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Una emoción singular

Tengo para mí que el encuentro definitivo entre la ciencia y el arte empezará por la física. Y sospecho que el Premio Nobel entregado a Peter Higgs y François Englert por el bosón que lleva el nombre del primero es la pista más reciente con que cuenta la humanidad para celebrar el encuentro entre las dos disciplinas.
Que en realidad sería un reencuentro, pues los antiguos siempre supieron que la ciencia y el arte eran dos entidades vinculadas que se influían recíprocamente, pero el modernismo alentó la equivocada idea de que debían separarse. Y así ocurrió desde que la ciencia promulgó las leyes según las cuales funcionaba el mundo, y el arte fue relegado a categoría simplemente estética o decorativa.
Había sido considerado la “quintaesencia” de la búsqueda de la verdad; se creía que facilitaba otros modos de visión que servían para descubrir lo que la ciencia no alcanzaba a ver y mucho menos a prever. El criterio de racionalidad que desde entonces nos domina está asociado, casi exclusivamente, a la ciencia. Y no toma en cuenta la previsión del arte.
Apolo, por ejemplo, el dios de la razón para los griegos, era al mismo tiempo el protector de las artes y el dios de la belleza; en el oráculo de la Pitia se lo representa acompañado de Dionisio, el dios del placer. He ahí otra pista. En nuestra lengua, arte proviene del latín ars y la palabra técnica proviene del griego tekne y ambas se refieren a la habilidad para realizar alguna tarea y lograr un objetivo.
Ya no es original afirmar que ciencia y arte proceden de similar sinapsis cerebral. Pero el arte es creación pura, mientras la ciencia es síntesis y ahí radica, quizás, parte de su encanto: trabajo de muchos cerebros que vibran en la misma frecuencia para comprobar, al cabo de muchos años, que todos estaban en el camino correcto: el bosón de Higgs existe y nos explica. Explica el principio de lo que somos. Como polvo de estrellas.
¿Y qué es eso? Luz. Luz en fuga, luz rapidísima que pudimos atrapar para entendernos. Construimos un túnel gigantesco en la mitad de Europa. Otra proeza. Borges, quien habitaba el territorio del arte, hoy escindido de la física, tal vez se anticipó a explicar lo que para la humanidad podría representar el hallazgo de Higgs y Englert: emoción singular llamada belleza, que no descifran ni la psicología ni la retórica.
Manuel Guzmán Hennessey
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