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Jorge Robledo: el arte de la oposición

Este es Jorge Robledo, el as de espadas de la oposición nacional.

Eduardo Arias
Fue hippie, izquierdista maoísta y ganó una bienal de arquitectura. Después fue maestro en manizales y finalmente, Senador de la República. Sus opiniones sobre la política, la economía, los TLC, la restitución de tierras, el capitalismo, el medio ambiente, Uribe y Santos -milimétricamente demarcadas en esta entrevista- tienen miles de adeptos y contradictores en el país. Este es Jorge Robledo, el as de espadas de la oposición nacional. Un político que, para sorpresa de muchos, también reconoce los defectos de su propio partido: el Polo democrático. Un 'optimista impenitente', según su propia definición.
Por Eduardo Arias.
EL edificio donde vive el senador Jorge Enrique Robledo queda enfrente del coliseo El Campín. Para su fortuna, su pequeño apartamento mira hacia el otro lado. Bastante trabajo le cuesta ya lidiar con el circo del Congreso de la República para tener que ver por su ventana tantas ferias y fiestas.
Arquitecto de profesión, se hizo izquierdista en la Universidad de los Andes. Durante 30 años ejerció la docencia en la Universidad Nacional. Fue el primer profesor titular de la Nacional de Manizales, y obtuvo la medalla al mérito, el título de maestro universitario y recibió la orden Gerardo Molina, la máxima distinción que otorga la Nacional.
Autor de unos 15 libros, casi todos relacionados con economía y política, también escribió Un siglo de bahareque en el antiguo Caldas (1993) y La ciudad en la colonización antioqueña: Manizales (1996), este último resultado de su trabajo como investigador universitario y por el que se ganó un año más tarde el Primer Premio en la XVII Bienal de Arquitectura en la categoría de Teoría, Historia y Crítica.
Casado con Carmen Escobar, es padre de Natalia, de 30 años, antropóloga de la Universidad Nacional –con un doctorado en los Andes–, y Julián, de 25, que estudia derecho en la Universidad Externado de Colombia.
¿Cómo llegó usted a la izquierda?
Yo me crié en el ambiente del Club Campestre de Ibagué. En mi casa eran liberales disciplinados y yo crecí bajo la idea que manejaba mi mamá, que decía: “Mijo, la gente decente no se mete en política”. A mí no se me olvida ver pasar por el frente del apartamento en la Plaza de Bolívar una manifestación dirigida por Camilo Torres y recuerdo mi actitud de repudio ante aquello.
Es decir, al entrar a la universidad se volvió de izquierda.
No, al llegar a Bogotá tropecé con el hippismo. A mí me entusiasmó todo ese nihilismo y desprecio por las cosas.
¿Qué tan hippie fue usted?
Pude ser uno de los precursores del hippismo, con pelo largo, “maxirruana”, bota campana y rock. Puedo asegurarle que no terminé en la política de izquierda por aburrimiento.
¿Qué lo sacó del consumismo y lo llevó al comunismo?
Yo llegué a Bogotá como un tipo de derecha, pero ya hastiado de ese mundillo que me tocó vivir. Yo había visto en Ibagué mucha pobreza y corrupción. Entonces, en 1971 estalló el movimiento estudiantil, el más grande de toda la historia de Colombia. Era una época de grandes cambios. Las jornadas de mayo en Francia, las protestas en la Universidad de Berkeley, Vietnam… Era casi imposible no estar involucrado en debates de tres, de cinco horas. El movimiento estudiantil de 1971 en los Andes fue muy fuerte. En 1972 a la JUPA (Juventud Patriota) le echaron 80 estudiantes de los Andes. En una universidad tiene que haber mucha gente de izquierda luchando y en marchas para que a un solo grupo le echen a 80 militantes.
Cualquiera pensaría que usted estudió derecho o economía. ¿Qué lo llevó a estudiar arquitectura?
En 1968 me matriculé en la Universidad de los Andes en Ingeniería Civil. A los ocho días, apenas tuve la primera clase con Parra, que era un profesor de matemáticas horrible, me dije: “Qué carajos hago en ingeniería si yo detesto las matemáticas”. Me aguanté un semestre y me pasé a arquitectura. Ya de viejo caí en la cuenta que había escogido ingeniería porque muchos hermanos de mi papá eran ingenieros muy importantes en Manizales. Y la arquitectura, porque mi casa en Ibagué era un centro de moda. Le heredé a mi mamá algún interés estético y tal vez eso me empujó a la arquitectura.
