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'A la Selección le falta juego en equipo': Tino Asprilla

Asprilla habla de su vida, negocios, goles, de los jóvenes a los que patrocina y de la Selección.

“Dejá, que él se para solo”. Con la eterna sonrisa de niño en recreo, Faustino Asprilla sigue atento a la briosa vuelta a la cancha de fútbol de Lucas, el caballo que quiere conquistar. Oswaldo, que hace la tarea de doma, frena en seco su persecución. Lucas detiene su loca carrera por los terrenos del medio campo. El Tino ríe, aunque hay algo ahí, entre pecho y espalda, que no cuadra.
“Hace unos ocho meses –cuenta el Tino–, Oswaldo me llamó: ‘Mirá, Faustino, se nos murió un caballo’. Pues nada qué hacer, le dije. ‘No, es que quiero que sepás que era el tuyo’, me respondió. Vine corriendo para San Tino, la finca. No lo podía creer. Hubo una tormenta, cayó cerca un rayo, se asustó y a Caleño, así se llamaba, le dio un infarto. Durante tres días no supe qué hacer. Al final lo enterramos ahí, debajo de ese árbol que está allá. Todos los días de los años que pasamos juntos, lo mandaba a dormir. Allá iba y se echaba”.
Una pelota de fútbol, sin aire y gastada, yace en esa cancha al lado del Tino. No es su pasado, pero lo parece. Asprilla muere por los caballos, pero jamás dejará de ser un futbolista. Esas, sus dos historias, siempre han ido de la mano.
Muy niño, cuando no andaba dándole patadas a cualquier cosa redonda en las calles del Popular, el barrio obrero de toda la vida en Tuluá (su familia sigue ahí, nunca se quiso ir), había una cita en la televisión con Bonanza y El Llanero Solitario.
Ahí se alebrestaba el Tino jinete. Cuando caía la noche, iba con dos o tres vecinos a un lote donde los carretilleros guardaban los animales. “Al otro día, llegaban a quejarse con mi papá. ‘Mirá, tu niño y otros más sacan los caballos sin permiso y los dejan tan cansados que no quieren trabajar’. Y tenga, me castigaban”, resume, mientras mece el balón con la derecha.
Las piernas de Asprilla son las de un excombatiente del fútbol. Hace rato los músculos cedieron y los huesos asoman amenazantes. Las rodillas son otra cosa. Casi duelen de solo verlas. Al Tino siempre le tiraron a matar. Por igual, los defensas del Barcelona, del Milán, del Atlético Paranaense o del Unión Magdalena. “En mis tiempos el fútbol se transmitía por televisión con cuatro cámaras. Hoy lo hacen con 50 y todo se ve. Los defensas no pueden pegar como lo hacían los de mi época. Hoy, yo sería mejor”.
Mejor, imposible. El cuarto de trofeos, al fondo de su finca, atestigua la grandeza de un jugador de fútbol que hizo lo que quiso, incluso con la pelota. Hay trofeos de verdad y réplicas. Solo falta todo lo que los ladrones se llevaron hace un tiempo y que, como una copa bañada en oro que vale unos 15.000 dólares y un reloj conmemorativo que le regalaron en Italia, extraña aún más.
Dos tomos gigantescos redondean la memoria. Sus hermanas se tomaron el trabajo de pegar centenares de recortes, desde los de primera página de La Gazzetta dello Sport hasta las portadas de El Espacio. En la pared, fotos de amigos que iban a los juegos del Parma. Y, cómo no, un caballo. “Se llamaba Ben Gurion, fue el primero que tuve. Lo compré con los ahorros de lo primero que gané con Atlético Nacional. Yo tenía una moto y un día me encontré con un tipo al que le gustó mi moto y a mí, su caballo”.
Entonces ya era un tipo importante y no el ilustre desconocido que un día de 1988 se fue de Tuluá al Cúcuta a probar suerte, con la promesa de 1.000 pesos diarios, una tiquetera para almuerzos y comidas, y un hotel donde pasar las noches.
