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García Márquez en la diplomacia

El autor de 'Cien años de soledad' se esforzó mucho por terminar con el aislamiento de la región.

Mack McLarty
Una mañana de mayo de 1998 llegó a mi oficina en la Casa Blanca un visitante con una misión inusual. El objetivo era entregar un mensaje confidencial del presidente cubano, Fidel Castro, sobre una posible cooperación en torno a unas investigaciones de terrorismo. El mensajero era el autor colombiano Gabriel García Márquez.
A pesar de que la reunión no generó ningún avance significativo (las relaciones con Cuba eran tensas y así continuaron), García Márquez se encontraba claramente complacido de estar en el centro de una iniciativa diplomática de carácter reservado. Ya nos habíamos conocido un par de noches atrás en la casa del expresidente César Gaviria en Washington, y nuestra sesión en la Casa Blanca confirmó mi primera impresión: era encantador pero serio, un ávido oyente y observador político sagaz, un constructor en vez de un quemador de puentes.
En los años y visitas subsecuentes comencé a ver a García Márquez como a un amigo, algo que él le atribuyó al hecho de considerarnos “hombres del sur”. Su muerte causó una marejada de tributos que lo reconocieron como un gigante literario y un ícono cultural de América Latina. Sin embargo, menos comentado aún fue su rol en el acercamiento entre el Norte y el Sur de nuestro hemisferio.
García Márquez tuvo una relación complicada con los Estados Unidos. Por décadas se le negó visado para visitar el país. Además, fue un crítico de la política exterior estadounidense y mantuvo una relación personal muy cercana a Castro, lo cual sorprendió a muchos amigos y admiradores.
Frecuentemente tuvimos diferencias políticas, en especial con respecto a Cuba. Pero también tuvo profundas afinidades con el ‘Coloso del Norte’. Alguna vez le dijo a mi esposa, Donna: “Yo no sabía escribir hasta que leí a William Faulkner”. En 1961, luego de trabajar como periodista en Nueva York, él y su joven familia viajaron en un bus de Greyhound por el sur del país.
A su llegada a México, pobre y desconocido, comenzó a trabajar en Cien años de soledad. El futuro presidente de los Estados Unidos Bill Clinton leyó este libro mientras se encontraba en la escuela de derecho, y declaró a García Márquez como su “héroe literario”. Los dos hombres se conocieron en 1994. García Márquez recordaba cómo se quedó sorprendido de escuchar a un presidente estadounidense recitar de memoria pasajes completos de El ruido y la furia, de Faulkner.
García Márquez tomó la libertad poética al insistir que América Latina comenzaba en la línea Mason-Dixon. Pero es verdad que existen ciertas características de calidez, familiaridad, fe e incluso elementos de ‘realismo mágico’ comunes entre la Colombia de su niñez y el Arkansas de la mía. A lo largo de décadas de viaje frecuente y trabajo en América Latina, siempre me he sentido como en casa. La mayoría de estadounidenses conoce muy poco sobre América Latina. Uno de los legados de García Márquez es el de haber despertado en millones de lectores en los Estados Unidos nuestros lazos comunes de humanidad y cultura.
Yo creo que hoy EE. UU. se ha alejado demasiado de la región. Mientras que nos enfocamos en Ucrania, Venezuela atraviesa por meses de violencia política y el gobierno colombiano y las Farc realizan negociaciones complicadas.
No me cabe duda de que García Márquez estaría en el centro de estas conversaciones y que exhortaría al gobierno de Estados Unidos a involucrase en un rol más constructivo. Una de las ironías más felices de su vida es que el autor de Cien años de soledad se esforzó mucho por terminar con el aislamiento de la región. Hoy, el mundo se siente un poco más solitario sin él.
MACK MCLARTY
Exjefe de gabinete y enviado especial al continente Americano durante la administración de Bill Clinton. Es presidente de McLarty Associates y McLarty Companies.
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