Del hippismo al comunismo, ¿cómo fue ese tránsito?
Yo comencé como dirigente estudiantil de arquitectura sin ser de ningún grupo. Pero más temprano que tarde uno tenía que escoger. En esa época a uno se lo disputaban los distintos sectores de izquierda. Y en esa escogencia ideológica había muchas cosas gruesas, de fondo. Una de las grandes preguntas era: ¿URRS sí o URRS no? Porque la URSS ya era una potencia imperalista. Y otra aún más trascendental: ¿Guerrilla sí o guerrilla no? En 1971 existían las Farc, el Eln, el Epl, y desde Cuba se le hacía publicidad a la lucha armada.
¿Fue fácil decidirse?
Yo vacilé. Para un joven que quería cambiar el país la idea romántica del Che Guevara y el triunfo de la revolución cubana estaban muy cercanos, y además habían ganado en dos años. Entonces, ¿para qué esperar?
¿Que lo decidió a no apoyar la lucha armada?
Yo tuve la suerte de que en los Andes era muy fuerte la JUPA, la organización juvenil del MOIR. Estudié, medité y me convencieron. Nosotros decimos ahora que Francisco “Pacho” Mosquera, el fundador del MOIR, nos salvó la vida a un poco de jóvenes izquierdistas que decidimos no empuñar las armas.
Supongo que la actividad política ya comenzaba a ser parte definitiva en su vida.
Sí. Muy rápidamente pasé de la JUPA al trabajo en la sabana de Bogotá. Hice política en Zipaquirá, Cajicá, Facatativá y Soacha. En las elecciones de 1974, cuando diversas fuerzas de izquierda nos unimos en la Unión Nacional de Oposición (UNO), salí electo como concejal suplente en Soacha. Fue una etapa más bien corta, entre finales de 1974 y 1975.
¿Qué hacía usted como concejal?
Promover la organización y la lucha. Apoyar a la gente en algún asunto que los afectara, como un alza de los servicios públicos, o que faltaban profesores en una escuela. Uno acompañaba esos procesos y al mismo tiempo se ganaba a la gente.
No debe ser fácil esa tarea…
El trabajo de la izquierda está muy orientado a persuadir, a convencer. Nosotros por principio rechazamos las formas clientelistas. “Yo lo coopto a usted porque le di un puesto”, eso es completamente ajeno a mí. No hay un solo puesto en Colombia que haya sido otorgado por influencia mía. Usted se habrá dado cuenta de que no me ha entrado ninguna llamada. Nosotros estábamos y seguimos dedicados a explicar. Es lo que hago en el Senado, explicarles a muchos colombianos ciertas cosas que yo creo que es importante que se sepan, porque eso eleva el nivel político de la gente y algún día la gente entenderá que hay que cambiar el país. El trabajo de un concejal o de un senador es explicar cosas.
¿Qué caracterizaba al MOIR, además de ser prochinos y no prosoviéticos?
Los del MOIR éramos maoístas, pero no porque fuéramos fichas de los chinos. Nunca nadie del MOIR fue a China, ni teníamos relaciones con los chinos, ni los chinos nos mandaban plata. A nosotros nos gustaba la experiencia de Mao Tse-tung. Leíamos sus textos y decíamos: “Aquí hay una experiencia interesante”.
¿Qué más los distanciaba del Partido Comunista?
La izquierda no puede por un lado reclamarle soberanía a los gringos y por el otro someterse a cualquier otra potencia extranjera. En nombre de la izquierda es inaceptable secuestrar. O torturar. Usted no puede ser torturador y ser de izquierda.
Según eso, Stalin entonces no era de izquierda.
Si torturaba, no era de izquierda.
¿Qué siente cuando lo califican de mamerto?
Mamerto solo se les dijo a los del Partido Comunista. El nombre viene porque varios de los dirigentes del Partido Comunista se llamaban Gilberto, Filiberto… En alguna ocasión alguien mencionó la lista de dirigentes del Partido Comunista y remató: “… y todos los mamertos”. Los mamertos eran, dentro de la izquierda, los que no eran suficientemente coherentes. Si por ejemplo alguien de la izquierda se pone de santista, a ese le quedaría muy bien el apelativo de mamerto. Esa palabra, que era por supuesto ofensiva, se le ponía solo a ellos. Con el paso de los años la derecha, que es astuta, se apropió del término y se la puso a toda la izquierda. Mamerto se usaba para definir izquierda inconsecuente o incoherente.
¿La política lo hizo abandonar la arquitectura?