El Tino tiene fama de buen amigo y de manirroto. Ambas, ciertas. Ahí están, como testimonio, las invitaciones a la carta a esos acólitos de travesuras de la niñez para que lo fueran a ver jugar en Italia o el taxi que le regaló, ese sí con tino, a ‘Melale’, un muchacho humilde para que se ganara la vida. Pero también las fiestas con principio pero sin fin. Igual, hoy, a los 44 años, Asprilla reconoce que no siempre se supo rodear y que, más allá de la responsabilidad que asume por los escándalos en que se vio envuelto, siente que no supo separar la paja del trigo y que pagó un precio muy alto por eso.
Siempre ha querido pensar en el futuro. “No solo ahora, sino desde cuando llegué a Medellín y ‘Pacho’ (Maturana), ‘Bolillo’ (Hernán Darío Gómez), Andrés (Escobar) y todos los demás me dijeron que en esto del fútbol, aparte de tener mentalidad ganadora, había que aprovechar el cuarto de hora para ahorrar, para hacer buenas inversiones, para vivir bien. Yo tengo lo mío, estoy bien asesorado. Aunque mis negocios, en particular los de la caña, los maneja una de mis hermanas”.
El Tino agarra por las riendas a Lucas y atraviesa el portal de la finca, que da a una carretera destapada flanqueada por cañaduzales. De pronto, los dos echan a trotar. “Vamos, Lucas, a ver quién anda más cojo”. Ríe. Se diría que ríen.
Un niño, hijo de algún vecino, se planta cerca y lo mira de arriba abajo. “No es hijo mío”, bromea, mientras lo toma de la mano y camina un rato con él. El suyo, Santiago, tiene 21 años y está en EE. UU. “Vamos a ver si reincido en lo de ser padre”, dice algo más serio.
Los niños de hoy descubrieron a Faustino en la serie de televisión que se hizo el año pasado. “Focalízate, Fausto”, le dicen en todas partes. Él también les pide a los suyos eso, que se focalicen. Los suyos son un equipo que patrocina en Tuluá. Tienen entre 15 y 17 años. Les tiene un equipo técnico y la dotación para que entrenen. A la par del rendimiento deportivo, deben estudiar y sacar buenas notas. “Y lo más importante, ser buenas personas”.
‘No me falta el Faustino V’
Ser futbolista en Colombia no es fácil. Si lo sabe él. Además, así como hay muchas tentaciones hay muchos mitos. “Aquí, un jugador se toma una cerveza y se arma un escándalo. Cuando llegué a Italia, pedía con la comida jugo o Coca Cola. Un día, Nevio Scala, el técnico del Parma, me dijo: ‘¿Por qué no tomas vino con la comida?’. ‘No estoy acostumbrado’, le respondí. Al poco tiempo dio la orden de que no me pusieran más que vino. Le hice caso. Ahora no me faltan ni el Lambrusco ni el Faustino V, un rioja”.
Entonces cuenta que en Inglaterra, en los buenos tiempos del Newcastle, vio algo más. “Al llegar al estadio, uno se acercaba al campo y veía las tribunas casi desocupadas, pero cuando saltábamos a la cancha estaba lleno. Todos andaban en los bares que hay adentro”.
Newcastle… Newcastle... La palabra se hace mágica. Sus ojos se iluminan. A lo mejor si tuviera la oportunidad de pedir un deseo, sería ese, el de volver a ponerse la albinegra de las ‘Urracas’, esa misma que parecía dos tallas más grande, con la que le entraba tanto viento que parecía volar. Con ella fue, al menos un día, el 17 de septiembre de 1997, el mejor jugador del mundo en el 3 a 2 con que le ganó al Barcelona de Figo, de Rivaldo, de Luis Enrique. “No fue un accidente. Yo estaba muy bien, tranquilo, en un momento espectacular. No me hacía falta nada. La gente me quería. No se imagina cuánto. Eso se refleja en la cancha. Desde que cogí la primera pelota sabía que era mi día”.
¿Puede alguien ser el mejor del mundo 90 minutos y nada más? “No fue una tarde, fueron seis meses extraordinarios. Hasta que llegaron esa pubalgia y luego la rodilla”.
Ya entrado en gastos de sus buenos tiempos, el Tino se emociona. Salta de Newcastle a Parma, de Parma a Milán, de Milán a Nápoles, de Nápoles a Buenos Aires. Y en el quiosco en el que se guarda del sol ruedan las memorias del balón de tiro libre que sube y baja cual tirabuzón para acabar con un invicto de los ricos del norte de Italia. O esos dos goles, sobre todo uno, a Argentina, en el 5 a 0.
