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Obdulio Varela: el héroe del Maracanazo

Este uruguayo fue el responsable de silenciar el estadio Maracaná en 1950 ante Brasil.

ATILIO GARRIDO
Obdulio Varela fue el héroe de la mayor hazaña en la historia de los mundiales: “el Maracanazo”. Aquella tarde del 16 de junio de 1950, cuando Uruguay le arrebató la Copa del Mundo a Brasil en su casa –con un impensado 2-1 que hizo llorar a todo un pueblo–, “El Negro Jefe” les dijo a sus compañeros antes de salir a la cancha: “No piensen en toda esa gente, no miren para arriba, el partido se juega abajo. Los de afuera son de palo y en el campo seremos once para once. El partido se gana con los huevos en la punta de los botines”. En 1977, el viejo ídolo de Peñarol, el volante que jugó cinco Copas América, el capitán que participó en los mundiales de 1950 y 1954, el campeón perfectamente mitificado por su pueblo, ofreció esta lúcida entrevista para la edición número 1 de la colección de estrellas deportivas de El Diario, de Uruguay.
Por Atilio Garrido
Afuera, un sol primaveral le va poniendo color a la mañana. Adentro, Obdulio prepara el mate, se remanga la camisa de franela a cuadros, se acomoda las zapatillas, se sienta a mi lado y le da el puntapié inicial a la rueda del amargo cebando con la caldera. Me extiende el primero y de pronto su vozarrón rompe el silencio matinal: “Los jóvenes no toman mate, pero préndase a este que tiene yuyo…”.
Una risotada, prende un cigarrillo y después de una profunda bocanada que inunda el ambiente de humo, me mira fijo como diciendo: ¿Qué quiere? Ahí esta dibujando el personaje. Rudo, tosco, áspero en sus reacciones, pero generoso filántropo del gesto varonil que fue como un estilo de vida para todas sus actitudes. Siempre de frente.
Y es mentira la oquedad de Obdulio. Y es mentira la rebeldía de Jacinto (así le decían a Varela). Como es mentira toda esa leyenda atribuida a su intemperancia. Obdulio es nada más que lo que es. Eso que fue toda la vida. Nada más que un tipo enfermo de sinceridad, de esa verdadera. De esa que no necesita ningún postizo para exteriorizarla, pero que una vez dicha crea problemas. La verdad duele, lastima, y Obdulio es el gran filósofo que descubrió la austeridad, la sencillez y el recato… Porque sabe que “es mejor aislarse, antes que salir a gritar cuatro verdades y crearse enemigos”.
Venga Obdulio, ayúdeme a recordar. Descubra toda esa filosofía de gran universitario de la calle graduado en la facultad de ciencias sociales de la vida para no pasar por lerdo en un mundo de ligeros. ¡Dele Obdulio, métale al amargo y cuente! Abra el viejo baúl de los recuerdos…
“Fui uno más de una familia grande y pobre. Nací en La Teja y de chico me trajeron para la calle Pablo Pérez, en la Curva de Industria. Ahí me crié, pero todavía no jugaba al fútbol. Poca escuela; solo tres años en la del Campo Español y después a buscar el mango. Hacía de todo. Tenía 13 años y cuidaba autos en el Hotel del Prado cuando los bacanes iban a los bailes. Por ese entonces, 1930, ya vivía en la calle Esmeralda, casi Dr. Pena, y empecé a darle mis primeras pataditas a la de trapo. Vendí diarios en el Paso Molino y en el Centro, en el café Petit Versailles, que estaba en 18 de Julio casi Yi. Medio de gitano fue mi infancia. De un barrio a otro, hasta que caímos a La Comercial. Y ahí sí, fútbol de la mañana a la noche. Tenía 16 años…”.
Ya se metió en el fútbol. Los recuerdos le hacen brillar los ojos en esa cara morena amasada con suburbio, luna, hambre, vueltos olvidados y copas.