No. Lo que sucede es que nunca la ejercí como negocio. Solo diseñé mi casa en Manizales. Yo me gradué en 1973 y en 1975 me fui a Manizales y estuve allá 30 años echando tiza, de profesor. Como el MOIR no recibía plata del extranjero ni participaba en secuestros, lo primero que tenía que hacer un “pies descalzo” era ver cómo se ganaba la vida.
¿Pies descalzo? ¿Qué es eso?
En 1975 Pacho Mosquera le propuso al partido una política que llamó de los pies descalzos. En China hubo unos médicos que no esperaban que los pacientes les llegaran, sino que se echaban un morral al hombro y se iban a las zonas más remotas del país. Mosquera trajo esa idea y el que quisiera hacerlo voluntariamente se apuntaba para que el MOIR lo mandara donde el partido lo necesitara. Nosotros estábamos muy concentrados en unas pocas ciudades, y así el MOIR pudo llegar a zonas rurales de Colombia y poblaciones pequeñas. Yo me había casado en abril de 1975 y me fui en mayo a Manizales, pues me encomendaron las zonas rurales de Caldas.
¿Cómo hace un profesor juicioso, que en sus ratos libres trabaja en los confines remotos de un departamento, para llegar al Senado?
Mi trabajo político era muy hacia adentro, como decimos nosotros. Dictar conferencias, escribir artículos, era algo más bien cerrado. Pero en la década de 1990 yo terminé siendo uno de los líderes de una organización cafetera.
¿Tuvo que ver con la crisis del café de comienzos de los años noventa?
Sí. La crisis del Pacto Mundial del Café motivó el movimiento. El presidente nacional de esa organización fue Fabio Trujillo, que era un gran productor cafetero, exalcalde de Manizales, exgobernador de Caldas, pariente de César Gaviria. Ese movimiento me consolidó como líder y me obligó a aspirar al Senado. La lucha agraria me sacó de ser un cuadro del MOIR de círculos muy reducidos y me volvió un hombre público.
¿Cómo hicieron para darle relevancia a ese movimiento?
Fue un movimiento conjunto de campesinos y empresarios e indígenas, que es la tesis del MOIR. La mayoría de la gente olvida, o desconoce, que el gran aporte de Mao a la transformación de China fue unir al empresariado chino en su propuesta.
Eso no suena mucho a lucha de clases…
Es una lucha nacionalista y antiimperialista. Existe lucha de clases porque hay clases unidas con los gringos. Le pongo un ejemplo. Yo defiendo a los jornaleros de la caña. Defiendo sus sindicatos. Deben tener unos derechos mínimos. Pero, al mismo tiempo, defiendo a capa y espada la existencia de los ingenios azucareros.
Entonces usted cree más en las convergencias que en caudillos (Lenin, Mao) que guían o iluminan a un pueblo, que es la idea que se tiene del comunismo.
Los países solo cambian cuando cambia la gente. Ese es uno de los grandes errores de la guerrilla. Se reúnen diez tipos y dicen: “Esto está muy mal y yo lo cambio”. Pero las cosas no son así. Los países solo cambian cuando los pueblos deciden cambiarlos. A los pueblos nadie los puede obligar a querer cambiar. Cuando Fidel Castro se metió al monte, ya el pueblo cubano estaba con él. Castro encarnó al pueblo cubano en el monte. En cambio estos que se han ido para el monte nunca han encarnado al pueblo colombiano, así ellos digan que sí. El pueblo no lo ve así.
Sin contar con las atrocidades que cometen. Masacres, desplazamientos…
Pero aún si no las cometieran. La lucha por el poder es una lucha política, y la lucha política es una lucha de masas, de multitudes. Lo que uno haga en política que lo aísle de la gente o que la gente no entienda, sin importar si tenga razón o no, nunca podrá triunfar.
Más allá de la corrupción y la avidez, ¿en qué falla la elite colombiana? Porque elites corruptas las hay a lo largo y ancho del planeta.
El deber mínimo que se supone de una elite, en cualquier etapa del desarrollo de la humanidad, es que dirijan la construcción de un país que valga la pena. Como lo han hecho la elite norteamericana, la alemana, la italiana o la china. Ellos también son ávidos y se enriquecen, pero empujan a sus países hacia adelante. Yo puedo escribir cien libros contra la elite gringa o surcoreana y en todos tendría que reconocer que han desarrollado sus países. Pero estos tipos de acá no. En Colombia el negocio no es producir sino especular. Ellos se meten por entre los intersticios de las cosas para ver qué negocio logra sobrevivir.
