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Mis recuerdos de Pacheco

Todos los colombianos tenemos recuerdos de Fernando González-Pacheco. Su figura la asociamos, siempre, con alguna etapa de nuestra vida. El popular animador hizo parte de nuestro itinerario vital. Todo porque se metió a nuestras casas sin pedir permiso, porque se nos volvió familiar a la hora del almuerzo, porque en las noches llenaba con su presencia en la pantalla espacios donde transcurría nuestra infancia. Esa que José Samuel Arango llamó Caja Mágica nos hizo ver a Pacheco como un miembro más de la familia. Nos lo hizo cercano. Tanto, que se convirtió en el mejor amigo de los niños. Con su forma natural de brindarles alegría supo ganarse su corazón.
La vida me brindó la oportunidad de conocer a Fernando González-Pacheco, el hombre que a través de Animalandia, el programa que se transmitía los domingos en las horas del mediodía, entraba a los hogares colombianos para llevarles alegría a los niños. Héctor Ocampo Marín, que en 1983 fungía como director de La República, me acababa de publicar una crónica sobre el escritor Germán Santamaría, el cronista estrella de este diario. Una tarde del mes de julio me dice: "Escríbase una crónica sobre Pacheco". Sin pensarlo dos veces, llamé a la programadora Coestrellas para pedirle una cita. Y, para sorpresa mía, me dijo que me recibiría esa misma tarde.
Llegué a las oficinas de la carrera quinta con calle 69, al norte de Bogotá, preparado para hablar con el hombre más querido por los colombianos. Desde luego, estaba nervioso. Llevaba en mi mente, fija, la figura del animador que admiraba desde niño. Me parecía increíble que fuera a estar dialogando unas horas con una persona que veía lejana, como imposible de acercármele. Pensaba que me iba a encontrar con un hombre cubierto por ese hálito de grandeza que le proyectaba su imagen en la televisión. Pero, ¡oh sorpresa! ¿Con qué me encuentro? Con un personaje sencillo, amable, accesible, que rompe el hielo con el primer apretón de manos, en un saludo que parece el de un viejo amigo.
Al sentarme en una mullida silla frente a su escritorio para iniciar el diálogo, lo primero que advierto es que Pacheco es una persona afable, que recibe al periodista con una sonrisa que ayuda a generar confianza. Sin yo esperarlo, me hace entrega de un ejemplar autografiado de su libro Me llaman Pacheco, escrito a cuatro manos con Daniel Samper Pizano.
Advierto, inmediatamente, su sencillez en el trato. Yo pensaba que me iba a encontrar con un personaje distante, de esos que ponen murallas al entrevistador para no permitirle entrar en su vida privada. Pero lo que me encuentro es un tipo de carne y hueso, cercano, sin ínfulas de grandeza, abierto al diálogo, que permite todo tipo de preguntas.
Esa primera impresión sobre el animador que Colombia admiraba abrió espacios para conocer un poco más al hombre que estaba detrás de esa imagen mítica creada por la televisión. Pacheco se consideraba una persona tímida. Decía, incluso, que no era un hombre famoso. "Soy popular, que es distinto", recalcaba. Tenía, eso sí, un aura especial: ante los niños desaparecía la figura del personaje famoso, para darle paso al hombre sencillo que sabía corresponder a ese cariño que ellos le brindaban. Galante con las mujeres, reconocía que su físico no le ayudaba para las conquistas. Sin embargo, ellas disfrutaban su compañía por la gracia de su charla, que matizaba con finos chistes. Siempre se le veía rodeado de mujeres hermosas.
Pacheco fue un personaje con calidad humana, comprometido con las causas sociales. Un hombre sin eso que llaman atractivo físico que, sin embargo, conquistaba a los televidentes por su espontaneidad ante las cámaras. Todo por esa frescura que caracterizaba sus apariciones tanto en los programas de concurso como en los seriados en los que tomó parte. Cuando en El cuento del domingo hizo el papel del viejo, se robó los plausos de los televidentes por la autenticidad que le imprimió al personaje. Fue lo mismo que ocurrió cuando actuó en Música, maestro. Se metió en el alma del personaje. El Pacheco que yo conocí fue un hombre cordial, sin el aura de la grandeza, cercano a los colombianos.
José Miguel Alzate
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