“Fortaleza fue el primer cuadrito que integré. Después Dublín y Pascual Somma. Me quedé en este último porque me dieron un laburo de peón albañil. ¡Cuántos recuerdos! En 1936, con el Pascual Somma, hago mi primer viaje a Buenos Aires. No entendía nada. Era un negrito pobre, marchaba a todos lados con las alpargatas y una campera que tenía. Para ir a Buenos Aires me prestaron todo. Lo único mío era la camiseta, el calzoncillo y las medias. Después pasé al Deportivo Juventud que estaba afiliado a la Asociación. Jugaba en la Intermedia que era la ‘B’ de ahora”.
Montevideo era una estancia
Otro cigarrillo y aparece el filósofo en escena…
“¿Sabe una cosa? Yo no la voy con aquellos que dicen que todo tiempo pasado fue mejor. Todo cambia es cierto, pero antes y ahora ha habido cosas primitivas…”.
Lo miro y me atrevo a salirle al cruce. Le digo que antes era todo más romántico…
Aaaahiiii está. Se vivía de otra forma. Montevideo era una estancia, una gran estancia. Ahora es una ciudad. Antes todo era más lírico. Había más comunicación, la gente se entendía. Usted vivía en un barrio y conocía a todos los vecinos. La gente se ayudaba entre sí. Ahora viven al lado y no se conocen. No saben quiénes son. Pero en la actualidad hay más adelantos, se vive a otro ritmo. Y en el fútbol pasó lo mismo. En la Intermedia de antes se jugaba a muerte. Nadie quería perder. Nos agarrábamos a las trompadas limpias y minga de policía. Todos se querían sacar las plumas...
¿Y usted ya era cacique?
Nooo. Al contrario. Había muchos grandes jugadores. Se jugaba con otro sentimiento, con otras ganas. Era todo distinto, no se puede comparar. Fíjese en esto: el padre laburaba y aguantaba a toda la familia. Hoy la cosa no es así. Hoy tienen que laburar todos. El viejo, la mujer, los hijos; y entonces los pibes no pueden darle a la pelota. Tienen que largar y ahí se va perdiendo mucho material que antes se aprovechaba. Por eso le digo que los progresos son importantes, pero también destruyen cosas. Hoy no hay campos. No hay canchas. Antes los jugadores eran de Montevideo, nacían como hongos en los baldíos, se hacían en la calle. Hoy eso se da en el interior y por eso la capital está llena de jugadores de afuera. Antes era solo fútbol para los pibes. De la mañana a la noche. No había necesidad de laburar, de levantarse temprano, de aportar para parar la olla. Laburaba el viejo. Los muchachos éramos atorrantes. Y esa es la verdad, ¿a quién le gusta trabajar? Era más lindo pegarle a la pelota que ir al yugo...
Me vinieron a buscar de Peñarol y después de Nacional. Pero fracasé feo. Practiqué en los dos cuadros y no gusté. Me parece que me largaron porque había muchos negros. Un negrito más no servía. Y entonces pasé a Wanderers. Pasé obligado. Me habían vendido como a una bolsita de papas. En aquel entonces cualquier cuadro de Primera División depositaba $200 en la Asociación y se llevaba al jugador que quería. El club de primera era dueño y señor. Los jugadores no valían nada. Estábamos en la época de los esclavos. Venía un dirigente de primera y decía: “Preciso aquel ganado” y ¡ta! ponía 200 pesos y ¡zas! Al matadero. Usted, sin saberla, comerla, ni beberla, era jugador de… ¿Cómo es la canción? No podía ser. Y conmigo esas cosas no iban. Me rebelé y ¡chau! Me puse duro.
Acá aparece el caudillo. Ahí está en toda su dimensión el hombre tantas veces idealizado en la leyenda de su guapeza. Todavía no era nadie, pero ya tenía la convicción suficiente para hacerse valer. Para hacerse respetar. Para negarse a un oscuro destino de oveja dentro del rebaño.
