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'Día sin carro: que no nos echen cuento con la calidad del aire'

Crónica de cómo se vive esta jornada, en medio del humo de los buses.

Me le medí a la bicicleta en el Día sin carro. Alisté casco, reflectores, cicla con llantas bien infladas, gafas oscuras y me lancé a la aventura de vivir la experiencia que a diario enfrentan miles y miles de estudiantes, obreros, amantes de la bici o simples ciudadanos conscientes de que hay alternativas mejores que el carro particular. (Lea también: En el 'Día sin carro', 1'500.000 vehículos deben quedar guardados)
Arranqué en la avenida Suba con calle 116, buena ciclorruta, buena movilidad, pero invadida por decenas de peatones que se dirigían a la pirámide de Movistar. Y mucho bus, muchísimas motos y mucho carro de vidrio oscuro. (Vea imágenes de cómo transcurre el Día sin carro)
Superado ese primer cruce, tomé por la calle 114 a conectar con la avenida 68. Vía en pésimo estado. Y el sol ya la calentaba. En el cruce con la 68, otro tramo de ciclorruta en perfecto estado. Y ahí empezó el martirio con el ‘smog’. Es increíble que a estas alturas intenten siquiera insinuarnos que Bogotá ha mejorado su calidad del aire. ¡Por Dios! Compruébenlo hoy. Es imposible respirar con busetas como la VER 336 o la SOO 588 escupiendo bocanadas de humo negro que tienen que tragarse peatones, ciclistas y demás. (Lea también: Secretaría de Ambiente reporta aumento de monóxido en el Día sin carro)
No les miento, hice la cuenta: por cada cinco busetas que se me cruzaban en el camino, al menos tres contaminaban descaradamente, entre ellas, varias de las azules del SITP, hay que decirlo.
En el puente de la 68 con el canal Salitre –donde se adelantan obras por 12 mil millones de pesos-, el andén desaparece, está quebrado, no hay cómo transitar. Pero eso sí, diagonal al Homecenter, está la piratería del transporte público. Diez vejestorios –o más- estacionan sin Dios ni ley. Se toman un carril del retorno de la calle 80 y nadie les dice nada. Ya es territorio de ellos, son los microbuses destartalados que vienen de Soacha y que convirtieron este lugar en un estacionamiento pirata y privado.
Desde allí se despachan rutas que andan raudas y contaminando a lo largo de la avenida 68. Pero eso sí, la Policía, a pocos metros, está pendiente a diario de pescar infractores del pico y placa.
A medida que avanzaba, iba grabando en mi mente el dantesco espectáculo de las busetas VER 336 y SOO 588. No pude grabarme más números, iba concentrado en el asfalto que tenía al frente, pues en ese punto, costado occidental de la 68, hay que bajarse a la vía y compartirla con el transporte público, los camiones, los furgones, los peatones imprudentes…
Confieso que me asusté. El ruido es ensordecedor, uno no sabe si los carros vienen lejos o vienen cerca. Uno solo planea cómo reaccionar si por alguna razón un aparato de estos lo despide contra el andén de al lado. Hasta calculaba en la mente cuál era la mejor forma de caer si eso ocurría.
A la altura de la Cruz Roja, no soporté la presión. Volví a subir al andén, con el perdón de los peatones.
Pero, ¿qué andenes? Están rotos, desvencijados, repletos de grietas. Allí no puede andar alguien con muletas o en silla de ruedas. Así es hasta que se llega al edificio de Bienestar Familiar y comienza otro tramo de buena cilcorruta. Una camioneta con militares adentro, de lentes oscuros, permanece estacionada sobre la 68.
Y llegamos a la rotonda, frente al coliseo El Salitre. Hay que multiplicar la mirada, pues hay al menos cuatro cruces peligrosos para los ciclistas. Volvemos a conectar una buena ciclorruta que pasa frente a Compensar, el recorrido se hace más tranquilo, pero es inevitable sentir el ardor en la garganta y confirmar, una vez más, que el Día sin carro es una gran experiencia para entender que seguimos haciendo poco, lo mínimo, por el aire de nuestra ciudad; que las motos cada vez más, son las amas y señoras de las vías, que la medida anunciada por la Secretaría de Movilidad recientemente para que la Policía, ‘al ojo’, se dedique a sancionar a los carros que contaminan, es un chiste.
En todo este recorrido no vi ni un solo puesto de control y hablamos de una de las vías más transitadas y contaminadas de la ciudad, ni un policía requiriendo a esta mano de bárbaros dañando el aire de todos.
Hoy, cuando la Alcaldía Mayor haga el balance, la cifra que más quisiera oír es a cuántos vehículos se inmovilizaron por atentar contra el aire de todos nosotros. Lo que sí vi fue a un grupo de muchachos, en la 68 con calle 53, de chaleco amarillo, llenando planillas, seguramente haciendo conteo de lo que veían en la calle.
Al final, fue una grata experiencia, una mirada subjetiva a esta jornada, que además de sudor, me dejó claro que aún estamos lejos, muy lejos, de lo que debería ser el ideal de las ciudades modernas: con un transporte público eficiente, más espacios para la bicicleta, más mano dura para quienes contaminan, más campañas para entender lo que significa el aire en la calidad de vida de una urbe como Bogotá, más normas que regulen el cáncer de las motos. En últimas, más conciencia de todos para ver cómo salvamos esta parte de ciudad que compartimos todos.
Mi respeto y admiración a los usuarios de la bici de todos los días, ojalá la mayoría entendiéramos más lo que hacen y por qué lo hacen. La nota positiva es que la Administración no les ha parado bolas a los cantos de sirena de los comerciantes y gasolineros que viven quejándose porque la ciudad no tiene carros y piden que se acabe esta jornada.
Al contrario, ojalá se repitiera más. Y me alegra ver a toda la administración volcada hoy sobre este tema a ver qué nos ofrecen mañana. Treinta minutos después terminé mi recorrido. La felicidad máxima fue ver que en el estacionamiento de EL TIEMPO proliferaban las ciclas y lucía vacío el espacio para los carros.
ERNESTO CORTÉS F.
EDITOR JEFE DE EL TIEMPO
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