¿Y usted no se cansa de insistir en su lucha contra los tratados de libre comercio?
Los TLC atentan contra la producción. Si un país no produce, no tiene nada. Y ahí la coincidencia entre la izquierda y sectores que no se sienten de izquierda es evidente. Hay un punto de convivencia mínimo entre un trabajador y un patrón, que es la existencia de la empresa. El empresariado ya sabe que yo defiendo la producción, así yo tenga diferencias con ellos en otros temas. Yo, por ejemplo, digo que la gran empresa tiene que pagar impuestos. Ahí yo puedo tener un pleito con ellos. Pero si nos van a inundar con productos para arruinarnos, yo estoy del lado de los empresarios.
Uno intuye entonces que existen algunos sectores a los que les benefician los TLC.
Ese es el problema. Ciertos sectores de la elite, que son intermediarios financieros y ejecutivos de trasnacionales, han logrado separar su suerte personal de la suerte de la nación. Gente a la que le va bien porque al país le va mal.
Como decía don Fabio Echeverri Correa. “La economía va bien, pero el país va mal”.
Sí, eso es inaceptable.
¿Y cómo se refleja en la economía de la gente del común?
Los políticos se inventaron el clientelismo para engatusar a la gente. Es de lo más perverso. A un campesino lo arruina el libre comercio, pero él no sabe por qué se arruinó. Un buen día no volvieron a comprarle el trigo o la cebada, o mañana no le vuelven a comprar la leche. Ese campesino termina muriéndose de hambre en Ciudad Bolívar, donde le sale un clientelista que le da un carné del Sisbén o un plan de Familias en Acción. Él no sabe quién lo arruinó, pero sí sabe el nombre del manzanillo por el que debe votar en las próximas elecciones. Termina votando por su verdugo.
¿Usted culpa al capitalismo de esta situación?
No. El problema de Colombia no es exceso de capitalismo, como puede ser la crisis de países que son tan ricos y producen tanto que se quiebran. La nuestra se explica por falta de capitalismo. Si Colombia fuera un país capitalista desarrollado no tendríamos desempleos y subempleos sumados de 80 %. El salario mínimo sería cinco o seis dólares la hora. Nosotros tenemos el peor de los capitalismos. El más salvaje, el más atrasado, el más corrupto, el más premoderno.
¿Usted ha tenido encuentros frente a frente con el expresidente Uribe y el presidente Santos?
Con Uribe nunca he estado personalmente. Estuve con Santos una vez en una comida en su apartamento, cuando él no era uribista, recién llegado al Senado.
¿A usted no lo preocupa que en su oposición tan tenaz a Santos lo pongan del mismo lado de Álvaro Uribe Vélez?
Esas son boberías que no me preocupan. Para ponerlo en términos matemáticos: si hay 100 políticas, Uribe y Santos coinciden en 99 y discrepan en una. Con Santos coincido en una: que haya un proceso de paz, y discrepo en 99. Entonces si un periodista hace un chiste flojo con eso, el que queda mal no soy yo sino él.
¿Pero usted no reconoce una diferencia en la manera de gobernar de Santos con respecto a Uribe? Se ve una mayor posibilidad de debatir…
No. El país está perdiendo porque, desde el punto de vista del impulso de las políticas reaccionarias, Santos es mucho más eficaz que Uribe. Impulsan las mismas políticas, quiero insistir en eso, solo que Santos es más diestro en el arte de engañar. ¿Usted cree que Uribe hubiera podido meter el fuero militar? ¿Usted cree que Uribe hubiera podido meter esta andanada contra la tutela? Yo no voy a caer en el infantilismo de pensar que son malos o son buenos porque griten más o griten menos.
A Santos le hacen mucha más oposición que a Uribe…
No. La posición de los medios de comunicación hacia Santos ha sido de una abyección que los debería avergonzar. Santos, con su nadadito de perro y sus lisonjas, y presionando por las buenas, cogió a los medios de comunicación y los tiene comiendo en la mano.
La opinión pública ha celebrado la Ley de Tierras como un avance de Santos con respecto a Uribe para reparar a las víctimas y redistribuir la propiedad rural.
