"Estoy preparando otra biografía de Gabo. En la actual solo usé un 3% de la información que recopilé, le debo al mundo todo eso", dijo Martin., quien recuerda su último momento con el Nobel colombiano y detalles de su vida.
Era el 21 de diciembre de 1990 y Gerald Martin, un británico al que luego García Márquez llamó “el loco que me persigue”, llevaba tres semanas a la caza del nobel en La Habana (Cuba).
Lo movían la intuición de buen lector y la decisión de su editor de estar predestinado a hacer la biografía de uno de los escritores más importantes del momento, del nobel de literatura colombiano. “Era el novelista más grande después de Cervantes, y Cien años de soledad, la novela representativa de América Latina”, dijo Martin el viernes en una conversación telefónica con EL TIEMPO desde Londres, en medio de risas tristes. (Vea también : Macondo está de luto).
Pero el tiempo se le agotaba, faltaban solo dos días para su regreso y el encuentro no se daba. Hasta que un mesero cubano que sabía dónde estaba Gabo lo llevó a su casa, y Martin, sencillamente, se presentó.
“Diez minutos.” Eso fue lo que le dio Gabo. Diez minutos para convencerlo de contarle una vida. Una vida que, dice el biógrafo, era como las de cinco personas. Martin no sabe cómo, pero hablaron tres horas y media y volvió al día siguiente.
Se tomaron uno, dos, tres, muchos whiskies.
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“¿Por qué quieres escribir una biografía si las biografías significan la muerte? Además, no vas a poder decir todo lo que quieres”, le dijo García Márquez.
“Entonces, yo le contesté que lo publicaría en la segunda edición después de su muerte, y eso, en vez de enajenarlo, le gustó. Creo que pensó que era una persona sincera. Yo siempre trabajé con buena fe. Hoy es un día muy triste”, dice Martin.
Y así fueron 1.196 notas, 300 entrevistas, más de 2.000 páginas y 17 años obsesionado con García Márquez.
“Me habían dicho que era difícil, vanidoso, imposible de llegar a él, pero no era cierto, García Márquez era la persona más normal del mundo, mamagallista y al mismo tiempo genial”, recuerda Martin, que es de Brixton, el mismo barrio donde nació Charles Chaplin y donde tienen fama de bromistas. Heredar ese humor tal vez le ayudó.
Aunque no siempre fue fácil. Gabo solía tomarle el pelo y jugar con la idea de que “el inglés frío no sería capaz de comprender el trópico”, y no en pocas oportunidades se irritó con él.
“De todos modos –me dijo, un poco cruel, una vez que llegué a la casa de su mamá al mismo tiempo que él y se molestó–, ahora me siento mucho mejor porque sé que nunca vas a terminar ese libro. Ahora estás metido en esta locura laberíntica de Colombia y no vas a salir, te vas a perder y eso me consuela. Esa biografía no va a salir”, cuenta Martin.
“Ese era el tipo de cosas que me decía. Yo también le correspondía, pero no con tanta violencia”, dice el profesor británico, especializado en literatura suramericana, que superó un cáncer mientras escribía sobre Gabo.
Algunas veces, probablemente, no hubo whisky.
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Pasaron muchos años y, como pudo, el inglés salió del laberinto, pero debía enfrentar a Gabo a la salida. Fue el 28 de noviembre del 2008, en Guadalajara. Era la primera vez que lo vería después de publicar la biografía, y estaba nervioso.
“Éramos un poco como dos soldados que se reúnen después de mucho tiempo y muchas campañas –afirma–. Ya todo había terminado y podíamos ser amigos, ya no contrincantes invisibles, ya no lo iba a perseguir como el loco que había dicho que era”. El encuentro fue registrado por el periodista Juan Cruz: “Te agradezco –dijo García Márquez a Martin– que llegaras hasta aquí. Y no habrá whisky suficiente para celebrarlo.”
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Pero su último encuentro fue agridulce y, como un cierre, ocurrió en La Habana, el mismo lugar donde se conocieron. Hace ya tres años y medio. Gabo ya estaba enfermo, recuerda Martin.
