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Frank Gehry, el arquitecto que desafió las leyes de la física

El canadiense, a sus 85 años, ganó el Príncipe de Asturias de las Artes.

IRENE LARRAZ
Frank Gehry había visto la negrura de la ría Nervión. Bilbao era aún una ciudad en decadencia cuando Thomas Krens, director de la Fundación Guggenheim, lo llevó a conocerla. La capital vasca estaba perdiendo su industria y sus astilleros sin saber bien qué hacer para recuperar la grandeza que algún día había tenido, y al propio Krens le costó convencerlo para que se presentara al concurso que en 1991 convocaba su fundación.
Pero cuando regresó para conocer mejor a Bilbao, se emocionó tanto ante la posibilidad de desarrollar el proyecto que esbozó las líneas de su obra en el hotel, en hojas con el membrete del López de Haro. Interpretó el lugar y creó un edificio a su medida, que terminó por convertirse en un punto de inflexión de su carrera.
Gehry quiere que cuando alguien pasee por uno de sus edificios se sienta bien, cómodo, de buen humor, estimulado, inspirado. Que cuando vaya a escuchar un concierto, el edificio le ayude a conectarse con los músicos.
Y en el caso del museo en España fue así: quería que el público sintiera la conexión con el lugar. Por eso en el Guggenheim de Bilbao hay una permeabilidad que lo abre a la ciudad, que le permite a quien pasea por las obras de arte ver, a través de inmensos ventanales irregulares, a Bilbao. Por eso, entre muchos detalles más, su propuesta ganó el concurso para realizar el nuevo museo de la Fundación Guggenheim.
“Yo experimentaba con los materiales, y respondía a mi curiosidad. El acero me parecía muy frío. El titanio era más cálido. Me hice a mí mismo a través de mis ideas”, cuenta el arquitecto en charla con EL TIEMPO. En ese momento, Frank Gehry soñó con formas curvilíneas que no conocían de leyes físicas, y la complejidad de sus fórmulas matemáticas requirió que se empleara un avanzado software de la industria aeroespacial, Catia, para trasladar su idea a la realidad de la ría.
Por fin, en octubre de 1997, el arquitecto sella su firma sobre un amasijo de 33.000 finísimas planchas de titanio que consiguen un efecto rugoso y orgánico que cambia de tonalidad según la atmósfera. Bilbao proyectó su imagen en una disparada trayectoria que alcanzó un nuevo éxito el pasado 7 de mayo: “El jurado ha acordado conceder el Premio Príncipe de Asturias de las Artes 2014 al arquitecto estadounidense Frank O. Gehry por la relevancia y la repercusión de sus creaciones en la arquitectura”.
El artista de la arquitectura
Un juego virtuoso con formas complejas, materiales poco comunes, como el titanio o el vidrio, y su innovación tecnológica. Esos son los argumentos del jurado para otorgarle el último de los más de cien premios en todo el mundo que ya le han rendido pleitesía. En esta ocasión, Frank Owen Gehry se impuso a otros 35 candidatos, entre los que sonaban nombres como el del videoartista estadounidense Bill Viola, el compositor Cristóbal Halffner y de otros ocho arquitectos como Arata Isozaki y Toyo Ito.
Gehry estudia todas las posibilidades antes de enfrentarse a una nueva obra, empezando por los deseos del cliente y terminando en los detalles, la definición formal y el control del presupuesto. Durante dos meses le da vueltas en su cabeza, y un día se coloca ante la mesa, y toda esa información se convierte en un dibujo que fluye automáticamente del cerebro al papel. Así describe su proceso creativo.
Ese garabato rápido es un reflejo de su alma, dicen los que le conocen. En realidad, a él siempre le asusta no saber qué hacer, confiesa en el documental Sketches of Frank Gehry (2006), dirigido por su amigo Sidney Pollack.
El suyo es el arte de asumir riesgos. Gehry comenzó a destacar en los 70, cuando ya era un hombre maduro que se topaba constantemente con la dificultad de encontrar una expresión personal dentro de los límites comerciales. En un momento decide seguir sus impulsos de hacer una arquitectura informal, más lúdica. Y esto le resulta. Convierte esa pequeña broma de una maqueta en un edificio que brota de la tierra, “como árboles”, dirá la arquitecta Benedetta Tagliabue, que promovió su candidatura al premio.