Un día estaba en casa y viene un dirigente a decirme que ya era jugador de Wanderers. ¡Cóoooommooo! ¡Qué vaya a jugar la Directiva de Deportivo Juventud! Si el pase costó 200 pesos, a mí me tienen que dar una suma igual. Yo era un negro caro. Entonces Wanderers se tiró al agua y aflojó la plata. Después vino lo lindo. Fui a practicar, cobré los doscientos mangos y armé flor de farra. Por aquel entonces yo vivía en la calle María Stagnero de Munar, en la Unión. Me hice el loco y con esa guita compré de todo. Pollo al horno, lechón, vino y ¡qué sé yo cuántas cosas más! Me tomé un taxímetro y llegué a mi casa. Miré a la vieja y me dijo: “¿Mijo, qué hiciste?”. “Nada, mamá. Firmé contrato para jugar al fútbol, me dieron $ 200 y empecé a gastar plata”. La vieja no lo quería creer. Se fue a la comisaría a averiguar si había afanado a alguno. Y así empecé en Wanderers.
¿Fue su mejor época?
Creo que sí. Fueron los primeros pasos. La época del lirismo. El tiempo donde uno se encuentra con unos cuantos maestros que le enseñan algunas cosas. Porque es mentira eso de que el fútbol no se enseña. Siempre hay secretos. Uno termina y sigue sin saber la mitad de las cosas. El fútbol es libertad e inspiración y además orden. Una sola cosa no camina. Ahora está todo mecanizado. Donde va la barca va Bachicha. No pasa nada. Cero a cero. Yo le puedo decir que antes los jugadores escuchábamos más a los directores técnicos que ahora. Y eso que antes no estaban tan promocionados. Pero los pibes llegábamos y queríamos saber cosas, aceptábamos consejos, escuchábamos a los mayores. Ahora la juventud anda a 200 kilómetros por hora. Pasan al lado de uno como aviones a chorro y se creen que las saben todas. ¡Pobre de ellos!
¿En su época se ganaba bien?
No, pero a uno le gustaba. Usted estaba conforme y los clubes eran una familia. Ahora son sociedades anónimas. Yo jugaba en Wanderers y Alfredo Viera me llevó a trabajar de portero a Impuestos Directos. Por eso le digo que ahora todo cambió. Fíjese que estando en Wanderers debuté en 1939 con la celeste en el Sudamericano de Perú, jugando ante Chile. ¿Sabe lo que era la celeste? Uno se ahogaba. Pesaban los recuerdos. Atrás estaba la gloria de Nasazzi y Lorenzo y no se podía perder. Un negrito chico como yo, que recién empezaba, escuchaba a los mayores hablar de la celeste y el pasado, y se me ponía la piel de gallina. Hoy, ¡uf! Mejor no hablemos...
Y ahí está la gran identificación: Obdulio y la celeste. Pero él le quita trascendencia. Para Jacinto, como en el tango, la fama es puro cuento. Por eso, después de ponerse nostálgico con el recuerdo de su debut en la Selección, me entrevera los cables y me habla, sin saber por qué, de Buenos Aires…
Estuve practicando en Banfield. Me pasé una semana de turista y después me vine. Buenos Aires nunca me gustó. Era mucha ciudad para mí. Yo quería esta estancia… ¿Sabe que jugué de centrefóbal? No andaba la delantera y en Wanderers me pusieron a mí. Hice tres goles en un partido y después volví a mi chacra. ¡Tas loco, capaz que se creían que tres goles se hacen todos los días! Y después me fui a Peñarol...
