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Editorial: Un tráfico infame

EDITORIAL
Una crónica publicada el domingo por este diario permitió conocer las entrañas del cruel negocio del tráfico ilegal de especies silvestres y sentir auténtica repulsión al conocer el detalle de las torturas que deben padecer los animales mientras son transportados rumbo al cautiverio.
El trabajo sirvió también para recordar las dimensiones de un comercio ilegal que, según cálculos de las autoridades, puede llegar a mover hasta 10.000 millones de pesos anuales. Dicha cifra la ubica en el cuarto puesto de las actividades ilícitas más lucrativas, solo detrás del tráfico de armas, del de drogas y de la trata de personas.
Desde luego que las autoridades tienen el deber de luchar contra esta industria criminal y sus promotores. Hacen falta controles más rigurosos en las zonas donde se aprovisionan y labores de inteligencia que permitan desarticular las redes existentes.
Pero algo está claro y es que mientras exista demanda habrá quien la satisfaga. Sobre todo, si de por medio están las enormes carencias de las personas que habitan en las zonas de captura de las especies y que ceden con facilidad a la tentación de trabajar para los traficantes.
Pero la buena noticia es que, a diferencia de los otros flagelos que se nutren de complejos procesos de descomposición social de muy difícil solución, aquí tenemos una sola causa. Es la falta de conciencia –y, por qué no, de compasión– de quienes deciden tener en su poder a un animal, sin importar el sufrimiento que su capricho le pueda estar causando.
En esta dirección se deben dirigir los esfuerzos. Hoy, todavía, son muchos los que, orgullosos, exhiben guacamayas, tortugas, micos y osos perezosos a sabiendas de que su tenencia viola las normas, pero conscientes de que no recibirán mayor reproche de sus allegados. Se trata entonces de que, además de la prohibición legal, exista una fuerte sanción social, que sea mal visto y causa de recriminación tener encerrado en una casa o una finca a un animal que solo puede estar libre en su hábitat. Y aquí todo el énfasis debe ir a la pedagogía dirigida a los niños. Que sean conscientes de que, como lo dijo en su momento Mahatma Gandhi, un país se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales.
editorial@eltiempo.com.co
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