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Hermanos de leche / Postre de notas

La leche materna y sus curiosidades a través de la historia.

DANIEL SAMPER PIZANO
No era extraño encontrar, en viejas novelas y biografías, que dos personas se hallaban relacionadas por un curioso lazo: la leche materna. Como numerosas mujeres morían al dar a luz y otras consideraban que amamantar les deterioraba la anatomía (aún ocurre), muchos niños recién nacidos necesitaban, para alimentarse, una mano ajena. Digo mano por no mentar lo que en realidad necesitaban, que era la ayuda pectoral de otra señora en estado de producción láctea dispuesta a repartir el líquido vivificante entre su propio hijo y el que le arrimaban. En otros casos, la leche común procedía de una nodriza o ama de leche, curiosa profesión que se ejercía a domicilio y a pecho descubierto.
En cualquiera de los casos, nacía así la curiosa condición de los hermanos de leche, que eran quienes, por la circunstancia que fuese, habían abrevado de la misma teta.
Tradicionalmente, la hermandad de leche fue un importante componente antropológico que daba pie a tabúes, proximidades, nepotismos e incluso pactos de paz entre tribus. Los mahometanos todavía tienen prohibido el matrimonio entre hermanos o hermanas de leche. Con el tiempo, la leche de fábrica, con sus abusivas campañas publicitarias, sustituyó en buena parte a la noble, sana y cálida leche materna. De esta manera, la hermandad de teta pasó a ser una vaga y fútil hermandad de tetero.
El término, sin embargo, siguió flotando por ahí, como recuerdo de un elemento familiar del pasado. Hace un tiempo el lenguaje urbano lo aplicó, tanto en inglés como en español, a otro tipo de nexo que me limito a describir como hermandad de leche en polvo. (¿Por qué, pregunto a la Real Academia de la Leche, esta clase de hermanos no puede denominarse “polvorientos”?)
Resulta, sin embargo, que ahora está renaciendo el arcaico vínculo. Una noticia procedente de Berlín indica que a fines de enero pasado nació en Alemania un portal llamado “Muttermilch Börse”, que, como todos sabemos, traduce “Bolsa de la leche materna”. Basta con entrar a la dirección https://www.muttermilch-boerse.de para descubrir lo que en ella se ofrece: “Dies ist deine Mutthermilch-Börse. Hier kannst du einfach und local Muttermilch kaufen, verkaufen oder verschenkan.” En este momento no estoy en condiciones de traducir exactamente su contenido, pero dentro de unos años, cuando crezcan mis nietas que estudian alemán, lo haré con todo gusto.
De todos modos, es fácil deducir que se trata de un portal a favor de la leche materna, donde las mamás a las que les sobra producción pueden ofrecerla y las que andan escasas de la perlada sustancia, adquirirla. Pues en el capitalismo estamos, no se trata de una operación desinteresada: los 100 mililitros se cotizan en cinco euros, equivalentes a unos 12.000 pesos. Cómo se extrae la leche, cómo se almacena, cómo se envía y cómo se suministra al bebé es algo que ignoro, porque no soy mamá, pese a que mis amigos afirman que soy una madre. Lo que sí sé es que en otros países, como Estados Unidos y Canadá, operan iniciativas semejantes para repartir mejor en el mundo la leche de seno (¿por qué, pregunto a la Real Academia de la Lengua, el adjetivo para esta leche no puede ser “senil”?).
Yo he sido siempre un entusiasta de la leche materna y –no lo niego– de su fascinante recipiente. Habría querido tener muchos hermanos de leche logrados gracias al común acceso a una misma fuente nutritiva, y si hubiera sido preciso viajar en la cuna en busca de la proveedora original, habría viajado. Pero no existían entonces estas bolsas lácteas que permiten adquirir lazos fraternos más allá de las fronteras. Por eso no pude ser hermano de leche de los Loren en Italia, de los Bardot en Francia, de los Monroe en Estados Unidos y de los Montiel en España.
¡Con lo que me habría gustado!
DANIEL SAMPER PIZANO
DANIEL SAMPER PIZANO
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