No hay caso. Me quiere desviar mi curiosidad por la celeste. Todo lo que sea intento de magnificar su importancia choca contra el muro resistente de un Obdulio impenetrable para quien la gloria no existe. Por ahora lo dejo. Él lo quiere así…
A Peñarol me llevó Luis Matta. ¡Qué jugador! Yo no sabía nada que Peñarol me quería. Otra vez era la bolsa de papas. Habían hablado con todos menos conmigo. Me fui a ver a Fernández Gastelú, de Wanderers, y le dije, ¿cómo es la canción? Y Jacinto –me dijo él– ayer hicimos la última reunión por el pase y te vendimos. Seguía siendo la bolsa de papas. Le dije que no podía ser, que quería ser persona y dejar de ser mercadería. Me fui a la sede de Peñarol, querían hablar conmigo y de pronto empezaron a poner plata arriba de una mesa. Me querían entusiasmar, ¿me entiende? Por favor, ¡qué me iba a entusiasmar con eso! Tengan cuidado les dije, se les puede volar algún billete y después la culpa es mía. Uno siempre tiene que desconfiar. Capaz que salía de la sede, me denunciaban por llevarme algo y, ¡adentro! No concretamos nada. Al otro día me hablaron los dirigentes de Wanderers y me pidieron que firmara porque se arreglaban unos problemas que había con $16.000 y además Peñarol le daba tres o cuatro jugadores. Firmé. Arreglé bien con Peñarol y todavía encima los de Wanderers me regalaron $500. Esa noche me tomé unas cuantas copas. Para festejar, ¿sabe? Siempre me gustaron. Primero le di al vino y después agarré para cualquier lado. Ahí en Peñarol empezó otra época. Distinta a la de Wanderers. Me di cuenta de lo que es un club grande. De entrada me dijeron o el laburo o el fútbol. Tenía que elegir. Largué Impuestos Indirectos y me quedé en Peñarol. Si fracasaba quedaba en la vía, pero en la vida siempre hay que arriesgar. Siempre fui hincha de Peñarol. Era manya.
Campeón del mundo
Creo que este es el momento oportuno. Obdulio se rió bien fuerte; como nunca lo había hecho hasta ahora. Quiero que hable de la celeste. Del mito. De la leyenda. Y entonces le tiro la pregunta arriba de la mesa: ¿Maracaná?
¡Uuuuuhhhh! ¡Maracaná! ¿Usted sabe lo que es un mundial? Usted debe ser como esos angelitos que se creen que un mundial es una fiesta deportiva. ¡Son mentiras! ¡Es una guerra deportiva! Ahí hay que hacer lo que venga. Si usted puede jugar con un cuchillo en la cintura, agarre viaje. No se respeta nada. Si puede darle una patada en la cabeza a un contrario, no ande con miramientos, porque si no lo garronean y se la dan a usted. Sería lindo que eso cambiara un poco. Pero es difícil. Todos quieren ganar y para ganar hay que hacer cualquier cosa. Es bravo. Muy bravo. Por eso ganamos nosotros. Porque en la final no nos achicamos. Para Uruguay, Maracaná fue como comprar una tira de lotería y sacar la grande. No le habíamos ganado a nadie y dimos el batacazo. Brasil había organizado todo para ellos. Tenían un equipo bárbaro. Le caminaron por arriba a todo el mundo, pero al final, primero nosotros.
¿Los dirigentes les dijeron a ustedes que con tres goles en contra estaban cumplidos?
“Bueno, yo qué sé, mire, repetir esa historia ahora… Eso hay que dejarlo un poquito en el olvido. Para no chocar…”.
Los años desgastan. Jacinto no quiere chocar. Prefiere el silencio. Obdulio, ¿algún dirigente se vino antes?
Tenían que cumplir sus cosas aquí. La gente dice que el doctor De Gregorio se vino porque tenía miedo. No; se vino porque tenía que cumplir sus tareas aquí. Era presidente de la Alta Corte de Justicia. Y la gente usted sabe cómo es. Siempre ve pelos en la leche.
Prende otro cigarrillo y sigue…
Los técnicos decían que jugábamos cuatro veces y ellos nos ganaban cuatro. Yo decía que no. Adentro de la cancha les dije que los de afuera eran de palo.