Pero no resulta fácil: “Siempre hay miedo”, dice Gehry. “Cuando terminé el Concert Hall de Disney todo lo que escuché fue: ‘Fail, fail, fail’ (‘falló, falló, falló’). Es un edificio bonito, pero ‘fail’, decían. Lo único cierto es que yo no estaría aquí si no lo hubiera hecho”, explica.
En esa etapa de su vida, la de arquitecto maduro, se suceden la mayoría de los cambios que determinaron su obra: ruptura contra la tradición arquitectónica, rebelión contra la tiranía de los constructores y bancarrota. Como suele suceder con los genios, a la época de crisis le sigue un estallido de creatividad. El deconstructivismo estaba en el aire, y Gehry se apoyó en él como jugando con la casualidad. Su casa es un claro ejemplo: “Era una sorpresa para todo el mundo; ponía piezas enteras de arte, y la arquitectura se transformaba en algo diferente, era casi la continuación de esta obra; como una pieza pop que se podía habitar”, señala Tagliabue.
Así emergen sus edificios, que asemejan esculturas, convirtiendo su nombre en uno de los mayores exponentes del deconstructivismo a finales de los 80, cuando recibe el Premio Pritzker (1989), considerado el nobel de la arquitectura. A partir de ahí, la búsqueda de una arquitectura cada vez más libre dio lugar a la fragmentación y la ruptura del diseño lineal. Llegan las obras maestras: el Museo Aeroespacial de California (1984), el Museo Vitra Design, en Alemania (1989); la Casa Danzante de Praga (1996), la Torre Gehry de Hannover (2001), el Walt Disney Concert Hall de Los Ángeles (2003) y las bodegas de Marqués de Riscal, en Elciego, España (2006).
“Mezcla la falta de restricciones del arte con algo tan concreto e inamovible como las leyes de la física. Si se construye un edificio, tiene que mantenerse en pie. Y que yo sepa, los suyos lo hacen”, dirá de él el artista Ed Ruscha. “No soy un funcionalista, pero creo que un edificio te protege, como un sobre. Aleja el clima, te resguarda del viento. Es muy importante para mí que el proyecto funcione y lo trato con respeto”, dice Gehry.
Dibuja con la misma libertad con la que diseñaba ciudades y carreteras con las astillas que su abuela tiraba al suelo para jugar con él. Igual que entonces, cuando tiene una idea la prueba sin necesidad de excusarse. “Me encantan las formas que consigo dibujando, pero nunca pensé en incluirlas en un edificio. Lo primero que construí con ese método fue Vitra, en Alemania”, afirma.
Le costaba que sus clientes aceptaran lo que hacía, cuenta su psiquiatra en el documental. “En lugar de tratar de seducirlos, hacía algo más maduro, les enseñaba; les explicaba qué debían ver y cómo lo debían ver”, añade.
Nunca ha tenido límites. Cuando era pequeño, en unas vacaciones familiares, una señora descifró su letra y le dijo que sería un arquitecto famoso. Y acertó. A los 85 años, hoy Gehry trabaja en la ampliación del campus de Facebook en California, y también en la construcción de un rascacielos residencial en Berlín que va a convertirse en el edificio más alto de la ciudad, y otra sala de conciertos en Barquisimeto (Venezuela). Está rodeado de jóvenes, y es más creativo que nunca. “No le presto atención a la fama, porque no es real. Trabajo con la realidad, con mis proyectos, que son muy reales, y que requieren concentración y esfuerzo. Uno no puede abrazar la fama y alojarse en ella porque pierde sus habilidades. Lo que es real es el trabajo”, dice jovial desde Los Ángeles en los 20 minutos que se toma para hablar con este diario.
Si la fama no le ha arrebatado la creatividad, la crisis le quitó varios proyectos y le obligó a reducir su equipo, aunque él insiste en que sus edificios siempre se han ceñido de manera muy rigurosa a los presupuestos. “Crecí con una especie de conciencia socialista: la idea de hacer cosas para ofrecerlas a la gente y creo que puede decirse que la austeridad forma parte intrínseca de mi ADN”, como señaló en una entrevista al diario ABC de España.
IRENE LARRAZ
Redacción Domingo
IRENE LARRAZ
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