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No más frustraciones

Socorro Ramírez
No es la primera vez que se intenta. El gobierno colombiano y el Eln han dialogado en Caracas, Tlaxcala, Madrid, Ginebra, Maguncia, La Habana. No hace mucho se anunció un nuevo acercamiento, que ahora parece haber pasado a segundo plano. Las conversaciones tienen que tomar forma pronto y no generar más frustraciones.
El 3 de diciembre pasado, Nicolás Rodríguez mostró la disposición del Comando Central para negociar y, en carta del 3 de febrero, señala que el conflicto debe hallar una solución política en el 2014 y que, para ello, es necesario adelantar un intercambio de ideas sobre cómo construir la paz e impulsar un movimiento que la respalde.
Para comenzar el diálogo habría que recoger las lecciones que dejan las conversaciones con las Farc y que invitan al Eln a revisar las condiciones que ha señalado para la negociación: sin límites de temas y tiempo, sin confidencialidad y con participación social.
La negociación en La Habana ha avanzado más que cualquier otro intento anterior porque despegó con una agenda delimitada, su tratamiento se ha cargado de realismo y se ha hecho sin cámaras y micrófonos así cada lado haga su propaganda por fuera de la mesa. Aunque no ha marchado tan rápido como se esperaba, sus enemigos no han podido frenarla.
Si quiere ayudar a la solución de los problemas que alimentan la guerra, el Eln tiene que concentrarse en la salida política del levantamiento armado y no extenderse a todas aquellas banderas que podrá desplegar en la legalidad. La construcción de la paz no termina con la negociación, pero esta marca un indispensable punto de partida.
Cuando ha intentado negociar, el Eln ha exigido el desarrollo de una convención nacional con diversos sectores sociales. Pero los reclamos y propuestas de las comunidades tienen sus propios canales. Por ejemplo, en un tema de particular interés de los ‘elenos’, como el mineroenergético, están desarrollándose fuertes movimientos que no tienen por qué ligarse a la negociación con las guerrillas. La presión militar de este grupo armado nunca logró lo que están alcanzando la protesta social y la iniciativa ciudadana.
Según el Eln, además de los temas de la agenda, la convención discutiría el modelo económico-social del país. Pero ese debate, siendo fundamental, es de hecho permanente, involucra a toda la nación y sobrepasa los acuerdos con las guerrillas. En 1984, el M-19 intentó algo similar, un diálogo nacional; y aunque generó interesantes discusiones, estas no incidieron en la negociación, en el fin de la confrontación, ni en el curso posterior del país. En cambio, ha sido muy eficaz que la mesa en La Habana estudie las propuestas formuladas por diversos sectores sociales reunidos en eventos específicos en torno a cada punto de la agenda.
Si los diálogos fueran ilimitados en el tiempo, el precario clima favorable al proceso terminaría por agotarse. Ataques a la Fuerza Pública y a la infraestructura o actos bárbaros como el atentado a la caravana de Aída Avella, antes que conquistarle espacio a la negociación fortalece a los guerreristas. A una opinión cansada de la guerra y escéptica de la paz, las guerrillas la convencen renunciando a los secuestros, declarando ahora una tregua electoral, pidiendo perdón a las víctimas por sus acciones y acordando un pronto fin de la confrontación.
Cada vez que el Eln ha intentado dialogar con el Gobierno, han surgido múltiples comisiones de apoyo (Facilitadora, Nacional, de Notables) y acompañamiento (Casa de Paz, Países Amigos, etc.), pero la falta de consenso entre los mandos del Eln las ha frustado. Sería dramático que esto volviera a suceder. No es hora de “hibernar” ni de agudizar la confrontación. Es hora de negociar con realismo y sentido de oportunidad histórica.
Socorro Ramírez
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