¿Por qué se puso la pelota debajo del brazo después del gol de Brasil?
Muchos dicen que por eso ganó Uruguay, pero no fue así. Habrá servido para algo, pero yo protestaba porque el gol de Brasil había sido “orsai”. Y entonces protesté y protesté. Pero yo no fui con la intención de enfriar el partido. No. Esos son todos grupos. Lo que sí hice para enfriar cuando era necesario y ganábamos dos a uno, fue tirarme en la cancha. Me hice el lesionado y cuando vino Juancito (Kirschberg) le grité: “¡No tengo nada Juan, decile a los japoneses que respiren”. Esas cositas hay que hacerlas, siempre es bueno. Son cosas que uno aprende en la vida...
¿Qué pasó después?
Esa noche no durmió nadie. Los dirigentes nos habían prohibido salir del hotel. Después de comer le dije a don Américo (por Gil) que me iba, que quería tomar cerveza por ahí, que no iba a pasar nada. Me dijo, cuidate, y me dejó salir. Me fui a una cervecería de uno que se había hecho amigo de nosotros. Al rato llegaron como diez brasileños llorando. Decían, “y ese Obdulio”, y qué sé yo, cuántas cosas más. Entonces pensé: “a la fresca, negrito apróntate”. No pasó nada. El dueño le dijo quién era yo y me abrazaban, lloraban y nos fuimos a recorrer Río. Flor de curda me agarré. Llegué al hotel y los muchachos estaban igual. La seguimos juntos hasta que no aguantamos más.
De Suiza no me hable…
“Lo del 54 déjelo quieto. Los mismos jugadores hicieron problemas, se formaron grupos, camarillas y los dirigentes no ayudaron. ¡Marchamos!”.
Y entramos en la etapa gloriosa. Cuando Obdulio logra una total identificación con la camiseta celeste. Cuando la sola mención de Jacinto significaba el anuncio de una tarde victoriosa. Pero primero quiero que me hable de Suiza. De aquel 1954 cuando Uruguay pudo lograr la Copa “Jules Rimet” en propiedad. Me mira. Aparece el gran intuitivo y acepta el desafío.
¿Cómo fue Suiza?
“¡Qué balurdo fulero! Casi no voy. Otra vez los problemas, los dirigentes que creían que todavía podían mandar sobre las personas. Antes no se hablaba de premios o cosas parecidas. Había que ir y ¡sanseacabó! Ahora es distinto. Antes de jugar pregunta, ¿cuánto hay? Y en esto le doy la razón a los jugadores actuales”.
Pero ¿qué pasó en Suiza?
Yo qué sé. La cuestión es que perdimos. Los mismos jugadores hicimos problemas, se formaron grupos, camarillas, no se tomaron las cosas en serio, los dirigentes no ayudaron y ¡marchamos! Mejor no hablar.
Todo en Obdulio parece simple. Él está empeñado en hacerlo así. No quiere fama en su epitafio. Los versos de Antonio Machado le vienen a la perfección: “nunca perseguí la gloria, ni dejar en la memoria de los hombres mi canción…”.
Así es Jacinto. Un Jacinto que no se siente caudillo, que no sabe lo que representa. Ya abandonamos el mate que quedó en un rincón junto con la caldera. Afuera el sol llega a su cumbre y marcha hacia el ocaso, y entonces se suelta su última reflexión…
Yo no soy caudillo. A mí lo único que me gustaba era jugar al fútbol; mandar un poco; ordenar algo adentro de la cancha y nada más. Se nace para mandar. Eso no se aprende. Yo no represento nada. Todo lo que se diga son mentiras. Soy una persona como cualquier otra y lo único que me queda es la satisfacción de haber cumplido. La gloria no existe. La gloria es tener amigos que a uno lo quieran. Con la fama no se vive. A la olla hay que meterle algo adentro.
ATILIO GARRIDO
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