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La peligrosa vida de los 'sherpas'

La tragedia que mató a 16 guías en Nepal dejó al descubierto sus precarias condiciones de trabajo.

Olga Mallo
Como guía a cargo de un grupo, Lakpa Rita Sherpa, de 48 años, se encontraba la madrugada del día de la tragedia en el campamento base, a 5.360 metros de altitud, preparándose para ascender al Everest. Ha alcanzado 17 veces la cima del monte más alto del mundo y hace unos años se convirtió en el primer sherpa en escalar las siete mayores cumbres de cada continente.
Pero esa noche del 18 de abril, cuando la avalancha sepultó los cuerpos de 16 guías, 13 de ellos sherpas, la mayor tragedia de ese pueblo en toda su historia, Lakpa dejó todo a un lado y ayudó al desesperado rescate de cuatro de las víctimas que componían su propio grupo.
Las fatalidades no son extrañas para Lakpa. En 1986, en el monte Manaslu, la octava cumbre más alta del mundo, también en la cordillera del Himalaya, una avalancha sobrevino mientras su grupo dormía. Uno de los guías, cuya carpa no fue totalmente enterrada, logró salir y pedir ayuda por radio. A Lakpa, un cuchillo lo salvó de morir asfixiado. “Rompí la carpa y salí nadando hacia el exterior”, recuerda.
En otra ocasión cayó en una grieta y su propio crampón se le incrustó en la pierna, lo que le dificultó volver a la superficie. Y en 1996 sobrevivió a la trágica temporada, cuando 12 escaladores fallecieron cuando estaban escalando. “La muerte se ve muy de cerca en la montaña. Debes conocerla y respetarla; si no, te mata”, dice.
Lakpa nació en Thame, un pueblo a 3.800 metros sobre el nivel del mar rodeado de montañas, pero desde 1992 vive en Seattle (EE. UU.). Poco antes de la tragedia había tomado el avión hacia Katmandú, para llegar al inicio de la temporada de ascensos al Everest, enviado por Alpine Ascents International, la compañía estadounidense de montañismo para la cual trabaja. “Me han dado la oportunidad que no muchos en mi país tienen. He podido trabajar afuera y así tengo empleo todo el año. La temporada en el Everest solo dura tres meses, y si no te contrata una empresa extranjera es muy difícil que un sherpa pueda salir por sus propios medios”, dijo antes de partir, sin saber aún que sobreviviría al alud y que, en señal de duelo, terminaría apoyando la inédita huelga sherpa, que hace unos días dio por cancelada la temporada de escalada al monte.
Lakpa es un caso poco común entre su pueblo. Se sabe de solo tres sherpas que han guiado expediciones fuera del Himalaya. Desde que llegó a Estados Unidos, ha subido el Monte Rainier, el más alto del estado de Washington; el Denali, la mayor cumbre de Norteamérica; el Aconcagua, en Suramérica; el Vinson, en la Antártica; el Elbrús, en Europa; el Kosciuszko, en Oceanía; y Kilimanjaro, en África.
Cuando habla de su montaña preferida, menciona de inmediato el Vinson. “Amé la Antártica. Su desolación. No hay multitudes como en Katmandú, es prístino como alguna vez lo fue el Everest. Lo escalé dos veces en un mes. Hay que atravesar varios glaciares y resistir temperaturas bajísimas”.
Entre una y otra expedición, tardó 10 años en llevar a su familia con él a vivir a Estados Unidos. Sus tres hijos, nacidos en Nepal, ahora estudian en un college y universidades norteamericanas. Como él, muchos sherpas hoy buscan darles una mejor educación a sus descendientes. Quieren que sean arquitectos, abogados, médicos, ingenieros y los mandan a estudiar a la India o incluso a Londres para que no tengan que trabajar como porteadores para las expediciones extranjeras. “No conozco a ninguno de mi pueblo que desee para sus hijos que sean sherpas de montaña”, dijo Lakpa.
Comenzó su carrera como porteador a los 18 años, oponiéndose a los deseos de su padre, un agricultor que quería que su hijo tuviera un diploma. Lakpa tardó ocho años en hacer la transición de guía asistente a sirdar, el rango más alto para un guía sherpa. El sirdar es el responsable de la expedición, el líder del equipo de sherpas, a cargo de la logística e incluso de la parte contable.
Aunque gran parte de los sherpas trabajan como porteadores para las expediciones que llegan a la región cada primavera, solo alrededor del 20 por ciento llega a ser guía de montaña como Lakpa. El idioma y el hecho de que la mayoría de los grupos vienen con guías propios hacen difícil para muchos jóvenes sherpas dar este salto.
Trabajo con pocas garantías
En Nepal, de acuerdo con estadísticas de las Naciones Unidas, un cuarto de la población está bajo la línea de la pobreza y el ingreso promedio anual es de 600 dólares. Pero un guía sherpa experimentado puede ganar hasta 10.000 dólares durante los tres meses que dura la temporada de montañismo en el Everest y demás montes de la región. Ellos conforman una especie de clase media, inexistente en este país antes de 1953, cuando el neozelandés Edmund Hillary junto a Tenzing Norgay Sherpa alcanzaran la cumbre del Everest por primera vez. Desde entonces, el número de turistas ha aumentado progresivamente cada año, y en la actualidad el 78 por ciento de los permisos de escalada extendidos por el Ministerio de Turismo de Nepal son para ascender este pico.
