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Juan Harvey Caicedo, la voz de la radio colombiana que no se olvida

A los 10 años de su muerte, una semblanza del locutor, presentador, actor, imitador y publicista.

OLGA LUCÍA MARTÍNEZ ANTE
“Si mi papá todas las noches prende el radio para oír a mi hermano, ese señor es muy importante”, decía de niño Antonio José Caballero sobre Juan Harvey Caicedo, su hermano medio.
Caballero recuerda que Caicedo le llevaba unos 12 años y pese a que vivía en Bogotá desde muy niño, a donde llegó con su mamá, Carmenza, siempre fue de vacaciones a la finca del papá de ambos, en Santander de Quilichao (Cauca). (Escuche a Juan Harvey Caicedo en Romances Llaneros).
Caicedo ya era una voz autorizada en la radio, medio al que entró muy joven y en el que estuvo hasta su muerte, ocurrida hace 10 años.
Pero no solo hizo radio (en distintas emisoras, entre ellas RCN y Caracol), donde realizó presentaciones de noticias, de la Vuelta a Colombia, de corridas de toros, de carreras de la Fórmula 1, hizo parte de La luciérnaga y, además, fue directivo.
También trabajó como actor de cine y TV, y presentador en este medio de programas como Nostalgia y Testimonio, y acompañó a Julio Sánchez Vanegas en varias emisiones de Miss Universo.
Pero, además, con su mejor amigo, padrino de bodas y de una de sus hijas, el también locutor Alberto Piedrahíta Pacheco, Fernando González Pacheco, David Cañón y William Velandia, entre otros, tuvo durante cuatro años el programa Fútbol, el mejor espectáculo del mundo, que se emitió los sábados y domingos y en el que cuando no había televisión por cable pasaba partidos de los grandes equipos de Brasil, Argentina, Alemania e Italia, entre otros.
“Este programa se acabó porque en una licitación nos cambiaron para el domingo a las 6 a.m., si no estoy mal, y tuvimos que cancelarlo por el mal horario”, comenta Piedrahíta.
Además, Caicedo hizo doblajes de películas y varios discos de poesía, porque otra de sus facetas era declamar.
En esas artes, empezó a ser reconocido desde cuando prestaba el servicio militar en el Ejército y se convirtió en presentador de las ceremonias, y declamador oficial de los militares, que lo llevaban a las visitas a sus novias para que, en sus nombres, les recitara un poema.
Años después, ese don lo convirtió en uno de los más reconocidos intérpretes, además, de poesía llanera.
“Él amaba el llano, cuando íbamos de viaje, paraba en un punto de la carretera desde el que se ve esta zona, a mirarla”, dice Carmen Lucía.
Un día se encontró con Héctor Paul, poeta del llano, y aunque le dijo que su tono de voz era muy alto, hicieron una prueba de declamación, que salió tan buena, que se hizo un disco y la voz de Caicedo se volvió emblemática para los llaneros.
Jorge Antonio Vega, locutor y amigo de Caicedo, hoy presidente de la Asociación Colombiana de Locutores (ACL), cuenta que en la década de los 70 grabaron juntos tres discos de acetato con poemas.
“El escritor Germán Espinosa hizo la selección. Uno era de poemas eróticos, otro se llamaba Del amor y de la vida y el último Grandes poemas. El empresario fue Elkin Mesa.
“Yo no recito, la poesía se intrerpreta, se lleva en el alma”, decía Caicedo, según cuenta Piedrahíta Pacheco sobre este talento.
Y por si todo lo anterior fuera poco, un rasgo personal lo definía: nunca se olvidaba del cumpleaños de sus amigos y familiares, y les enviaba un mensaje o una tarjeta. A todos les daba consejos y los apoyaba.
Además, siempre estaba pendiente de su familia: su hija Paola recuerda que, pese a todas sus ocupaciones, siempre sabía qué pasaba en la casa.
“Lo más importante para él era que nos fuera bien en el estudio. Nosotras podíamos hacer lo que quisiéramos, pero no nos perdonaba una nota que no estimaba que fuera, en su opinión, el mínimo correcto”, comenta.
El pronombre ‘nosotras’ se refiere a dos hijas de su matrimonio con la italiana Lucía Giglioli, Paola y Carmen Lucía. La mayor, María Consuelo, es de una relación anterior. Todas son periodistas.
Entonces, cuando les iba mal en el colegio, le pedían a la mamá que les firmara la libreta y luego, cuando él volvía a ver el registro de calificaciones, hacía los comentarios pertinentes. “Pero –agrega Paola– lo hacía con la voz de la casa, no la del trabajo. Y si era un regaño, en vez de subir la voz, la ponía como profunda. Mi abuela materna comentaba que ese tono primero llegaba al hueso que a la carne”.
