acopiador, que luego las vende a coleccionistas de Europa, Norteamérica y Japón, que son en realidad los dinamizadores del negocio en este caso.
Imagínese a un danés o a un sueco recogiendo ranas en Nariño o Putumayo. Eso no es viable. Prefieren contactar a indígenas o a labriegos, que se encargan de acaparar los ejemplares y entregarlos a un intermediario, que hace el nexo con el exterior. No hay un mafioso, en realidad; esto está integrado por muchas mafias pequeñas.
¿Dónde reforzaría usted los controles?
En los aeropuertos. Ahora hay un tráfico que nadie ve. En medio de cargas legales o autorizadas, por ejemplo de peces ornamentales, que de nuestras selvas van a Asia o Europa, están camuflando otros animales, como ranas o pequeñas tortugas, que no tienen permiso de salida. A partir de allí están sacando nuestros recursos sin que las autoridades puedan percatarse.
¿El tráfico ilegal de especies silvestres es el tercer delito más lucrativo después del tráfico de armas o el narcotráfico?
Cualquiera podría pensar que esto no es cierto si no hay cifras para sustentar un comercio que es ilegal.
No sé si realmente ocupe esos lugares; a veces se dice que es el segundo o el primero. Lo cierto es que sí es un delito que genera impactos muy serios. Además, este negocio ilegal de sacar animales de su hábitat fue el que les abrió las puertas a otros crímenes ambientales, como la deforestación y la minería ilegal. La compra y la venta de especies se nutre, además, de una tradición cultural, ya que hace décadas era legal, no recibía castigos; llevar un animal de un lado para otro no era penalizado. La gente de las zonas rurales regalaba loros o tortugas como un acto lícito y bien visto.
Cambiar ese imaginario es muy difícil.
¿Cuál es el mayor combustible de este crimen?
Que en el medio rural las plantas y los animales siguen siendo recursos de libre acceso, donde no hay presencia estatal.
Encontrar un mono o un loro en la selva es como encontrarse un billete de 50.000 pesos tirado en la calle. Cualquier persona puede tomarlo y desde ahí venderlo o comerlo.
¿Cree que reforzar en extremo los controles de la caza es una alternativa para mitigar el problema?
A veces la prohibición genera corrupción. Sé de un caso en la Costa, en donde autoridades ambientales y policiales le decomisaron, en Semana Santa, babillas, así como tortugas y sus huevos, a un grupo de campesinos. Luego, en lugar de incautar ese cargamento, se lo repartieron para consumirlo en sus casas.
¿Sirve el marco legal actual para castigar a los traficantes?
El marco legal actual para castigar a los traficantes no es un desincentivo para que estos abandonen su accionar. Las penas son mínimas: nadie va a la cárcel por comerciar animales silvestres. Las penas deben fortalecerse, principalmente para el traficante que va de comunidad en comunidad acopiando animales para luego venderlos en las grandes ciudades
¿Las fronteras se han vuelto cada vez más importantes, claves para mover todo el tráfico?
Así es. Las fronteras con Brasil, Ecuador y Perú se han transformado en sitios especiales para el comercio de animales y plantas, que luego se llevan a Villavicencio, San José del Guaviare o Puerto Asís (Putumayo). Este último puerto se ha vuelto trascendental, porque desde allí sale una carretera que, desde esa región fronteriza y amazónica, se interna en el centro del país. A partir de ahí van llevando las mercancías, sobornando, moviendo papeles, hasta que las logran introducir en la región andina.
¿Sugiere alguna solución de fondo para este crimen ambiental?
Generar incentivos locales para que la gente vea que los animales son más valiosos vivos que muertos. El turismo es una solución. Cuando las comunidades entienden que hay gente que paga mucho dinero por hacer avistamientos de fauna y que eso la puede beneficiar, deja de cazar animales. En resumen, es poner el énfasis de la conservación en manos de las comunidades locales, para que ellas tengan la oportunidad de conservar, pero, también, de aprovechar recursos de fauna y flora y obtener rentabilidad. Esto también se resuelve mejorando la calidad de vida de las comunidades.
Tan grave como la minería ilegal
“Conocimos el caso de un norteamericano que pagó un millón de dólares por una boa. ¿Pero ese es el verdadero precio de una boa? Allí es donde está gran parte del problema del tráfico ilegal de especies, que por ser indebido puede especular, inflar los precios de la fauna y la flora sin control.” Así explica Gustavo Mellado, oficial regional especializado de la Organización Internacional de Policía Criminal (Interpol), parte de las implicaciones que está teniendo este atentado ecológico en el continente. Mellado informó que la Interpol está trabajando en el impulso del control de las fronteras, principalmente entre Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Brasil y Venezuela, donde se mueve gran parte de este delito.
“Muchos animales son capturados en Perú, donde puede haber legislaciones laxas, y basta cruzar un río o hacer una corta caminata por la selva para traerlos a Colombia o llevarlos a Brasil, donde son vendidos al mejor postor”, dijo. “La idea es también controlar la pesca ilegal y la venta de madera, que son algunas de las estrategias que usan los delincuentes para tapar parte del tráfico”, agregó Mellado.
Por su parte, el ministro de Ambiente, Gabriel Vallejo, opinó que “el tráfico de especies está alcanzando daños similares sobre los ecosistemas colombianos, tanto o más graves que los causados por la minería ilegal”.
JAVIER SILVA HERRERA
Redactor de EL TIEMPO
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