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La involución de la Europa sin fronteras

Medidas para restringir la movilidad entre sus ciudadanos minan una de las bases de la integración.

El origen de la Unión Europea fue impedir que los nacionalismos volvieran a anegar en sangre a Europa, como hicieron dos veces en la primera mitad del siglo XX. La construcción empezó poniendo en común la gestión del carbón y el acero, materias primas militares esenciales en la época.
La UE fue creciendo –de los seis socios originales se pasó a los 28 actuales– y otro de sus grandes logros fue el acuerdo de Schengen, por el que se abrieron las barreras fronterizas y que permite a cualquier ciudadano moverse por el continente sin necesidad de permisos laborales o filtros migratorios. De Huelva, en el sur de España, hasta las playas del Báltico se puede viajar sin tener que mostrar ni una cédula de identidad.
Ese avance está en duda desde hace dos años y medio. En mayo del 2011, Dinamarca anunció que restablecía los controles fronterizos terrestres. Lo justificó como una medida económica y no migratoria, para acabar con un supuesto contrabando que se demostró inexistente. La medida, que había sido impulsada por un gobierno conservador que necesitaba el apoyo parlamentario del ultraderechista Partido del Pueblo Danés, fue revocada, pero rompió un tabú.
Dinamarca no estaba sola. El 24 de junio de ese 2011, los dirigentes de la UE aceptaron una iniciativa francoitaliana –gobernaban entonces Sarkozy y Berlusconi– que pedía endurecer la normativa de libre circulación para controlar mejor la inmigración y permitir “cierres de fronteras temporales y excepcionales”.
Cecilia Malmström, comisaria europea de Interior e Inmigración, criticó la medida diciendo que era una deriva autoritaria impulsada por los partidos de extrema derecha a la que los demócratas no están sabiendo plantar cara. Pero se aprobó.
‘Podrían ganar la batalla’
La primavera árabe se vio con temor a que los jóvenes árabes emigraran a Europa, y se llegó a hablar de “desplazamientos bíblicos”. El discurso fue calando y reventó las costuras de Schengen cuando, el domingo, los suizos votaron en referendo una propuesta de un partido ultraderechista para imponer cuotas de inmigración, saliéndose en la práctica de Schengen y arriesgando todos sus acuerdos con la UE.
Al calor del voto suizo llueven las peticiones de referendos similares, impulsadas por la extrema derecha y los euroescépticos, como el PVV holandés, el UKIP británico o el Frente Nacional francés. ¿Existe una involución que podría acabar con uno de los principales pilares de la UE?
José Ignacio Torreblanca, analista del European Council on Foreign Relations, considera que el resultado del referéndum suizo “ilustra lo que está pasando con la inmigración. En contra de los argumentos económicos, los eurófobos son capaces de ganar la batalla y construir una imagen que está muy alejada de la realidad económica”; y que, paradójicamente, “puede llevar al empobrecimiento de un país como Suiza”, con un 3,5 por ciento de desempleo y un 23 por ciento de inmigración.
Torreblanca estima que “se están utilizando la inmigración y la crisis económica para explotar la desafección y la crisis de identidad de las sociedades europeas”, y que los partidos del mainstream (corriente mayoritaria), e incluso la Comisión Europea, “están a la defensiva, sacando informes que contradicen esos argumentos”, pero sin encontrar la forma de plantarles cara.
Este analista cree que “formalmente no van a poder cambiar el principio de funcionamiento de la libre circulación porque eso afectaría también al mercado interior, pero sí van a ser capaces de introducir obstáculos y trabas administrativas que la harán más difícil.
IDAFE MARTÍN PÉREZ
Para EL TIEMPO
Bruselas.
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