Además, cuenta que había que mirar muy bien a Juan Harvey para saber si estaba hablando en serio o en broma. Y en esto, todos sus amigos y familiares están de acuerdo: tenía un humor especial, fino, elegante, y casi nunca decía malas palabras.
Recuerdos del ‘Bogotazo’
Juan Harvey Caicedo nació el 3 de junio de 1937. A sus hijas les hablaba mucho de uno de sus primeros recuerdos en Bogotá: lo sucedido el 9 de abril de 1948.
“Estaba muy pequeño y debía cursar primer grado –dice Paola–. En su colegio, que quedaba en el centro, se empezaron a oír los disparos. Las profesoras, asustadas, sacaron a los niños a la calle y los enviaron a sus casas”.
Caicedo, que todos los días llegaba de la mano de su mamá, trató de ir a su casa por la misma ruta, pero en un momento de susto, por ver tantas personas corriendo y armadas, se sentó en la puerta de un almacén y empezó a llorar.
“Mi abuela lo encontró allí, porque siguió la misma ruta, y tal vez por eso mi papá evitaba lugares con mucha gente”, agrega.
Por su parte, su hija Carmen Lucía dice que le hubiera gustado heredar de su papá esa mente brillante que tenía. “De cualquier palabra sacaba una frase, tenía una mente rápida que le sirvió mucho en su época de publicista. Y ya como papá, mi mejor recuerdo es el impulso permanente que nos dio. Siempre nos dijo que había que prepararse y ser recto y honesto, que así fluía todo”.
Amante del arte y de la música, Carmen Lucía cuenta que mientras oía las varias versiones que tenía de una canción, leía tres libros y estaba pendiente de las noticias.
Y escribía a máquina muy rápido y muy bien, y hasta el último día de su vida tuvo una Olivetti Lettera 32.
Gracias a esa fama de escribir bien a máquina, cuando tenía unos 14 años un historiador de apellido De Alba lo empleó. “El señor tenía problemas de visión y buscó a alguien que le ayudara a pasar sus trabajos y que luego se los leyera”, dice Paola.
Al parecer, gracias a este empleo aprendió a descubrir su voz, pues el historiador le corregía el tono cuando le leía y le decía que tenía que hacer las pausas en los puntos ortográficos, “para que se oyera de manera bonita”, sigue. El rumor de esa maravillosa voz llegó hasta Álvaro Castaño Castillo, que lo llamó para que lo ayudara en la HJCK.
René Figueroa, también locutor y que trabajó con Caicedo en las emisoras de Caracol y RCN, comenta que, además de ser un caballero a carta cabal, tenía “una voz que era un regalo de la naturaleza”, lo que ratifica su hermano Antonio José: “Con su sentido del humor hacía imitaciones impresionantes. Todo empezó con Yamid Amat, en Caracol Radio, donde hizo de soldado, chileno, portugués, un japonés llamado Maliko Kezuno y como el inolvidable Juanetillo, un torero que, como siempre llegaba tarde a las plazas, no sabía qué hacer. Esos personajes y otros más se oían en La Luciérnaga”.
Fue un papá, un hermano, un esposo y un amigo reconocido y querido. Sus hijas dicen que la gente le pedía autógrafos y lo trataba con afecto. Y les sorprendió que 10 años después de su muerte, tanta gente asistiera a la misa de conmemoración.
Su reconocimiento era tal, que un día, cuenta Paola, uno de sus vecinos, siendo muy niño, corrió por la cuadra gritando: “El papá de las Caicedo se fue de la casa, ahora vive en la televisión”.
Hizo carrera en el cine, la radio y la TV
Estudió producción de cine y televisión en la Universidad de Syracuse (Estados Unidos) y trabajó durante 45 años en los medios de comunicación. En sus inicios fue director artístico de Emisora Nueva Granada.
En Caracol Radio participó en programas como ‘6 a.m.- 9 a.m.’, ‘Pase la tarde’, ‘La hora del amor’ y ‘La luciérnaga’, donde personificaba al ‘Opita’, ‘el Sargento’, ‘el Bobito’ y el profesor Masato Cocada.
En cine, actuó en las películas ‘El río de las tumbas’, de Julio Luzardo, y ‘El zorrero’, de Alberto Mejía; en las telenovelas ‘El gallo de oro’ y ‘Fuego verde’, entre otras, y el seriado ‘Manuelita Sáenz’.
Además, se preocupó por proteger los derechos de los locutores y fue presidente de la Asociación Colombiana de Locutores.
OLGA LUCÍA MARTÍNEZ ANTE
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