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Las pistas del homicidio de una mujer en un restaurante chino en Suba

Pese a tantos detalles del crimen de Sara Camelo, su familia no entiende por qué no hay capturas.

La persona que le quitó la vida a Sara Camelo dejó pistas para identificarla. Una es clave: las huellas de sus zapatos. Fue hace dos meses, cuando entró a la sala de la casa y, por robarle el producido de un restaurante, la atacó con saña. Usó un arma blanca. El crimen ocurrió la tarde del 19 de noviembre del 2013 en una casa de Suba.
La investigación no avanza, no obstante, las evidencias están ahí y señalan en una dirección. La familia de la víctima sigue a la espera de resultados.
Sara Camelo Herrera tenía 30 años. Era una persona tímida, que prefería no salir a la calle, por temor a los peligros que esta representa. Por eso, la mayoría de su tiempo lo pasaba con su sobrinita, de 4 años, a quien cuidaba con esmero.
El restaurante de comida china del barrio Lisboa es propiedad de Raquel, la hermana de Sara. Queda diagonal a la casa donde vivían, en la carrera 150 D con calle 132 A, en el noroccidente de Bogotá, junto con su padre, un hermano adolescente y el esposo y la hija de Raquel.
A Sara pocas veces se la veía por el restaurante. Pero en noviembre del año pasado la dejaron a cargo del establecimiento, junto con su hermano menor, de 17 años. La razón: Raquel y el esposo de esta última decidieron realizar un viaje de descanso a Santander, de donde son oriundos los Camelo.
‘No le abra a nadie’
Durante más de una semana, Sara recogió el producido diario del restaurante de comida china. El dinero lo envolvía en una bolsa plástica blanca, de esas que se usan en las panaderías para despachar el pan. A su vez, el talego lo guardaba en una pequeña caja fuerte, mimetizada en la vivienda, en el segundo piso de la casa.
Pocos de los allegados a los Camelo conocían de la existencia de la caja fuerte. Para abrirla, se usa una llave de la que apenas Raquel y Sara sabían el sitio donde la escondían.
Además, antes de partir, Raquel le recomendó a su hermana que, cuando se quedara sola, no le abriera la puerta de la casa a nadie, a excepción de un pequeño grupo de personas allegados a ellas y los empleados a quienes les tenía que dar el dinero para pagar a los proveedores del restaurante.
El día de la pesadilla
Ese martes 19 de noviembre, Sara se quedó sola en la casa. Su padre y su hermano adolescente salieron temprano. Ella aprovechó para ir al restaurante y dar una vuelta. Comió como nunca lo hacía. Luego, regresó a la vivienda a hacer la siesta de la tarde como estaba acostumbrada.
Aún no es claro a qué hora llegó la persona que la atacó. Todo indica que fue como a las 2:30 de la tarde. Ella, confiada, le abrió la puerta y le dejó entrar hasta la sala.
A media tarde, cuando el hermano menor de la víctima llegó, el de la droguería del lado le dijo que había escuchado dos golpes desde adentro de la casa. Él fue a tocar la puerta y un hilillo de sangre que vio correr desde adentro, por debajo de la entrada, lo alarmó.
Entonces, le pegó un puño a un vidrio del portón y lo rompió. Así, pudo meter la mano y abrir. Fue en ese momento cuando encontró el cuerpo de su hermana Sara. Estaba recostada contra la pared, como sentada en el segundo peldaño de la escalera.
La persona que atacó a Sara caminó y dejó sus huellas en toda la escena del crimen. En la escalera, en la sala y en la calle, frente a la puerta de entrada, en una fina capa de polvo que recubría el andén. La marca es inconfundible, de talla grande y ancha hacia los lados, como de las botas que se usan en trabajo industrial.
La víctima le abrió la puerta de la casa y le dejó entrar hasta la sala. Allí, le entregó la bolsa plástica blanca que contenía la plata del producido del restaurante de comida china.
Se suponía que en la bolsa estaban guardados unos 8 millones de pesos, producto de las ventas de más de una semana. Por lo menos eso debió creer el homicida.
Sin embargo, no era así. Como Sara era meticulosa en sus cosas, se había esmerado por mantener en orden las cuentas del restaurante y, religiosamente, les había pagado a los proveedores. En la bolsa del dinero no quedaban más de dos millones de pesos y los vales del establecimiento.
Un detalle más, el homicida no sabía que en la caja fuerte había más dinero, unos tres millones de pesos de otras cuentas.
Todo indica que, después de entregar la bolsa, Sara bajó confiada la escalera para abrir la puerta. Detrás de ella descendió el o la homicida, que aprovechó para atacarla a mansalva con un arma blanca.
Las evidencias demuestran que la víctima se defendió. Tomó la bicicleta que estaba recostada en mitad de la escalera y trató de interponerla entre ella y el arma del agresor. En sus brazos se evidenciaban varias heridas. La hoja del puñal también dejó dos marcas en el sillín de la bicicleta y destrozó una de las llantas.
Para lograr abrir la puerta de la calle, el responsable del crimen movió el cuerpo de la víctima y lo acomodó en la escalera. Además, cargó la bicicleta hasta el segundo piso. Antes de marcharse, se lavó las manos en el lavaplatos de la cocina, desconectó los teléfonos y puso música a todo volumen en una grabadora. Es decir, dejó huellas por doquier.
Ahí, no más…
La familia de Sara ya no vive en la casa donde ocurrió la tragedia. Tuvo que irse a otro lado. La sobrinita de la víctima, la niña que siempre cuidaba, empezó a tener pesadillas y se negaba a transitar por la escalera. Su hermano adolescente, quien la encontró sin vida, está tan afectado que necesita tratamiento sicológico. Su padre no termina de lamentarse porque su hija estaba sola ese día. A Raquel solo le queda el consuelo de las fotos de su hermana que atesora en un álbum.
Es el drama de una familia que espera los resultados de una investigación, en la que hay evidencias suficientes para llegar al responsable de lo ocurrido.
JOHN CERÓN BASTIDAS
Redactor Diario MÍO
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