Gracias a ella, más de 80.000 familias han logrado salir de la pobreza absoluta en los últimos venticinco años, en países tan diversos como Burundi, Congo, Ruanda, Uganda, Tailandia, India, China o Colombia. Su fórmula para alcanzar tal objetivo obedece a la conocida máxima según la cual no se trata de regalar el pescado, sino de enseñar a pescar.
Su fundación, que a primera vista tiene el extraño nombre de François-Xavier Bagnoud Internacional (FXB), proporciona en un período de tres años una formación que a cada familia le permita poner en pie un negocio sostenible.
La mecenas que ha puesto toda su fortuna en este ambicioso programa tiene una historia única, realmente apasionante. Condesa, título nobiliario del cual jamás hace ostentación, se llama Albina du Boisrouvray y la conozco desde hace muchos años.
Nadie, creo yo, puede tener una vida tan llena de contrastes. Sus orígenes, en primer término. Es hija de un Conde, primo hermano del príncipe Rainiero de Mónaco; su abuelo, por el lado materno, fue un famoso indígena boliviano que se convirtió en el rey del estaño: Simón Patiño.
El nombre de Albina lo heredó de su abuela, mujer que llevó una vida fragorosa en los Andes, al lado de un marido de salvaje tenacidad, empeñado en horadar las entrañas de la cordillera en busca de estaño. Lo encontró, lo explotó, se batió a tiros por él, lo vendió al mundo y se hizo fabulosamente rico.
Cuando la alta sociedad de La Paz le cerró las puertas a Patiño, a pesar de toda su fortuna, viendo en él a un indio montaraz todavía con el barro de las minas en los zapatos, éste decidió tomarse un arrogante desquite estableciéndose en París y entrando en el jet set internacional y en los parajes de la aristocracia francesa. Alojado con su mujer en el lujoso hotel George V de París, se fabricó una leyenda de abolengos en Bolivia y pidió a su familia que borrara de la memoria esa vida salvaje que habían llevado en las minas. Pero la más categórica de sus exigencias fue la de prohibir a sus hijas que se acercaran a todo hombre desprovisto de títulos nobiliarios.
Albina nunca olvidó a su abuela. La recuerda como una mujer digna y hermética que solo mostraba inquietud cuando debía cruzar a pie los Campos Elíseos. Parecía una efigie. “¿En qué piensas, abuela?”, le preguntaba Albina para romper su silencio. “Veo la nieve en las cumbres del Tenari sobre la mina –suspiraba la anciana–. Hay mucha gente mía enterrada allí”.
La oveja negra de la familia
El empeño de Simón Patiño por casar a sus hijas con aristócratas se cumplió muy pronto con una de ellas, Luz Mila, quien contrajo matrimonio con el conde Guy de Boisrouvray. De modo que Albina, hija de este matrimonio, heredó el título de condesa. Lo que ni la familia de su padre, ni la de su abuelo Simón Patiño, llegaron a prever fue que, desde muy joven, ella decidiera apartarse del mundo donde había sido criada. Con una temprana adhesión ideológica al marxismo, se convirtió en la ‘oveja negra’ de la familia. Una oveja negra que prefería ganarse la vida lavando autobuses en París, al mismo tiempo que era abogada de todas las causas tercermundistas.
Nada de esto sabía yo cuando la conocí en París en 1971. Nada, salvo que era una señora muy rica dispuesta a ayudarnos a poner en marcha la revista Libre, que agrupaba a los más conocidos escritores del boom latinoamericano. Gracias a dos de ellos, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, fui designado editor de la revista.
Cuando me pidieron que fuera a visitarla, yo la imaginaba como una dama de edad, ajada como un pergamino y vestida de negro hasta los pies. En vez de ello encontré una joven y bonita mujer tendida en su cama por culpa de un resfrío.
Tenía el pelo largo y unos fosforescentes ojos amarillos. En sus facciones había un leve soplo de los Andes, una reminiscencia indígena que parecía haber sido trabajada con delicadeza, como la greda o el cobre en manos de un artista refinado. Su apoyo consistió en firmar una libreta de cheques en blanco para que su secretaria nos fuera entregando cada mes lo que necesitáramos.
Supe más tarde que Albina anduvo en las barricadas de mayo del 68; luego, como joven periodista del Nouvel Observateur, había escrito valerosos reportajes en Cambodia y en Phnom Penh. También supe que había estado en Bolivia, la tierra de sus ancestros maternos, investigando cómo el ‘Che’ Guevara había sido detenido y ejecutado. De esa experiencia guarda como reliquia la última bala de su fusil.
Muchas publicaciones de izquierda, entre ellas Libre, recibieron su colaboración y ayuda. Pero a medida que la realidad del llamado mundo socialista se hizo evidente en Europa, Albina terminó abandonando su militantismo político para encaminar su energía en otra dirección.
