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Rasputín

Gabriel Silva Luján
En nuestro provincialismo tradicional, agravado por la natural obsesión con el proceso electoral en curso y con los resultados de los comicios del próximo fin de semana, el país ve lo que está pasando en Ucrania como un asunto irrelevante o, por lo menos, distante. Es una actitud obtusa. Con razón el editorialista de este diario y otros comentaristas llamaron la atención sobre la importancia que para la paz global tiene lo que está ocurriendo en el mar Negro.
Se podrían interpretar los hechos dramáticos que vive esa región del mundo como una circunstancia coyuntural. Eso no es así. Allá se están sembrando las semillas de lo que podría ser el nuevo orden mundial.
Después de un siglo XX signado por la confrontación ideológica entre el capitalismo y el comunismo, la cual, supuestamente, ganó Occidente, ahora estamos regresando al pasado. La confrontación ideológica no era más que un disfraz de lo que verdaderamente importa en las relaciones internacionales. Me refiero a la geopolítica.
Cuando se observan con cuidado los conflictos internacionales de hoy, en su mayoría corresponden a las líneas divisorias y a las rivalidades que se gestaron por siglos, si no milenios. La lucha por el territorio y la población vuelven a ser la motivación central de la disputa y la confrontación entre las naciones.
Eso es lo que hace a Putin, presidente de Rusia, un personaje extremadamente peligroso. Él tiene claro un diseño geopolítico de expansionismo global basado en el sueño de recuperar el poder y la trascendencia que tuvo el imperio ruso. Es un carnicero que se viste bien y tiene buenas maneras. Pero carnicero, al fin y al cabo.
Cuando se están barajando las cartas de cómo se organizará el mundo después de la bipolaridad URSS-EE. UU., el señor Putin cree que puede estar entre los actores decisivos del futuro. Se está aprovechando del declive evidente de quienes dominaron el siglo pasado. Y lo está haciendo con un despliegue desvergonzado de poder y con un desprecio absoluto por el derecho internacional.
Algunos creen que todo se explica por su vanidad o su arrogancia, ejemplificada en el derroche y la exuberancia de los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi. Se equivocan. Putin tiene muchos de los rasgos de quienes han metido al mundo en tragedias como la primera y la segunda guerras mundiales. Ojalá Occidente no cometa los mismo errores que se dieron cuando Hitler invadió a Polonia, después del despliegue de sus fastuosos olímpicos de Berlín.
Es oportuno recordar algunas de las cosas que ha hecho el presidente Putin, para poner en contexto sus ambiciones geopolíticas. Por ejemplo, negó, hasta última hora, que el régimen sirio estaba usando armas químicas contra su propio pueblo. Solamente cuando la evidencia se hizo inocultable se puso del lado de los buenos.
En Georgia, usando las mismas tácticas que está ahora desplegando en Ucrania, se anexó en la práctica un buen pedazo de ese país. Eso mismo quiere hacer ahora con Crimea, para demostrar quién es el dueño del barrio y para pasarse por la faja a quienes considera sus enemigos estratégicos en el ajedrez global.
Increíblemente, Colombia no está exenta de las consecuencias de su locura. No solo hemos vivido violaciones de nuestro espacio aéreo de naves militares rusas, sino que ya Putin nos notificó, con la audacia típica de los tiranos, que se va a meter en la región con ejercicios bélicos y con bases militares en varios países fronterizos. Hay que pararlo ya o si no Putin se va a volver Rasputín.
Díctum. Nuestro Rasputín criollo llegará al Senado. Allá le tocará contestar las preguntas que tenemos los colombianos y que hasta ahora ha evadido.
Gabriel Silva Luján
Gabriel Silva Luján
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