La tragedia expuso la fragilidad y las grandes contradicciones que viven los sherpas, cuya tradición ha cambiado rápidamente en los últimos 60 años, desde un pueblo agricultor a uno que vive del turismo. Hoy, la mayoría depende de una manera u otra de los mikarus (como llaman a los occidentales), que van a escalar entre marzo y mayo en el valle de Khumbu. Por ello, estos días han mostrado su molestia contra el Gobierno nepalés, que por un lado recauda millones de dólares cada año en concepto de permisos de montaña para las expediciones, y que por otro es mezquino en garantías para los sherpas.
Para Lakpa Rita Sherpa, gran parte del conflicto está en el número de escaladores, que aumenta cada año: “Sin la ayuda de sherpas, es muy difícil alcanzar la cima, por lo que cuantas más expediciones vengan al Himalaya, mayor será el número de sherpas poniendo en riesgo su vida. A comienzos de los 90, se daba un máximo de 12 permisos para escalar el Everest. Ahora es un gran negocio y se dan sin restricción”.
En efecto, la principal demanda de los sherpas al Gobierno nepalés es el aumento del seguro que cubre a las familias de las víctimas desde los 400 dólares hasta los 10.000. El 40 por ciento de las muertes en el Everest son de miembros del pueblo sherpa.
Pero Lakpa menciona otro punto: “Existen guías sin una preparación adecuada y compañías que aceptan clientes sin el entrenamiento necesario. Además, es una vergüenza la cantidad de expediciones que no llevan wag bags (bolsas especiales para deposiciones). Contaminan la nieve e impiden utilizarla como agua. Es necesario que cada compañía se haga responsable de sus residuos. El Everest se ha convertido en un basural”.
Desde hace cinco años, Nam-gya Sherpa visita Chile cada invierno nepalés para trabajar como guía en el monte Vinson. Su primer viaje fuera de Nepal lo realizó en el 2004, a los 32 años. Desde entonces, se ha dedicado a mejorar su inglés, hacer cursos de montañismo y aumentar su red de contactos. Hoy tiene su propia pequeña empresa. “Es un sacrificio vivir tantos meses separado de mi hija, esposa y demás familiares”, dice, “pero vale la pena, pues he podido mejorar mi vivienda, ahorrar para la educación de mi hija e, incluso, el año pasado llevé a mi familia de vacaciones a Suiza, donde tengo amigos”.
Nacido en un pequeño poblado a los pies del Kangchenjunga, la tercera montaña más alta del mundo, Namgya es hijo de agricultores, que cultivaban y vendían papas y cebada. Su adolescencia transcurrió en su villa natal y no viajó a Katmandú hasta que cumplió 27 años.
Como todo niño sherpa, era fuerte, y ayudar a su padre en el acarreo de mercadería sobre sus hombros lo convirtió en un porteador nato. Aunque para él no fue un camino sencillo: “Contrario a lo que se cree, para un sherpa es muy difícil llegar a escalar el Everest por primera vez, pues los clientes siempre buscan a alguien que haya hecho cumbre allí anteriormente. Mi oportunidad llegó como porteador de una persona con un solo brazo, lo que agregó aún más al desafío. Había esperado tanto por este momento, que aquellos 10 minutos en la cumbre fueron inolvidables”.
Desde comienzos del siglo pasado, los escaladores occidentales que llegaban al valle de Khumbu se dieron cuenta de las extraordinarias cualidades de los sherpas. La altura no los afectaba, e incluso las mujeres podían llevar carga de más 30 kilos sobre los 3.000 metros. Algunas teorías señalan que se debe a una adaptación genética que incluiría una mayor producción de hemoglobina, corazones que utilizan la glucosa y mayor eficiencia en los pulmones.
Pat Falvey, montañista y explorador irlandés que ha llegado cuatro veces a la cumbre del Everest, dice: “Ellos son capaces de hacer hasta 25 viajes de ida y vuelta entre los cuatro campamentos que hay antes de la cumbre para acarrear equipos. Es como si la altitud les diera más energía, por lo menos hasta la zona muerta (sobre los 7.000 metros). No existe persona occidental que sea capaz de tal proeza. Aun así, arriesgan continuamente su vida y durante el resto del año solo unos pocos trabajan como guías de trekking en Pakistán o India. La mayoría se dedica a la crianza de yaks y a cultivar papas”.
Durante siglos los sherpas consideraban una blasfemia escalar las cumbres. Veneraban los montes desde sus pies, por ser morada de sus dioses. Hoy, la historia es otra, aunque como dice Lakpa Rita: “Pocas personas en el mundo gozan del privilegio de ganarse la vida haciendo lo que más aman y en el lugar que más conocen”.
Huelga en la montaña
La comunidad ‘sherpa’ lleva tres semanas sin escalar la montaña. Familiares de los 16 guías fallecidos reclaman al Gobierno nepalí un mayor respaldo, argumentando que la escalada al Everest aporta más de tres millones de dólares por año a Nepal, y la indemnización a las víctimas apenas alcanza los US$ 400.
OLGA MALLO
El Mercurio (Chile)
Olga Mallo
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