Entró en el mundo del cine, batiéndose con banqueros, actores, distribuidores, con el mismo ímpetu, tenacidad y carácter de su abuelo, pero sin perder su frágil aura femenina. Cada película era enteramente obra suya: directores, guionistas o actores debían ceder siempre a su recia voluntad.
Su mejor película, Fort Saganne, la más costosa del cine francés, la sepultó en el desierto del Sahara y estuvo a punto de arruinarla. Pero su esfuerzo la rescató de tal desastre gracias al éxito que obtuvo en el Festival de Cannes. Allí la vimos bajo la luz de los reflectores en compañía de dos protagonistas del film, Gerard Depardieu y Catherine Deneuve.
Su nuevo destino
El episodio que cambió para siempre su vida fue la trágica muerte de su único hijo, François-Xavier Bagnoud. Yo lo conocí cuando era todavía un niño. Vivía con su madre en el mismo inmueble de la Rue du Bac donde yo tenía mi apartamento. Lo vi también de cerca cuando era un apuesto joven piloto de helicóptero, que siguiendo los pasos de su padre se había convertido en un rescatista de montaña.
Su pasión por volar era tal que en tres años llevó a cabo cerca de 300 vuelos de rescate en los Alpes, así como los que hizo en desiertos de África. Su novia, con quien seguramente se había propuesto casarse, era una joven barranquillera, Silvana Paternostro Lacouture, de cuyo padre había sido yo amigo.
Precisamente para cumplir su papel de rescatista, François-Xavier, a los 24 años, no tuvo reparo en tomar el mando de su helicóptero en el rally París-Dakar, en plena noche y con adversas condiciones metereológicas. Iba acompañado por dos personajes muy conocidos en Francia: el cantante suizo Daniel Balavoine y Thierry Sabine, piloto creador del rally. Envuelto en una tormenta de arena, sin visibilidad alguna, el helicóptero se estrelló contra una duna en el desierto de Malí.
Albina nunca pudo sobreponerse a esta tragedia. “Cuando François murió, quedé totalmente devastada –confiesa–. Seguir en la industria del cine no le daba sentido a mi vida. Así que me interesé en labores humanitarias como las que adelanta Médicos Sin Fronteras, antes de crear una fundación que se propusiera, a escala universal, continuar la tarea de rescatista que había atrapado a mi hijo. De ahí que lleve las iniciales de su nombre: FXB”.
Se inició creando en diversos países del África y del Asia un programa que albergaba, en cada lugar adonde llegaba, a 100 familias; primero, atendiendo sus necesidades básicas y luego, dándoles una intensa formación a fin de capacitarlas para crear un negocio propio capaz de salvarlas de la miseria. La fundación acaba de cumplir 25 años de existencia y se ha convertido en modelo para todo el mundo. De ahí que Albina haya sido este año nominada para el Premio Nobel de la Paz.
Su huella en Colombia
Muy cercana de Albina, desde los tiempos en que era novia de su hijo, Silvana Paternostro Lacouture, hoy periodista radicada en Nueva York, fue sin duda el puente para que la fundación FXB pusiera su pie en Colombia.
Opera en Barranquilla desde 1995. Su primera tarea, desde entonces hasta el 2011, fue la de establecer un hogar de atención prioritaria donde se atendieron 184 niños y sus familias, afectados por VIH Sida. La fundación, que operaba en una casa del barrio El Prado, suministraba medicamentos, nutrición, educación, apoyo psicosocial y hogar permanente. A partir de 2011, la fundación hizo tránsito hacía el modelo FXBVillage, cuyo propósito esencial es el de dar una estrategia educativa a las familias para crear su propia empresa.
Albina estuvo en Barranquilla, en octubre del año pasado, para asistir al grado de 72 familias que habían logrado tal propósito al cabo de tres años de formación. Conforme a su manera de actuar, esta visita suya la realizó sin buscar ningún cubrimiento mediático. Dada nuestra vieja amistad, yo la acompañé y tuve oportunidad de ver cómo visitaba, una por una, a familias de los barrios marginales de la ciudad rescatadas por su fundación. Vivían en casas limpias y pintadas, tenían ya negocios establecidos y sus niños estaban debidamente escolarizados.
Lejos de reflectores publicitarios, Albina cumple esta labor de vigilancia donde quiera que su fundación haya puesto el pie. Su apartamento en París o el de Nueva York no muestran lujo alguno. Conserva, sí, el recuerdo de su hijo en fotografías que colman las paredes. “Mi hijo François Xavier dedicó su vida al rescate de personas y, cuando murió, yo me propuse mantener viva esta pasión suya”, dice.
Así fue. Y para cumplir tal propósito, Albina decidió poner en él toda su fortuna, tanto la que heredó de su padre como la de su abuelo Simón Patiño. Ni siquiera conservó para ella la soberbia colección de joyas y la colección de obras de arte agregadas a su herencia. Sí, es definitivamente una mujer fuera de serie.
PLINIO APULEYO MENDOZA
Especial para EL TIEMPO