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Óscar Figueroa, el peso de la superación

Nació en Antioquia, pero se hizo deportista en el Valle del Cauca.

Redacción El Tiempo
El pesista Óscar Figueroa logró este martes la medalla de oro en envión y la de bronce en el total, de los 62 kilos del Mundial de Pesas, que se disputó en Polonia.
De niño, cuando el acoso de la violencia obligó a su familia a dejar el municipio antioqueño de Zaragoza y encontrar en Cartago un refugio, a Óscar Albeiro Figueroa siempre le llamó la atención algo de su nuevo entorno: el color rojo y la dimensión del carro de bomberos de la ciudad vallecaucana. (Galería: Los triunfos deportivos de Óscar Figueroa en levantamiento de pesas).
Qué lejos estaba de imaginar que, años después, él estaría montado en el imponente vehículo para recorrer las principales calles de su 'patria chica', que le rindió un tributo soñado, y de paso merecido, al medallista olímpico.
Con esa presea plateada en el pecho, Figueroa recibió todo tipo de manifestaciones de aprecio, cariño y respeto, pero nada lo emocionó tanto como la ovación que recibió de los estudiantes del colegio Ciudad de Cartago, donde cursó hasta tercero de bachillerato, cuando cambió las aulas por los balones, que le cautivaron por completo.
A sus 12 años probó primero con el fútbol, pero sintió que sus brazos tenían más talento que las piernas e intentó luego con el baloncesto. Después, el agua lo tentó al incursionar en la natación, pero se saldría pronto de la piscina para lanzar de nuevo patadas, en ese caso con el karate.
La estabilidad no era lo suyo, pero una vez tomó con firmeza una barra de pesas, sintió que tenía el imán suficiente para desafiarla cuantas veces fuera necesario. Su familia, entonces, terminó aceptando que la actividad física se convirtiera en la mejor amiga de Óscar, a la que le dedicaba horas de entrenamiento a mañana y tarde.
Esa fue una señal de que la disciplina marcaría el rumbo de su vida, y prueba de ello es que siempre le llamó la atención el servicio militar y por eso, contra la voluntad de mamá Hermelinda, se 'regaló' en el 2004 para prestarlo.
Estuvo en el batallón de Palmira y, al tener ya un biotipo de deportista, sus superiores no lo pusieron a 'voltear' y le permitieron que siguiera siendo asiduo visitante del gimnasio. Ese año fue cuarto en los Juegos Olímpicos de Atenas-2004. Estuvo cerquísima del podio y esa fue una razón para empezar una larga búsqueda de la medalla, que se convirtió en toda una obsesión.
Un aviso sería el Mundial de Santo Domingo, donde, dos años después, Figueroa se convirtió en subcampeón orbital en los 62 kilogramos, lo que le dio pie para soñar con imponerse en una olimpiada.
Pekín-2008 surgió como la opción ideal, pero el sueño se convirtió en pesadilla. Falló los tres intentos del arranque debido a una lesión en su mano derecha. Cada vez que trató de alzar la palanqueta, un fuerte dolor en uno de sus tendones lo obligó a soltarla, y así se esfumaba de nuevo la ilusión.
Parecía todo terminado, pero demostró estar vivo en su sueño en los Panamericanos de Guadalajara, el año pasado. Allí obtuvo el oro en los 62 kilos y no pudo controlar sus emociones. "Gané con un entrenador colombiano", dijo, en clara crítica hacia los técnicos búlgaros Georgy Panchev y Roumen Alexandrov, y un voto de respaldo al trabajo que realiza con Oswaldo Pinilla.
Por eso, a él no dudó en dedicarle la plata que, por fin, pudo atrapar en Londres, donde su logro tuvo un adorno extra: récord olímpico en envión, algo que ningún otro deportista nacional ha logrado. De ahí que sus compañeros de delegación festejaran a rabiar, al considerarlo un buen amigo, amable y servicial.
Valores que realzan aún más su gesta, fruto de años de trabajo y perseverancia, que lo llevaron a convertirse en héroe de Cartago, a donde se escapa cada vez que puede porque Cali es su casa, donde vive por y para las pesas.
LISANDRO RENGIFO
Redactor de EL TIEMPO
Redacción El Tiempo
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