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Un viaje por 'el paraíso' de los celulares robados

EL TIEMPO estuvo en el corazón del negocio de los móviles que roban en buses y atracos callejeros.

Es como una ínsula de atracadores, una vieja jurisdicción castigada con un lastre en apariencia incorregible: el fraude y la rapiña. Se trata de un lugar sin fronteras visibles en el corazón de la ciudad que, sin embargo, tiene como foco predilecto la carrera 13.
Cada callejón y cada miseria, cada ladrón y cada comprador se ampara en su mirada despiadada, como si todos hubieran olvidado que son culpables de muy oscuras cosas: hacer parte de la larga cadena del mercado negro de celulares robados en Bogotá, a sabiendas de que ese aparato bien pudo costarle la vida a un estudiante a la entrada de su colegio o a un profesional en los andenes de Chapinero.
En el distrito de los códigos propios, el robo de celulares parece un negocio milenario –casi desde el 2000 empezaron a llegar al centro comercial Avenida los primeros celulares de pila grande como el 5125 o el 3220–.
Tan antiguo parece, que incluso el sector ya cuenta con una generación de ladrones jubilados por sus propias víctimas. El grupo de los abuelos, mayores de 70 años, (cosquilleros, los que roban en los transmilenios y en conciertos), no pudieron volver a su rutina porque en los buses, haciendo alarde una cultura ciudadana inusual, los pasajeros les cedían siempre el puesto y no los dejaban permanecer parados hurgando entre los morrales.
Uno de ellos, que lleva 15 años en el mundo de los celulares robados, le contó a EL TIEMPO cuáles son las rutas de los celulares robados, las modalidades y los precios. “El 90 por ciento de los celulares robados en Bogotá llega a esta zona –cuenta–. Los ladrones llegan por lo general en taxis con el producto del día o de la noche y los compradores se abalanzan sobre el taxi para revisar la mercancía. Llegan del norte, de los rumbiaderos, de Fontibón y Kennedy. Pero los que más y mejor mercancía traen son los que trabajan en los buses”. Entre las estrategias para disimular los celulares, este hombre ha visto de todo: hasta madres que llegan con sus bebés y del pañal sacan dos o tres celulares robados.
Los horarios
Los compradores y los ladrones prefieren madrugar. El primer turno empieza a las 5 de la mañana. Cuando aún la ciudad está detenida en un sueño sin sombras, el negocio de la compra y venta en plena avenida Colón es un paisaje tremebundo. Pero si madrugan no es para evitar la vigilancia sino porque a esa hora los ladrones, en la urgencia de vender lo que robaron en la noche, dan unos precios bajos. “Los que madrugan compran mercancía más barata porque no hay dónde más vender, los locales están cerrados. Abren a las 9 a. m.”.
De las 7 a las 11 p. m. es el turno nocturno. Y durante el día son pocos los que permanecen afuera del sector. Un promedio de 30 compradores van rotando durante el día para acaparar el mercado de los celulares de segunda. El día de mayor agite de este oscuro negocio es el sábado en la mañana cuando llegan, sin dormir, de las fiestas.
Bandas y estrategias
La modalidad más usual en la capital es el cosquilleo. “Es el más sano porque a la gente no lo afecta. Se trabaja también en las filas. El que le quita el celular se descarga con el de atrás. En TransMilenio trabajan grupos de 4 o 5. Se llama ‘el que se descarga’. Cuando usted se da cuenta no está su celular y no tiene a quién culpar.
Los ladrones, según cuenta, son itinerantes y van de feria en feria por todo el país: “Aquí llegan con todo lo que consiguieron. Si usted ha visto, en los pueblos las niñas andan con los celulares atrás. Ellos son de una agilidad que usted se queda asustado. ¿Sabe cómo le roban un computador en TransMilenio? El que está detrás de usted le va sacando el PC y otro le va jalando las puntas, haciendo el mismo peso. Los manes vienen bien vestidos. Trabajan con niñas hermosas que usted nunca se imaginaría.
“El iPhone –añade el sujeto– ya no es negocio para los ladrones porque viene con una aplicación satelital que bloquea el celular al momento de ser reportado. Es el único que tiene eso”.
La otra modalidad: los ‘dummies’
Cinco dólares cuesta en China una réplica exacta de un celular de cualquier modelo que aquí, en una suerte de movimiento imperceptible, los vendedores ambulantes venden por 250.000 pesos al transeúnte desprevenido.
Al comienzo, los denominados dummies se usaban para presentar en los mostradores. Ahora, los vendedores informales piden 250 o 300 mil pesos por un celular de gama alta. Al inicio de la transacción, muestran un móvil que funciona correctamente. Dejan que el comprador lo pruebe y constate su operatividad. Y cuando se descuida, en cuestión de segundos, lo cambian por un dummy o un pedazo de vidrio con el mismo peso que va dentro de una bolsa de plástico.
En los últimos días, la modalidad más usada para el cambiazo consiste en meter una barra de jabón tallada con la forma de un celular en lugar del celular. Le piden al comprador que no lo abra porque la Policía lo puede ver y, cuando avanza un par de cuadras, desaparecen del sector de inmediato.
Otra de las formas de robo consiste en tomar al cliente por la calle cuando va en busca de un teléfono. Lo llevan hasta un local y cuando entran hasta la mitad del pasillo, le piden que los espere mientras lo traen.
Pero antes le quitan el teléfono móvil que lleva para hacer un trueque por uno de mejor rango y le piden 100.000 pesos de más por el nuevo. Suben al segundo piso del edificio y salen por atrás.
La terminología secreta de los ladrones
Entre los personajes dedicados al hurto, a la compra y a la venta de celulares existe un lenguaje personal que se ha ido consolidando con los años. Estos son algunos de sus términos más reconocidos.
Bomba: paquete que incluye varios celulares de diferente precios.
Perrito: celular de baja gama que cuesta entre 10 y 30 mil pesos.
Pista: lugar libre de vigilancia donde la Policía no interviene.
Perrera: CAI o lugar donde son llevados los ladrones cuando los capturan.
Quieto: modalidad de atraco que consiste en parar a la víctima en una esquina, lanzarla al suelo y quitarle todo.
Más que una apología a este delito, que es el azote de los bogotanos, este relato busca alertar a los ciudadanos sobre cómo operan estas mafias para que estén siempre alerta.
REDACCIÓN BOGOTÁ
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