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Mermelada

Ricardo Silva Romero
A qué hora de este día tan largo comenzamos a usar de esa forma tan amarga la palabra “mermelada”. Quién tuvo el estómago, el sistema nervioso para darle semejante sentido. A quién le pareció una buena idea convertirla en un colombianísimo eufemismo de “compra de consciencias”, de “botín”, de “repartija”: un eufemismo del eufemismo “auxilios parlamentarios”. Yo se la oí por primera vez al manzanillo liberal Simón Gaviria, “la mermelada”, en el sentido de “que los recursos alcancen para todos”, pero ningún político de mi generación se ha inventado nada de nada de nada: “siga usted, señor Senador”, “después de usted, señor Ministro”. Y, tenga el autor que haya tenido, lo cierto es que hoy la manoseada expresión les pertenece enteramente a los caraduras políticos de derecha que han hecho del odio por el desvergonzado presidente Santos (“Falcao: estamos contigo”) su principal propuesta de campaña.
“El gobierno de Zuluaga no será un gobierno de mermelada”, declaró cejijunto el expresidente “liberal” Álvaro Uribe unas semanas antes de convertirse en este candidato al Senado abucheado de ciudad en ciudad. “La gran derrotada de la convención conservadora fue la mermelada del Gobierno”, dijo el expresidente “conservador” Andrés Pastrana, “somos un partido digno”. Y no pestañearon, no, y sonrieron a la cámara: jejeje. En el programa de humor Quac: el noticero, siempre que algún político lanzaba, sin tartamudear, una fanfarronada de estas, venía luego un ataque de risa liberador y contagioso: adelante, querido lector. Pues quién, que no se haya quedado dormido en la película, va a creerles a este par de oportunistas su cruzada contra cualquier cosa. Quién, que haya visto y olido y tocado y sentido estos años de nada, va a creerle alguna escena al Partido Conservador. Quién al Liberal.
Sería serio que se atrevieran a ser lo que han sido, lo que son: el “reformador” Partido Liberal y el “regenerador” Partido Conservador, para bien y para mal, y entre comillas. Sería notable que sus líderes no volvieran a ceder a la tentación de desperdigarse en esos movimientos urgentes, “uniones nacionales”, “nuevos liberalismos”, “fuerzas democráticas”, “cambios radicales”, “centros democráticos”, que –antes de empezar a morir con sus caudillos– han sido una manera de volver a exclamar que los partidos de siempre no representan a sus electores. Sería bueno, digo, que sí los representaran, que probaran que, para bien y para mal, los representan. Y reclamaran sus logros y sus hallazgos, y reconocieran en voz alta los infiernos que han montado.
Pero la verdad es que desde que fueron fundados, en 1848 el primero y en 1849 el segundo, sus miembros han preferido echarles la culpa a los otros: abandonar el barco, lavarse las manos, denunciar la corrupción ajena. Y eso mismo hemos hecho los demás.
Es –igual que montar disidencias redentoras o volver en puntillas a los partidos ancestrales o declararse “de centro”– una curiosa tradición de los políticos colombianos: renombrar “la coima”, “el cohecho”, ponerle, por ejemplo, “la mermelada”, para que este no sea el clientelismo de ellos, sino el clientelismo de Santos. Pero no tiene por qué ser una tradición de todos. Aquí, desde la barrera, podemos llamar las cosas por su nombre: aquí podemos decir “izquierda”, “derecha”, “liberales”, “conservadores”. Por el amor de Dios: que no se hable más de “la mermelada” como antes se hablaba de “el oxígeno”, de “las lentejas”. Digámosle “soborno”. Llamémosla “prebenda”. Pongámosle “corrupción”. Y que cuando ellos, Uribe o Pastrana o cualquiera de ellos, se declaren hostigados de tanta “mermelada” untada por ahí, venga con toda su dicha y su gloria nuestro ataque de risa estruendoso.
Ricardo Silva Romero
Ricardo Silva Romero
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