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¿Hijos del Estado o niños nuestros?

Sonia Gómez Gómez
“Yo me quise vincular al plan Superamigos porque considero que he sido bendecida por Dios por muchas cosas, entre ellas poder recibir cada año los regalos de Navidad en familia, y soy muy feliz porque un niño que nunca tuvo esto ahora pueda gozar de momentos tan bellos”.
Este fue el testimonio que escuché en el auditorio principal del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, regional Antioquia, cuando fui invitada al lanzamiento oficial del plan Superamigos que esta institución define así: “Es una iniciativa para que aquellos niños, niñas y adolescentes mayores de 10 años que han crecido sin sus familias biológicas encuentren el respaldo emocional de un adulto que quiera escucharlos, compartir sus sueños y ayudarlos en la reconstrucción de sus proyectos de vida. El regalo que se pide para ellos no es dinero, es tiempo, es afecto, son momentos de compartir en familia”.
Yo entendí bien de qué estaba hablando esta joven madre de familia, Olga Luz Villa, cuando dijo que no tenía dinero para ofrecer a un niño de estos, ni un viaje a Disney, pero sí muchos momentos en familia para sentarse a escuchar de sus sueños y mostrarle que sus palabras, sus angustias, sus deseos son importantes para alguien, distinto al personal de ICBF, entidad que tiene bajo su protección en el país 10.893 niños, niñas y adolescentes que son, literalmente, hijos del Estado.
Pero hay una pregunta que debemos hacernos: ¿son hijos del Estado o son hijos de todos nosotros? ¿Por qué son tan invisibles para la sociedad? ¿Por qué sus padres y familiares no aparecen sino cuando van a cobrar indemnizaciones por supuestas fallas institucionales en su cuidado? ¿Qué pasa en un país donde hay 11.000 niños viviendo en plantas físicas que intentan reemplazar lo irreemplazable: el amor de unos padres biológicos o adoptivos, el beso tierno cuando llega una lágrima por una caída o por las ganas de abrazos y mimos?
En la Fundación Hogares Claret convivo muy de cerca con muchos de estos niños que protege el ICBF y sé de sus pedidos de abrazos y de sus deseos de salir adelante, para lo cual solo necesitan el apoyo de alguien dispuesto a darles una oportunidad. Estos seres, como decimos en Claret, son una oportunidad, no un problema. Para ellos, la fundación también ha ideado un plan Padrino, que consiste en aportar dinero para apadrinar un niño o niña de estos que llegan a los hogares en busca de protección y afecto. Es tan fácil hacerlo en Medellín, Bogotá, en Cundinamarca, Santander, el Eje Cafetero, Cali, Neiva o Barranquilla. Es tan gratificante decir sí.
Llámese plan Superamigos o plan Padrino o como quiera llamarse, pero comparto lo que dice Claudia Méndez, directora administrativa de la Casita de Nicolás, que maneja el tema de adopciones: “Estos niños no son hijos de Bienestar Familiar –una entidad que trabaja duro pero está muy sola en su labor y hace cuanto puede en medio de la apatía de muchos–; estos son hijos de toda Colombia que están ávidos de afecto y muestran interés por estudiar, salir adelante y tener empleos dignos cuando sean mayores de edad y salgan de una universidad sin que nunca una familia les haya dicho: felicitaciones y para adelante. Estos son seres que lo merecen todo”.
Ha llegado la Navidad. Qué bueno que estos niños puedan recibirla bajo el fuego del hogar y rodeados de afecto. Basta una llamada, una decisión, una buena propuesta. Es el momento para repetir a quienes todo lo tienen y no tienen nada, a quienes se sienten solos, las palabras de Facundo Cabral: “No estás aburrido hermano, estás distraído”.
Y es el momento de que el país se pregunte si la sentencia T844 de la Corte Constitucional, que hizo más exigente el trámite de las adopciones, está contribuyendo a que más y más niños permanezcan por más tiempo en hogares de paso mientras afuera, cientos de familias sueñan con adoptarlos.
Sonia Gómez Gómez
Sonia Gómez Gómez
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