Los hechos muestran que es una cortina de humo para el resto de la política agraria de Santos, que ya la ha desnudado por completo. Libre comercio, o sea, arruinar al agro al sustituir el trabajo nacional por el extranjero. Decirles a campesinos, indígenas y empresarios: “Ustedes señores sobran porque en otros países hacen mejor las cosas”. Soy amigo de la restitución, pero eso es un fraude. La última estadística del gobierno es que lleva 300 restituciones y ofreció 160.000. Con este agravante. El 7 de agosto la meta deja de ser 160.000 y se vuelve 350.000. Porque esa ley tiene 10 años de vigencia. Y puede suceder que una vez se llegue al décimo año la ley pierda su vigencia y queden saneados los despojos que no se hayan restituido en ese lapso. Entonces no nos sorprendamos de que la política agraria de Santos sea de extrema derecha, pero disfrazada de otras cosas. Es tan de derecha que Santos dice que el mercado de capitales, los banqueros y las trasnacionales deben desarrollar el agro. No es posible concebir algo más reaccionario como política agraria.
Un tema que ha cobrado mucha fuerza es el del medio ambiente, y en particular las posibles amenazas de la locomotora minera a la biodiversidad. ¿Cuál es su posición al respecto?
Yo tengo un lema: “Minería sí, pero no así”. Yo digo una cosa que no les gusta mucho a mis amigos ambientalistas. Los seres humanos somos una especie minera. Si usted mira lo que nos rodea y quita la minería, tendríamos que vivir en los árboles, como los chimpancés. Cuando digo “minería sí”, acepto que pueda haber inversión extranjera. “No así” quiere decir: no al mal manejo ambiental; no a los que no pagan regalías ni impuestos; no a los que tratan mal a los trabajadores; no a las compañías mineras que son unas máquinas de corrupción; no a exportar los minerales como materias primas en vez de transformarlos. Le digo “No así” a muchas cosas.
Al Polo Democrático Alternativo no le ha ido nada bien, y más con el lío de los hermanos Moreno y el Carrusel de la Contratación…
Miembro del Polo que caiga en actos de corrupción nos traiciona. Así de simple. La izquierda y la corrupción por principio se tienen que repeler, y es evidente que en la administración de Bogotá sucedieron cosas que no han debido suceder y que no podían suceder. Los jueces tendrán que individualizar las penas y tomar las medidas que la justicia requiera, pero ese es un hecho gravísimo.
¿Ustedes, copartidarios de Iván y Samuel Moreno, no tenían acceso a datos, evidencias, lo que ahora denominan alertas tempranas?
Yo nunca supe qué estaba pasando. Las relaciones con la Alcaldía eran distantes. Fueron muchos los documentos que le enviamos al alcalde diciéndole que no estaba gobernando con nuestro programa. Pudo ser error nuestro no saberlo. Pero eso no es tan fácil saberlo. Porque nosotros no somos un cuerpo de investigación. Pero asumimos la responsabilidad en lo que, insisto, no podía haber pasado, no debía haber pasado. Eso, claro está, genera un costo político. Y nos lo han cobrado al 500 % porque la derecha tiene cómo ocultar lo que le conviene ocultar y resaltar lo que le interesa resaltar.
¿Y no cree usted que un escándalo de esas proporciones ponga en peligro la sobrevivencia misma del Polo?
Lo que nos une a los del Polo no son los errores sino los aciertos. Yo estoy en el Polo porque ocurren muchas cosas que a mi juicio son aciertos. El programa económico y social del Polo para Colombia es un ultraacierto. Ese programa sigue siendo vigente por ni idea cuánto tiempo. Defiende la producción, el trabajo, el empleo, la democracia, la soberanía, es el programa que necesita Colombia. En nuestro ideal de democracia va un no rotundo a la lucha armada, un no rotundo a la corrupción. En cuanto a la labor parlamentaria del Polo, los congresistas eligen al mejor congresista del Senado y la Cámara y los dos son del Polo. Son los santistas los que nos reconocen.
De todas maneras el escándalo puso en entredicho a la izquierda.
A nombre de todas las doctrinas se han cometido barbaridades. Nuestro pecado es que no tenemos a nadie en los medios. Este es un país de 44 millones de habitantes sin ningún medio que divulgue las tesis de la izquierda. No tenemos defensa. Nadie de derecha dice que es de derecha. Nadie dice que Hitler era derechista. Nos cobran no habernos entregado a Uribe y, más importante, no habernos entregado a Santos. Si el Polo le hubiera hecho caso a Petro, y nos hubiéramos ido con Santos, no nos habrían crucificado tanto. Hasta nos habrían perdonado. Pero yo ni me quejo. Así es la política. Y esa será una de las cosas que tendrá que remontar la izquierda.