“No tenía sentido seguirlo molestando. Hablamos de todo. Aunque ya estaba perdiendo la memoria, había leído el libro y recordaba algunas cosas que no le gustaban. Me dijo que algunas le herían un poco, que había errores que corregiría y los hablaríamos después con un whisky”, cuenta.
Pero ese trago, dice Martin, nunca se dio.
Gabo, el primer escritor global y el más famoso
Para Gerald Martin, experto en literatura suramericana y biógrafo (“más que autorizado, tolerado”) del nobel colombiano, Gabriel García Márquez “fue y es el escritor más famoso del mundo, que trasciende todas las fronteras, todas las culturas y nacionalidades”.
Al compararlo con Jorge Luis Borges, un paralelo recurrente a la hora de referirse a la calidad narrativa de Gabo, el profesor inglés manifestó, en una conversación telefónica con EL TIEMPO, que el escritor argentino “es grandísimo, pero Gabo tiene la gran virtud de llegar a las masas, como Cervantes. Borges es más como Góngora, maravilloso e insuperable, pero Gabo llega también a las personas que están haciendo el bachillerato y, al mismo tiempo, satisface a los lectores más exigentes".
Cervantes es el representante del Renacimiento, de la decadencia de España, y Gabo, de la posmodernidad, de la llegada de América Latina a los horizontes globales. En ese sentido, sin duda, es el más representativo del siglo 20 en América Latina. Eso no quiere decir que el mejor, aunque no hay nadie mejor que él. Y Cien años de soledad es el libro de la conversión de América Latina, de los lugares pequeños, de las aldeas, que eventualmente se van volviendo otra cosa. Quizás no sea exagerado decir que se trata de la primera novela global (...) Gabriel García Márquez tuvo una vida extraordinaria, como si hubiera vivido la vida de cuatro o cinco personas”.
A Martin, el novelista de Aracataca le recuerda un poco a su paisano Charles Chaplin, “pues era una persona muy humana, para la cual las risas y las lágrimas nunca estaban demasiado lejos las unas de las otras”, según le dijo a EFE, la agencia española de noticias.
Algunos apartes de la biografía
“Era una casa llena de gente –abuelos, tías, huéspedes de paso, sirvientes, criados indios-, pero también llena de fantasmas (por encima de todos, quizás, el de su madre ausente). Años más tarde, cuando el tiempo o la distancia lo alejaran de allí, aquella casa seguiría obsesionándolo, y el esfuerzo por recuperarla, por recrearla y dominar los recuerdos que conservaba de ella sería en buena medida lo que lo convertiría en escritor.”
Sobre la casa de la tía Mama y la importancia que tuvo en la vida del pequeño Gabriel García Márquez.
“Se pasaba horas hablando con Demetrio en la farmacia de Barranquilla, que estaba pegada a la casa de ellos. La visita era para Demetrio, pero el runrún seguía y cuando le decían a Mercedes: ‘Oye, que Gabito sigue enamorado de ti’, ella contestaba: ‘Ajá, estará, porque desde que llega es con mi papá con quien habla. A mí ni siquiera me dice buenas tardes’.”
Fragmento de cuando Gabo y Mercedes comienzan los coqueteos juveniles.
“Tras su llegada, todos los escritores y sus esposas fueron a comer a un restaurante típico, La Font dels Ocellets, en el barrio gótico. Allí se estilaba que los clientes anotaran sus pedidos en una hoja impresa, pero todo el mundo estaba tan absorto en la conversación que al cabo de un rato el impreso seguía en blanco, y el camarero se quejó al propietario del local. Este salió de la cocina con cara de pocos amigos y, con un marcado sarcasmo catalán, dijo la inmortal frase: “¿Alguno de ustedes sabe escribir?”. Se hizo el silencio, en parte fruto de lo embarazoso de la situación, en parte divertido. Al cabo de un momento, Mercedes repuso: “Yo, yo sé”, y empezó a leer la carta en voz alta y pidió la comida para todos.”
Este aparte recuerda un encuentro de representantes del ‘boom’ latinoamericano con sus esposas, en agosto de 1970. Mario Vargas Llosa, José Donoso, Gabo y Julio Cortázar.
CATALINA OQUENDO B.
Redactora de EL TIEMPO