Cuando niño, Diomedes Díaz Maestre fue espantapájaros. Lo contrataban los agricultores para que, disfrazado con un sombrero gigantesco y camisas vistosas, se parara durante horas en los cultivos de cereales y asustara a las aves de diverso plumaje –algunas de ellas incluso sin plumas– que intentaban comerse los granos del maíz. Pocos lustros después sucedía todo lo contrario: cuando había que atraer gente, nadie mejor que Diomedes. Para entonces ya era un cantante consagrado, cuya sola presencia en un escenario ejercía extraño magnetismo sobre la multitud y cuyo nombre vendía millones de discos.
El cronista Alberto Salcedo Ramos relata que quienes concurrían a sus conciertos quedaban petrificados, “como si el canto fuera un conjuro que les arrebatara el movimiento”. El público ya no asistía a una velada musical, sino que era una masa de “feligreses que se postran ante su mesías”. Diomedes, que falleció en Valledupar el domingo pasado cuando dormía, fue la primera gran figura de la histórica transición entre la parranda y el sistema de estrellas que convirtió al vallenato en música de exportación en menos de medio siglo. El canto de juglares campesinos que él interpretaba a solas entre los maizales a los 7 años cambió hasta convertirse en un ritmo internacional, y su voz y su talante de artista tuvieron mucho que ver con esta transformación.
Se lo recordará como un artista excepcional, no siempre afinado ni siempre en condiciones óptimas para presentarse ante el público, pero magnético ante los ojos y oídos de los millones de fanáticos que lo siguieron y defendieron en toda circunstancia. También merece un reconocimiento especial por sus composiciones, que empezó a crear en las horas infantiles de soledad bajo el sombrero de espantapájaros.
Imposible negar al intérprete guajiro, nacido en 1956, su condición de astro mayor del espectáculo vallenato. Más difícil es proponer su vida como ejemplo, pues se vio enredado en situaciones de legalidad discutible y cayó en adicciones que le costaron prestigio y respetabilidad. Los colombianos, sin embargo, le demostraron siempre afecto y admiración, como lo prueba el dolor multitudinario que ha causado su muerte.