A propósito de corrupción, ¿le han hecho propuestas indecentes?
Nunca he recibido una propuesta indecente ni nada directo que pueda interpretarse así. Pero a veces sí he oído frases que podrían entenderse como “dé un paso hacia acá... y vemos”.
¿Cómo aprender de esta lección, que no se infiltren elementos como los hermanos Moreno Rojas?
Esto es complicado porque a usted, como partido, le exigen ser grande. Si nosotros exigimos que todos los militantes del Polo sigan los preceptos del MOIR, pues el Polo se queda tan chiquito como el MOIR. Este es un partido de puertas abiertas. Es una pelea durísima, dificilísima, pero vale la pena dedicarle la vida. Si este proceso se consolida, tarde o temprano vencerá. Eso explica el afán de la derecha de destruir ese proyecto.
Ahí sí lo veo muy apegado a China, a la paciencia milenaria…
Los cambios no se hacen de la noche a la mañana. Estos son proyectos históricos. Lo que pasa es que aparecen caudillitos que no entienden nada y se enchaquetan de izquierda.
¿Cómo ha sido su relación con Bogotá?
Yo me crié con la idea de mucha gente de provincia de que los rolos eran unos tipos detestables. La palabra rolo era como un insulto. Pero me casé con bogotana y realmente quiero muchísimo a Bogotá.
¿Entonces de dónde se siente usted?
Me siento muy bien en todas partes. Yo soy cero regionalista, o al menos lo intento. Voy a Pasto y me encantan los pastusos, voy a Cali y me siento muy bien. Probablemente se deba a que en cierto sentido soy a la vez ibaguereño, manizaleño y bogotano.
¿Usted ha recibido amenazas? ¿Su seguridad ha estado en peligro?
Tengo un fuerte esquema de seguridad recomendado por las autoridades. Pero nunca he sido amenazado y ni siquiera maltratado u ofendido por nadie. Por el contrario, son muchas las expresiones de respeto y cariño que recibo en todas partes, incluso por gentes que me advierten que no votan por mí y que no comparten muchas de mis ideas. Y eso se ha disparado luego del ataque de Santos.
Como profesor de arquitectura, ¿usted era cuchilla, como Parra?
Considero que no fui un profesor “cuchilla”, sino “madre”, pero falta ver qué pensarán los estudiantes, aunque me iba bien en las evaluaciones que hacían ellos.
¿Qué tal es para la música? ¿Le gusta?
Yo soy medio sordo. Soy un pésimo cantante y de niño me prohibían cantar porque desafinaba a todo el coro. A mí me cuesta compenetrarme con la música. No me molesta, pero cuando me siento a oír música, a los dos minutos tengo mi cerebro en cualquier otra cosa. La música se me vuelve un ruido de fondo y no la disfruto.
Supongo que lee mucho. ¿Qué le gusta leer?
Leo mucho y disfruto mucho leyendo. Ahora con los teléfonos inteligentes leo todo el tiempo. Leo menos libros. Ese oficio del Congreso es miserable, entre otras razones, porque hay que leer mucha cosa relacionada con el trabajo. Leo ciencias sociales y, sobre todo, mucha prensa, revistas, Internet. Llego tarde a la casa y entro a Internet, que se nos volvió otro trabajo.
¿Usted es fiestero?
Yo he publicado como 15 libros y eso lo doy como una prueba de que soy muy casero, porque escribir es un oficio de ermitaño. Tomo poco trago, y a sitios oscuros y con música duro ni me asomo. Me gusta verle la cara a la gente y me gusta oír lo que dicen y no tener que gritar. Me tomo de vez en cuando un trago con los amigos. Pero muy poquito.
¿Y sí le queda tiempo para la familia?
Uno de los líos más complicados es que la familia se lo aguante a uno. Uno se convierte en un mal padre y un mal esposo porque la política lo absorbe todo. Yo tengo la suerte de que Carmen también es moirista y mis hijos no me ponen problema por esto. Yo veo que en el Congreso mucha gente sufre con eso y se les desbaratan los matrimonios.
Para terminar, ¿cómo se aguanta usted trabajar en un Senado que, como en la canción de Shakira, parece estar ciego y sordomudo ante sus denuncias y argumentaciones?
Yo le diría: porque soy un optimista impenitente. Porque yo creo que Colombia tiene arreglo. Este podría ser un país maravilloso si algún día en la dirección del Estado no hubiera un poco de logreros que solo piensan en ellos, sino gente que piense en el bien del país.
Eduardo Arias
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