Sí, en especial ese, el del 4 a 0. “Fui egoísta, ese debió ser gol del Tren (Valencia). Él llegaba libre por el centro y yo elegí desde ahí”. Lo cuenta como disculpándose de la curva de pitcher al otro palo; mejor dicho, de la obra maestra.
Aterriza de nuevo en su realidad. En ese mundo que lo busca para obras benéficas, publicidad o para sacar otro tipo de provecho de su imagen. El Tino se detiene un momento para atender a funcionarios de una entidad local. Las garzas andan a sus anchas por los predios cercanos y no hay otra música que la de sus graznidos.
Al rato, vuelve con ese caminado tan suyo, en que se echa el cuerpo para adelante. Le cuenta a Leonel, uno de sus mejores amigos, que algún conocido “se hizo rico” la noche anterior en el póquer: “Ganó 150”, dice. “¿150 millones?”, preguntamos. “Hombre –protestan los dos–, 150.000 pesos. Aquí, el que pierde cada mano paga máximo 7.000 pesos y las apuestas comienzan desde 1.000”.
El cuento de las millonadas parece sacarlo del buen genio. Hace un par de semanas su nombre apareció en los medios de Italia y en las agencias de noticias. El Tino, junto con casi toda la nómina del entonces afamado y ganador club Parma, está vinculado a la investigación que se hace sobre presuntos pagos millonarios por debajo de cuerda a varios futbolistas, hechos desde la empresa que patrocinaba al equipo, la Parmalat, y que no fueron declarados ante el fisco de ese país.
Hay que seguir mejorando
“Ese es un cuento viejo –dice–. Andan buscando la plata que perdió y quebró a la Parmalat en Italia. Son unos 3.000 millones de euros. ¿Usted los ve aquí?”, señala hacia los muebles que delatan su soledad. No le importa. Una vez más, deja asomar la fila de dientes que sucede a cada apunte y habla más duro que de costumbre, de pronto porque es el comentarista en ciernes de una cadena radial para Brasil 2014.
Ah, el Mundial. El Tino se relame. Sabe que formó parte de una generación única (“fuimos a tres mundiales”) y que el tema saca chispas. Entonces, dispara. Y antes que nada marca territorio frente a la actual Selección, la llama “una selección de individualidades”, de la que, al tiempo que es su mayor hincha, no calla lo que siente.
–¡Cómo así! ¿A usted no le parece un equipo?
“Sí, pero colectivamente nos falta. Se clasificó al Mundial con hechos individuales. Con Falcao, Zúñiga, Armero y Cuadrado, que es el que más me gusta de todos: encarador, atrevido, juega siempre para adelante”. Y sigue: “Nos faltó tener más posesión del balón y, además, nos llegaron bastante; lo que pasa es que tenemos un arquerazo. Hay que decirlo, tenemos que seguir mejorando”.
–Y entonces, ¿en qué queda José Pékerman?
“Él ha hecho un buen trabajo, ha sabido llegarle al grupo y los cambios han sido efectivos. Pero no debemos olvidar que una cosa son las eliminatorias y otra es el Mundial. Los técnicos cambian los esquemas. Por ejemplo, quienes renuncien a jugar, mínimo, con dos delanteros, van a conseguir poco”.
Ahí cambia de frente y apuesta por una final Brasil-Alemania, con título en casa. Y esculca entre las estrellas para quedarse con Ronaldo antes que con Messi. “Cristiano es más completo. No solo por los goles. Físicamente es un atleta. Y ayuda a defender, saca muchos balones en los tiros de esquina en contra. A propósito –pregunta con guasa–, ¿dónde para uno a Messi en un tiro de esquina cuando nos están atacando?”.
El Tino toma asiento al lado de las caballerizas y se sume en silencio. Sabe que lo que diga, bien o mal, será usado en su contra. No le interesa. Mientras mira a Lucas antes de que lo pongan a descansar, se ajusta la camiseta rosa y esa pantaloneta azul de vivos amarillos que no le hace juego. Tampoco le importa. Casi todo está ahí, aparte de la tierra, un caballo y una pelota. El uno, desobediente. La otra, vieja y achacosa. Pero suyos.
Víctor Diusabá Rojas
Para EL TIEMPO
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