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Manual para electores y candidatos

Cicerón, el gran tribuno romano, se postuló a las elecciones para cónsul de Roma en el año 64 antes de Cristo. Lo esperaba una dura campaña, frente a contrincantes de mayor estatura social. Quinto, su hermano menor, le escribió entonces una carta con sugerencias para la victoria. Commentariolum petitionis fue su título en latín, publicado recientemente en inglés –How to Win an Election (Cómo ganar una elección)–.
El librito de Quinto parece a primera vista un manual de clientelismo. Así, en efecto, lo presenta su traductor: una serie de “consejos sin vergüenza [...]sobre cómo manipular a los votantes y ganar elecciones”. Y tales consejos abundan en el texto de Quinto. Pero una lectura cuidadosa sugeriría otra interpretación, lejos del mero cinismo.
Quinto partía de reconocer la realidad. El mundo de la política romana era caótico, de poco fiar, donde las decepciones eran tan frecuentes como la presencia de traidores. Cicerón, su hermano, había ganado fama en el foro y tenía buen corazón. Pero pecaba de ingenuidad. Era fuente de celos. No pertenecía a la nobleza, como sus contrincantes.
Sin embargo, Quinto creía que Cicerón poseía las cualidades necesarias para el cargo, en cuya elección luchaba contra figuras de peso. Su primer consejo fue que tomara en cuenta sus propias ventajas –humanas y profesionales– frente a las de sus opositores. Lo importante era asegurar que tales ventajas se reflejaran en las urnas. A ello dedicó la mayor parte de su carta, con un listado de sugerencias prácticas que comenzaban por la advertencia de cultivar a los familiares y a los amigos: “Casi todo rumor destructivo” se iniciaba en estos círculos más íntimos.
Sus observaciones más cínicas, repelentes y hasta tristes, fueron quizás sobre la noción ampliada de la amistad. En tiempos electorales –Quinto le decía a Cicerón–, los candidatos deben aceptar a cualquiera como “amigo”, incluso a seres con los cuales “ninguna persona decente hablaría” en tiempos normales.
Pero simultáneamente le aconsejaba seleccionar bien a su equipo de trabajo, mientras le recordaba el sabio dicho de Epicarmus: “No confíes en la gente con facilidad”. De paso, le advertía distinguir los verdaderos de los falsos amigos.
Para mantener y conquistar adeptos, Quinto sugería ser generoso en favores, estar disponible para quienes lo necesitaban, “de día y de noche”: “Tener abiertas las puertas de tu casa (...), pero también tu cara y la expresión, que son las ventanas del alma”. Debía saber cómo “cobrar” favores. Era menester identificar a personas en cada pueblo que lo pudiesen representar como si ellos mismos fuesen los candidatos. Tenía que recordar los nombres de las personas que conocía. Durante la campaña no era aconsejable irse de viaje.
Lo más importante era infundir esperanza. Quinto le sugería no hacer promesas concretas: “Apégate a vagas generalidades”. Romper promesas era más dañino que no hacerlas. Le aconsejaba, sin embargo, asegurarles a unos que él traería estabilidad y paz, y a otros, que siempre estaría de parte de ellos.
No todos fueron consejos cínicos. La compra de votos era un mal general en Roma. “No te desanimes –dijo Quinto a Cicerón–: estoy seguro de que hasta en las más corruptas elecciones hay muchísimos votantes que apoyan al candidato en quien ellos confían, sin tráfico de dinero”. Cicerón ganó las elecciones. Los consejos de su hermano pueden servir aún a los candidatos. Pero los votantes no son tontos. Ni hoy ni en los tiempos de Roma. Por ello, la carta de Quinto es también un manual para prevenir a los electores sobre las técnicas más antiguas del clientelismo.
Eduardo Posada Carbó
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